sábado, 10 de enero de 2009

CINCUENTA Y UNO

Ahorcaron al dictador iraquí Saddam Hussein y el mundo festeja su extinción física. Dicen que se hizo justicia, que se ha pagado por la muerte de tantos soldados norteamericanos, de tantas familias iraníes, de tantos iraquíes tiranizados. Incluso, la mujer de un sargento yanqui, en claro estado de odio, manifestó que el dictador tuvo una muerte piadosa. Ella, imagino, hubiera querido que le tajaran la piel y le tiraran sal
en cada corte, mientras se quemaba en el desierto de Gobi. Revanchismo puro. Pero al esposo nadie se lo devuelve.
¿Se hizo justicia? ¿se hace justicia al cambiar muerte por muerte? ¿no sería mejor que viviera una larga vida de trabajo forzado y dedicación al prójimo? Por ejemplo, que tuviera que trabajar gratis de sol a sol, para la ONU, bajo extrema vigilancia, claro está.
No, todos los rencorosos lo querían ver muerto. ¿Y ahora qué? Ya no se lo puede castigar más, está en otro lado muerto de la risa, con grandes gestos de victoria. Si ni siquiera sufrió su muerte, se fue tranquilo y sereno, desafiante y más firme en su convicción que nunca. Además se le quita la vida como si eso no fuera algo que no iba a ocurrir alguna vez.
No tiene sentido la pena de muerte. No lo pienso por misericordioso ni por creer en la rehabilitación del asesino, sino porque no me sirve matar al que me hizo gran daño; el que me lastima en vida me tiene que pagar en vida.
Saddam Hussein subió al patíbulo y murió. Se fue y listo. Los que pidieron su lapidación se quedan acá, doloridos, corrompidos por la venganza y el odio, viendo pasar una vida nueva y llena de tristeza por lo que perdieron. ¿Quién la llevó peor, el iraquí o la mujer del sargento?
Puedo preguntar si existe la posibilidad, en este mundo de engaño y tecnología a su servicio, de que quien haya estado en el cadalso no fuera el propio Hussein .
Bienvenidos al odio sin razón, y digo razón en el sentido de racionalidad, de pensar con claridad. Siento pena por un pueblo adorador de la pena de muerte, porque no piensa inteligentemente y deja que alguien, que no conoce más que por los cuentos de Poe, se encargue de castigar a quien ellos mismos tendrían que ajusticiar.
Ahora, el Dictador juega barajas en el más allá, y nosotros sufrimos en este. ¡Congratulations!

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