Ahora se vienen los carnavales. En la capital muchas avenidas se cortan y dan paso a las guirnaldas, las murgas, la nieve y el agua, la gente al pie del cordón de la vereda, o en los balcones, el papel picado. Una fiesta que cuando yo era pendejo era una fiesta, después se fue degradando hasta ser un evento del temor. Empezaron los robos, las broncas, la inseguridad. La familia ya no fue a la avenida hecha sambódromo popular. El carnaval fue invadido por los delincuentes de los barrios bajos, los rateros, los busca monedas en bolsillos ajenos.
Hace más de diez años que el corso se fue de mi ciudad. Junto con mi niñez. Ahora no me atrae ir a uno de esos que se hacen en la capital. Será que tengo miedo de encontrarme con la misma decadencia por segunda vez, o el temor pasará por verme a mí cuando aspiraba a la felicidad. Al final yo también me fui empobreciendo, como la fiesta de mi barrio; se me fueron las esperanzas como las luces de la calle festiva.
Igual, por ahí, me doy una vuelta con mi bombero loco. El rojo.
martes, 13 de enero de 2009
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