sábado, 10 de enero de 2009

CINCUENTA Y DOS

Sin novedades en el frente arrancó el nuevo año. No le voy a decir qué año es el que vivimos; a usted, lector de este descoordinado libro, no le interesa. Y además no tiene importancia saberlo. Todo sigue igual de mal, pero espacio hubo como para que haya algún signo de cambio. Incluso, si uno lo piensa con más detenimiento, no hay posibilidad de que un año empiece bien, solo hay chances de que arranque mal. Está todo suspendido: trabajo, azar, todo está parado. Lo único que sigue funcionando es la mano de Belcebú. Accidentes de tránsito, quemados por petardos, balas perdidas, corchos saca ojos, hígados en shock...
Un año empieza de dos maneras: indiferente e intrascendente o mal, trágico.
Para mí empezó con un sueño de esos que llenan el cuerpo y el alma. No un sueño en el sentido de un deseo, sino en la cama, durmiendo, una elaboración onírica. Soñé que estaba en una fiesta ultramoderna junto a unos amigos y el lugar estaba lleno de mujeres que nos entregaban sus ímpetus sexuales sin dilaciones. Sexo en reiteradas veces con damas muy guapas, sexo oral de ida y vuelta, e incluso grupos de trabajo interdisciplinarios. Una delicia.
Me levanté con una erección que daba órdenes, y qué hacer el primero de enero a las diez de la mañana con tamaño fervor: me masturbé sin remordimientos.
Después me duché y más en mis cabales me empecé a acomodar al calor ambiente de un verano de volcán.

No hay comentarios: