miércoles, 14 de enero de 2009

SETENTA Y DOS

La gente, la mayoría, dice odiar la rutina. Dice que está cansada de repetir diariamente las mismas acciones, los mismos pasos, hasta las mismas caras. Juran que agradecerían poder escapar de su rutina.
En realidad lo que la masa aborrece no es la rutina, sino Su rutina. No es la cuestión de repetir las acciones lo que molesta, sino tener que perpetrar esa parte de sus vidas que no le dan más que dolores de cabeza. El mierdoso trabajo como el gran divo de la comedia chota de la existencia.
Nadie se queja de la repetición de los placeres, de los goces, de esas cosas que son todo el justificativo a tanta podredumbre diaria. Por ejemplo el ir al cine todos los miércoles que es más barato; o el ir a la cancha todos los domingos. Eso es una rutina que está perfecta.
Yo amo la rutina. Podría hacer la misma tarea cien años y no aburrirme ni sentirme perdiendo el tiempo. La clave es sencilla: mi trabajo no es para mí nada sublime. Solo es lo justificado por mi fin autoimpuesto. Por eso puedo ir todas las mañanas, con idéntico recorrido, con misma hora de llegada, con igual desenvolvimiento hora tras hora hasta la salida a la vida grata. Como en este instante que existo en mi mejor forma, lo más gratificante que el tiempo éste me permite tener.
Dejen de culpar a la rutina de toda la frustración acumulada por su alma desde que llegaron al ruedo.

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