Esto sí que es vida. Estar sentado en un bar leyendo cosas con conciencia, escribiendo otras tantas estupideces sin mucho sentido, y escuchando un poco de jazz. También tango o rock. La clásica es para otro momento y otro lugar.
Pasan las horas del trabajo, y mientras voy y vengo entre estanterías metálicas repletas de partes de automotores, pienso en las opciones que habrá a la salida. Ya me regodeo con un par de planes interesantes, aunque por ahí no puedo concretarlos en su momento.
De repente, a la salida del lugar de las bombas de aceite, me topo con el señor E. Y todo se tiñe del color de la mierda: las paredes, el techo, mi ropa de trabajo, el piso polvoriento, el traje limpio del dueño del mundo, el oxígeno escaso del subsuelo. Hasta la música que sale del grabador vuela por los aires con color a cagada fresca.
No me habla, solo da los buenos días por protocolo. Mejor así, yo tampoco lo aguanto.
Esto no es vida. Tener que ganarse la plata de nuestro tiempo haciendo cosas que son vanas y mediocres. Pero es lo que hay. Menos mal que están los bares, y los amigos, y la música, y el cine, y los libros, y los teatros comunitarios, y un tipo tirado en el subte tocando su flauta traversa.
El infierno existe. Es salir de diez horas de verle la cara a la realidad, llegar a casa y prender la televisión. El mundo entero es Alex de la Naranja mecánica, obligado a mirar imágenes de desolación y violencia.
viernes, 16 de enero de 2009
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