lunes, 12 de enero de 2009

CINCUENTA Y SEIS

Es muy duro decir que nadie me ha querido en toda mi vida y moriré sin que nadie me haya amado. No lo digo yo sino Gabriela Mistral, y creo que no es posible pasar por la vida sin ser amado, siquiera, por una sola persona. Una exageración de poeta.
Lo curioso, grave más bien, es que lo dice en su correspondencia, no es parte de su pesar literario. Lo dice la mujer, no la escritora triste y aislada del resto de la gente.
Suena duro.
Qué suave es el conjunto de violines que supo entrelazar Arcangelo Corelli. Y esta es una noche para dejarlos sonar una y otra vez. Mezclándose con el ventilador dan calma al aire caliente con cielo cargado de agua. Si se larga a llover sería magnífico. Mi habitación sería Florencia bajo el aguacero, y yo algún lacayo de los Medicci, dispuesto a dar la vida por evitar a los Pazzi.
Qué dulce es esta música que me envuelve en la penumbra de mi noche. Yo sé que he sido amado por varias mujeres, y eso me alarga la vida. Aunque no pueda traerlas de vuelta, sobre todo a las que rechacé indiferentemente, sin pensarlo, torpemente.
Sigo con el tobillo moribundo.

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