lunes, 12 de enero de 2009

SESENTA Y UNO

Me dieron el alta médica y me mandaron otra vez al infierno del subsuelo (he dicho ya que trabajo en el subsuelo).
La noche previa a mi reinicio en el arte de subsistir fue de tristeza, traté que se hiciera larga hasta lo posible. Esto fue las tres de la mañana, a las seis menos diez tenía que apagar el despertador otra vez, luego de dos semanas de tregua. Miré tele, leí, escuché música, no pensé en la cara del encargado, ni en los ojos en discordancia del chavón churro. No pude evitar que al fin me agarrara dolor de barriga, por nervios claro.
El primer día del regreso pasó rápido y tranquilo, el laburo había mermado un poco en mi ausencia. Además me había prometido no desquiciarme como antes y andar a tranco lento e irresponsable. No me hizo mucha falta, pocos pedidos, poca necesidad de enlazar al toro.
Al segundo día ya estaba de vuelta en situación de normalidad histórica. Es decir con el piloto automático puesto y siempre pensando en la hora de salida, convencido de que esto es mi vida y su mejor destino. Gran truco que sirve para ponerle chaleco de fuerza a la inconformidad, ya poco combativa en mí por naturaleza.
Ah, por cierto, para los idiotas detractores que sueñan con pensarme como un vago en búsqueda de la plata fácil, les advierto que soy un buen empleado. Trabajo de fichaje a fichaje, no hago huevo, no charlo de otras cosas en mi horario. Me gano mucho más de lo que me dan.

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