viernes, 16 de enero de 2009

CIENTO TREINTA Y UNO

El monstruo es sutil. Sabe esconderse bien, sabe disimular sus nidos y sus madrigueras.
Pero yo lo veo igual.
La bestia está por todos lados. En lugares públicos, en oficinas de correo, en la televisión y su basura, en los colectivos, en los boliches bailables los sábados por la noche.
Nadie puede escapar del aplastante puño del gigante conquistador. Además, nadie quiere hacerlo. Todos son felices dándole de comer al voraz estómago universal, occidental, global, y entronizado hace casi doscientos cincuenta años.
El individuo es la meta. El automóvil es la meta. La casa es la meta. Una meta es la meta.
Muchos de mis amigos han caído, el señor E ha caído, seguramente toda una tribuna ha caído, el chavón churro ha caído, mis hermanas han caído, el obrero más pobre y miserable ha caído, el taxista ha caído.
Me pregunto ¿cuántos habrá en todo este terrible mundo, como yo, que sigue luchando por mantener la vertical?
Contra el monstruo sutil, contra sus ejércitos de seguidores, propaladores de su fundamentalismo.

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