miércoles, 14 de enero de 2009

SETENTA Y CINCO

A veces sería bueno subirse a un colectivo y viajar sin destino fijado de antemano. Agarrar el primer bondi que pase y sacar un boleto por diez minutos de viaje; una vez pasado el plazo bajarse y parar el primero en dar con nuestra vista. Sin importar adónde va ni de dónde viene. Y otra vez escoger un plazo de tiempo para el viaje (en esta nueva ocasión podrían ser 30 minutos) hasta cumplirlo y gritar la parada.
Esto hacerlo con quince o veinte colectivos. Arrancando a la mañana temprano hasta terminar el día en algún punto al azar, y ahí sentarse en el cordón de la vereda y descubrir que nuestro destino del día era meditar al mundo frente a las vías de la estación El Palomar.
Sin sentido. Absurdo. Mágico. Sublime.
Yo conocí una persona que cuando había que hacer tiempo proponía tomar la línea de colectivo que viajara más lejos. Un adelantado a su época.

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