domingo, 26 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y OCHO

Entro y pido un café con crema. Me dicen que no hay, lo que pueden servirme es un cortado, a secas. Lo acepto. Después de todo solo quería sentarme un rato antes de ir a esa muestra de fotografías, tomar algo caliente que me saque un poco el frío de la tarde que hizo regresar el invierno. Mucho más para mí que para el resto de la ciudad. El lugar es chico, acogedor diría un novelista burdo; íntimo alguien a punto de engañar a quien ya no ama. Pocas luces, música baja, todo hecho con madera. Todo suave al tacto. Alguien canta que el alma se le vuelve de acero, no solo a él le pasa. Levanto la taza para saborear el café y me topo con los gestos de la chica que me lo sirvió; me pide que se lo pague, son nueve pesos me dice. Yo saco un billete de veinte pesos y se lo doy, por arriba del mostrador de la barra, amarillo por la única luz que ilumina la última escena de este sábado mío. Ella, linda y morena, lo mira y me mira, me dice si no tengo algo más corto, más parecido a los nueve pesos que me cuesta el rato en el bar de los cubanos. No tengo le digo, y es la verdad. Solo uno de cien y otro de dos pesos; un par de próceres de los más viles que tenemos por estos lados. "No te puedo cobrar diez", me sugiere, como para solucionar el problema. No intenta conseguir cambio, ni lo piensa, ni es una opción. El cortado me sale diez pesos. El rato me sale diez pesos. La tarde me sale diez pesos. La noche me saldrá mucho más cara, eso ya lo sabía cuando decidí salir de esa relación que iba creciendo sin mi. Estos cubanos mienten, tanto como la intención de olvidar imágenes viendo fotografías, en el atardecer de un sábado. Ponen un cartel que promociona "Cuba Libre". Justo ellos, que cuando el pequeño país del caribe se mide la libertad cada día más y más y más, ellos están a miles de kilómetros, negociando un peso idiota de más para su bolsa. En Perú al setencientos hay muchas mujeres que pueden llegar a destrozarme el ánimo algunas horas.

martes, 21 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y SIETE

No es casualidad que esté al fondo de la encrucijada que nunca duerme, enterrado en la noche que ya no tiene clientes, ni testigos, ni vendedores de bagatelas; casi ni siquiera al mozo, petiso y retacón, eterno como esas mesas de billar, anhelando otro porvenir, sostenido por el manso mostrador. Allá voy, lento, desandando, con pies sin alas, el camino que hiciera al iniciar el día, el poema, el cuento, la advertencia grabada en estos papeles bien dispuestos, enteramente confiables en su silencio. Cruzo la madrugada doliente, penetro entre esas paredes, grabadas con mil destinos y más amores aún, malolientes solo para tipos que no saben sufrir, que no conocen de ánimos derrumbados ni fracasos amontonados en el pecho. Entre un millón de desilusiones me muevo, cada día, esta noche. Una pareja y un borracho me observan aguijonear la pesadez del salón profundo. En el baño del bar La Academia, justo en el borde de la vida, sentado en la medianera de la muerte, flaqueo una vez más. Entro, lo hago, salpicando el blanco, y me vuelvo a la noche que todo lo sabe, incluso esta resignación de saberme hundido en mis huesos, en mi alma, en mi propia existencia.

TRESCIENTOS CINCUENTA Y SEIS

Es una trampa. Esto que parece tan bueno, que despierta la envidia de otros, es una maldición. No está bueno parecer más joven. Es una promesa hecha sin hablar, sin palabras, que al final no se cumple, no se puede cumplir. Al terminar el día la noche llega sin nada que la detenga. Yo, que soy día pleno a los ojos del mundo, tengo la noche tatuada en la piel; surge cuando estoy desnudo, cuando me voy vistiendo, y cuando ella menos lo deseaba. Es una trampa. Yo soy una trampa. Para ellas y todo su amor, su fe, su esperanza.

martes, 14 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y CINCO

En el baño de su casa escribo esto. Luego de una ducha caliente, desnudo, viendo mi rostro feliz en su espejo empañado, mi piel reflejada en sus azulejos, mis manos tanteando sus pinturas y colores, sus sombras, que son mis luces. Luego del sexo escribo esto, después del amor, mucho mejor. Entre las paredes de su íntimo mundo escribo esto. Donde ella me invitó, sin pensar en el mañana, ni en el pasado, tan solo en el día frío, de este invierno más frío que nos trajo hasta aquí. Al final de una tarde de aguacero impiadoso, que cubrió todo y cuanto fuimos en las calles y las plazas, en los jardines de las casas de los barrios de Buenos Aires. Una lluvia que amagaba con dejarme tirado en un charco de tristeza y soledad. Como a tantos habrá hecho. En el final de un sábado escribo esto. Cuando nos besa los pies el domingo somnoliento y apacible. Cuando todo ha terminado para nuestros cuerpos desenfrenados, por esta vez, tan solo por esta deliciosa vez. Hasta la próxima lluvia, hacia el siguiente tropel de besos y caricias al filo de un nuevo día nuestro, y de este tiempo arrinconado en la miseria humana.

jueves, 9 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y CUATRO

No puede ser que solo yo esté escribiendo esto. No puede ser que solo yo esté sintiendo esto. No puedo ser solo yo quien va hacia este atardecer como un patíbulo, como un escenario frío y postrero, con verdugos allí donde mire, y con cada cosa dispuesta a venir por mis despojos. Será que solo yo sé cuándo me acechan mis mejores asesinos, cuando trato de cubrirlos de luz, para entregárselos al mundo, pero él me quiere a mí, solo a mí, siempre a mí.