lunes, 23 de julio de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y TRES

El tren es una mierda, pero antes tiene que tomar el subte, que es otra mierda. Todo esto después de salir de ese trabajo que tiene, que es una mierda. Pero claro, no tiene secundario y otra cosa no le dan, para otra cosa, dicen, no sirve. Él lo sabe. Todos lo sabemos, y nos conformamos con el fútbol, la cerveza, las películas compradas en los puestos de los túneles, el sexo, el sábado a la noche. La vida es buena siempre y cuando la gente se pueda conformar. O se ponga a romper las pelotas cortando calles, quemando gomas en los puentes, pintando consignas en los ministerios, fastidiando a los demás. Porque de eso se trata, aunque muchos no lo entiendan, de joder al prójimo. Pero para que el prójimo tome partido, salga un poco de su miseria diaria, y se sume a joder a los demás. Y así se jode al sistema. Se trata. Medida de fuerza es medida de joder al otro. Y eso está muy bien. Se puede ser feliz de dos maneras. Conformándose o rompiéndole las pelotas a todo aquel que está conforme con el miserable lugar que le dieron en el reparto social. La inconformidad y la inacción son la muerte de la felicidad, de toda posibilidad de felicidad. Los carajeadores en la cocina, por las mañanas, son sujetos listos para los ataques de pánico buscando clientes. El tren que lo lleva de regreso a su casa es una mierda; el subte que lo lleva de vuelta a su casa es una mierda; el laburo que lo deja ir un rato a su casa es una mierda. No tener secundario y por eso ser abusado es una mierda. Que él sepa todo eso y siga viendo películas en los sábados por la noche es una mierda. Y una derrota nuestra, de todos los que estamos en el asunto de romper pelotas por un futuro más justo.

jueves, 12 de julio de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y DOS

Justo delante del Club Social y sus mesitas a la peatonal, de cara a la plaza de los trabajadores sin trabajadores, ante la atenta mirada de los mostradores compulsivos de mapas (cualquiera que esté detrás de un escritorio en la oficina de turismo de una ciudad), allí la municipalidad tuvo la poco original idea de enterrar un cofre con mensajes, deseos, y esperanzas de chicos y chicas; juventud y futuro de la ciudad y la provincia. Y digo poco original porque es algo que ya lo vi hacer varias veces en un montón de lados, y siempre bajo el supuesto mandato de adquirir una deuda social con esas palomitas adolescentes que recién están arrancando el vuelo. Mala idea. Mejor sería enterrar a toda la clase dirigente política que tiene tan irrisorios planes, como puestas en escena de un acto que tal vez nadie recuerde llegado el momento, o por lo menos se pierda la foto del autor intelectual del fiasco. Casta de actores y administradores del capitalismo restablecido, sobrevivientes a sangre y fuego de las jornadas del 2001, escapistas del “que se vayan todos”, dueños de segundas partes que siguen sin ser buenas. Así estaría más atrapante la idea. Meter a Gioja, a Insfran, a Urribarri, o a Capitanich, o por qué no a todos juntos. “Allá en el horno se vamo a encontrar”, dijo Discepolín. Y sacar el cofre dentro de veinte años, para meter a los nuevos sobrevivientes a los pedidos y reclamos del pueblo siempre apaleado y explotado, para que se coman las sobras de los ex gobernadores corruptos, cuidadores de quintitas electorales, reyes del clientelismo feudal. Lástima que a la Agrupación 25 de junio, Juventud Paranaense, copromotora de la propuesta, no se le ocurrió lo mismo.

martes, 10 de julio de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y UNO

Tengo ganas, de subir a lo más alto, y de estar ahí, quieto, tranquilo, desvaneciéndome ante los ojos del mundo, de todos mis sentidos, de todas mis razones. Aunque no baje nunca más. Tengo ganas, de viajar hacia donde viven las respuestas, pero mueren las preguntas, porque ya no importan. Tengo ganas, tiene ganas mi cuerpo, de no dolerle más a mi alma.

TRESCIENTOS CINCUENTA

Una luz abandonando su batalla contra mi oscuridad, un mate compañero, como un felino silencioso y expectante, una música especial, una noche que viene lenta, una luna que no viene a la cita esta vez, Virgilio esperando en la mesa, esa armónica llorando, este corazón sin futuro. Mi mano, siempre mi mano, cómplice de mi ángel de la destrucción.