viernes, 16 de enero de 2009

OCHENTA Y SIETE

El señor E está cada día más inaguantable. Otra vez bajó al depósito con la vieja perorata de las cajas en el piso y el desorden generalizado. Lo patético fue la respuesta que le dio al encargado cuando éste le sugirió tomar otra persona para ayudar a los repositores; según se vea puede ser una contestación natural de quien la da. Todo lo resumió en “Somos los que estamos”.
Claro, eso no cabe duda. Pero la cuestión es que somos pocos para el volumen de trabajo que está teniendo la empresa. No se puede sacar todos los pedidos al día, reponer toda la mercadería faltante, y, además, tener el boliche de punta en blanco. Una cosa se paga con la otra, se equilibra naturalmente. Velocidad y orden son agua y aceite en las catacumbas del señor E.
No lo entiende y nunca lo va a entender. Porque no hace un esfuerzo de sentido común, pero principalmente porque no quiere. Prefiere ponerse espeso y presionar, y presionar, y presionar. Nada va a lograr. Hace como un año que estamos repitiendo situaciones como en un ciclo vicioso: el tipo baja, se queja y ordena mantener el meticuloso orden a rajatabla y cueste lo que cueste. Lo hacemos y en veinte días estamos tres días atrasados con los pedidos. Le dejamos de dar bola, trabajamos a máxima velocidad y desordenando cajas, pasillos y pisos, y nos ponemos al día. Y lógico, ahí estamos de vuelta como cuando bajó mister E.
Que amenace con medidas disciplinarias, que grite a viva voz, que exprese que el asunto le tiene las bolas por el piso, que patalee. Las cosas van a ser como la naturaleza de la situación lo decida por sí sola.
Nadie le presta mucha atención. Y menos un viernes, como hoy.

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