viernes, 9 de enero de 2009

TREINTA Y NUEVE

Recibí un correo electrónico de una ex compañera de una revista en la cual mal escribía. Me dice que se separó de su novio, que está desconcertada, rehaciendo un mundo hecho pedazos. Me cuenta que estaba ordenando papeles y cosas desordenadas y vio un ejemplar de esta revista, y en él un poema que yo escribí y que le gusta mucho. Que siempre le gustó mucho ese poema. Y a mi me resulta raro porque es de una depresión profunda, está al borde del tiro en la cabeza, como mucho de lo que escribo. No sirve escribir de noche. Nada bueno puede salir.
Me dice, esta piba abandonada, que sentía una necesidad extraña de compartir este momento suyo con alguna gente a la cual no conoce tanto. Y ahí caí yo en la volteada. Yo, que estaba tranquilo y sin dramas a la vista. Ahora tengo que contestar algo acorde a la situación irregular. Pero yo no soy animador de fiestas, ni consolador de novias frustradas. Yo, si quiero decirle algo, es que no lamento su ruptura, que la festejo y que le ofrezco mi cuerpo y mi alma. Tengo que aprovecharme de la situación, no me queda otra cosa que hacer. Por definición no existe la amistad entre el hombre y la mujer, nunca tuve amigas, siempre quise más que esa estúpida condición imposible de sostener entre distintos sexos. Algunas no lo entendieron, y me contaban sus historias de amor con fulanos a los cuales yo les hubiera puesto los cuernos con mucho gusto. Por evadir esa anormalidad dejé de frecuentar mujeres que me estaban enredando en su ropa interior.
La desconsolada me propuso encontrarnos algún día en la semana para charlar. No hay mucho que charlar, no quiero escucharla en sus lamentos de separación. Que busque una amiga con la cual no pueda lamerse y le explique a ella sus males.

No hay comentarios: