lunes, 18 de enero de 2010

CIENTO NOVENTA Y TRES

Esa mujer me gusta hace tanto tiempo que ya olvidé aquella primera imagen que me dejó prendado de ella. Pero estoy seguro que estaba mucho más bella ésta misma mañana. Y en este instante en que escribo.

domingo, 17 de enero de 2010

CIENTO NOVENTA Y DOS

Cuatro mesas con números, dos de black jack, una de craps, dos de punto y banca. Y todo el pescado en el mostrador, sin vender y sin preguntas siquiera.
El pueblo del casino exclusivo de La Rioja ama las máquinas tragamonedas. De punta a punta del prolijo salón, entre las camareras que van y vienen dejando aperitivos y sonrisas asesinas, un ejército de rodillos trabajan a destajo, siempre con la avaricia programada por sus oscuras manos regidoras.
Bajando unos peldaños alfombrados, en un desnivel hacia el abismo de la mala fortuna, está el cielo de los jugadores; vacío, solo, despreciado por una multitud de zombies adoradores del 7 en línea.
Yo sopeso lo que podría ser el lugar concurrido como corresponde, imagino el fervor y el calor que se plasmaría en cada bola, en cada pase.
El mundo no entiende nada. Prefiere dejarle monedas frías a una ranura insípida, que cálidos plásticos a mullidos paños, donde poder recostar la fe sin que el golpe del azar duela tanto.
Arriba, aullidos desesperados de aparatos luminosos y tajantes, casi mezclándose con mi propia desesperación por la soledad de los talladores. Abajo, croupieres sin chances de ignorar reproches.
El dolor me invade mientras mastico un café con crema, solo y sin el amparo de mis amigos más sanos, que sabrían apenarse conmigo.

jueves, 7 de enero de 2010

CIENTO NOVENTA Y UNO

La película se anuncia, con bombos y platillos, fastuosamente ficcional. Con novedosos efectos especiales y el favor de la más avanzada informática; hasta se dijo que el director, teniendo el guión escrito y en un cajón, debió esperar el tiempo necesario para que dicha tecnología naciera efectivamente.
Todo pasa en un mundo inventado (Pandora), con unos seres inventados (la tribu de los N'avi), con una historia inventada, y con una trama pergeñada a la medida de todos esos inventos en sincronía.
Avatar (tal el nombre el filme) tiene una conexión con la realidad aplastante. O por lo menos la tenía hasta que el insensato del director la arruinó eligiendo uno de esos típicos finales que los yankees crean casi por vocación de grandes simuladores.
Tan solo venticinco minutos separaron mi crítica alabanciosa (juro que me estaba enamorando de la película), de mi denuncia implacable de la cobardía y la necedad del realizador tan galardonado. Más predispuesto a vendernos espejitos de colores que a transmitir un brutal pero verídico mensaje sobre nuestra historia pasada y presente (yo agregaría futura).
El norteamericano no pudo con su genio: mintió, disfrazó, miró para otro lado. Perdió una gran chance de gritar la verdad a través del séptimo arte. Y ante las masas obedientes.

domingo, 3 de enero de 2010

CIENTO NOVENTA

El pueblo está furioso. El pueblo quiere seguridad. Quiere el castigo justo y merecido para quienes amenazan su vida y su tranquilidad, su paz de hombres libres y trabajadores, decentes.
La violencia estalla en cada pantalla de televisión; la cuentan a diario desde mil micrófonos; la narran centenares de crónicas y editoriales. Hasta se proclamó, al filo de la hora cero, el último robo del 2009, con los bombos y platillos que despliegan quienes están contribuyendo, de ese modo, a combatirla. Por el bien de toda la sociedad.
Dos figuras del mundo del espectáculo, de primer nivel, aunque de no revelado mérito ético y moral, lanzan su cruzada contra los delincuentes que nos asolan el país.
Todo y todos se suman a batallar contra el último gran flagelo de la patria. Es una tarea de la sociedad, rezan algunos.
En los albores de la década que cerró el siglo XX, comenzó el plan siniestro que rompió igualdades, esparció hambre y pobreza, y puso la semilla neoliberal de cada inseguridad que hoy tanto nos atormenta. Los delincuentes no nacen con estipulaciones genéticas para delinquir, fueron paridos en una era donde los tormentos del alma y del cuerpo los recibían los que iban quedando a la vera del progreso de la Globalización libertaria. Que no son los que hoy claman acribillar con justicia a quienes fueron olvidados por todo tipo de justicia en su vida anterior.
Y no se confundan, no hablo de otorgar derechos humanos para quienes nos roban, nos matan, y nos hacen vivir con miedo. Pienso en los derechos humanos negados para esos mismos, que en aquellos tiempos, no tenían planeado robarnos, matarnos, atemorizarnos.
Mejor que vivir la inseguridad con las visceras, sería tratarla con la inteligencia y la razón. Esa sí sería una tarea de una sociedad lúcida y despierta.