jueves, 7 de mayo de 2009

CIENTO CINCUENTA

El frío de la mañana me sacude las neuronas. Asoma el invierno incipiente, va metiéndose poco a poco en el otoño cada vez más tímido como para hacerle algún reproche. El otoño es el mes que más se deja atropellar por su sucesor, nunca se opone firmemente a que lo dejen terminar su mandato con razonables temperaturas semi templadas. Cobarde y huidizo el tipo.
¿Qué será de la vida del Chavón Churro? Ha de andar bregando por la despenalización del consumo personal de estupefacientes; aunque en la cabeza del fumatero ese concepto está ligado a unos pares de kilos, uso privado para los próximos cinco años, digamos. "Es que estoy en una etapa de crisis existencial Señor Juez".
El pibe que limpiá los vidrios del bar me niega la vista de la avenida San Martín. El café con leche se me enfrió. Y mi trabajo me espera, el muy perro sabe que no tengo otra opción más que ir manso y condescendiente.
El frío empieza a bajar aún más. La escarcha vive donde se me mueren diez horas de la vida mía.

domingo, 3 de mayo de 2009

CIENTO CUARENTA Y NUEVE

La vida en el depósito de mi trabajo tiende a la somnolencia del ánimo de superación, esa trampa predilecta que los dominantes del sistema logran instaurar en los dominados del mismo. Una especie de formol en el deseo, mechado con quietud y estatismo voluntario y no inducidos.
El Señor E bajó ayer y se mostró apacible, sosegado. Pero a no confundir, siempre atento a despreciar, aunque más no sea subrepticiamente a sus empleados esforzados. Y convencido como de costumbre de la razón que cree justificar sus abusos, su explotación del prójimo, su falta de equivalencia entre justicia y merecimientos.
Toda la vida de saco y corbata el Señor E. Casi como el señor Smith de la Matrix de Neo, pero sin ningún Anderson que nos salve el pellejo, y mucho menos una Trinity para lamerle el cuero y la piel.
En otro orden de cosas se inaugura en esta semana la espectacular Feria del Libro de Buenos Aires. La estúpida, aglutinante e inservible Feria del Libro. Esa inmensa mansión donde las vanidades y el figuretismo son los invitados más repetidos, y se pasean elegantes e impostados por las infinitas callejas que surgen por la yuxtaposición de stands y más stands, que por supuesto no tienen nada nuevo para ofrecer más que respuestas simples a las preguntas sin cerebro de los snobs del mundo de la literatura.
Yo no voy a ir ni a punta de escopeta, por supuesto. ¿Saben por qué? Porque no es necesario, porque no hay nada allí que no esté en las veredas de Corrientes entre Callao y el Obelisco Enforrado. Y lo que en verdad hay no me interesa, que es esa multitud de miradas que se visten de cultas, esos miles y miles de cuerpos emperifollados como para una fiesta exclusiva. Sumado todo ello a manadas de niños y adolescentes que fueron arrastrados por docentes y maestros paternales, bajo la consigna de algún trabajo escrito a posteriori de la infame visita al averno de las editoriales y los figurones. Y todo porque alguien tuvo la ingeniosa ocurrencia de que la incentivación de la lectura infantil está en obligarlo a ir a asfixiarse con el tufo de las viejas que leen un libro por año, y la sofocación de kilos y kilos de madera, papel, y luces ardientes como microsoles incineradores.
Arranca una vez más la Feria del Libro en la Argentina. Van a estar todos los de siempre, diciendo lo de costumbre, con las conferencias de cada año y los fetiches repetidos hasta el fin de los tiempos. Libros, conferencias, foros de debate literario, y todo lo que se funde en este infinito salón orgiástico, está todo el año en un millón de lugares a lo largo y ancho de la ciudad cultural. Que, por supuesto, de mayo a abril están vacíos y sin un alma a la que le interese ir un 16 de noviembre por la tardecita a escuchar hablar a ese importante ensayista, que también estará en la Feria, para salir rodeado de manos con biromes y una cara de culo indisimulable para su editor estrella.
¿La Megaferia o un bar con café, libros, y papeles para escribir? La respuesta se puede inferir en lo que antecede extensamente a esta oración final.