El doctor me vio en un santiamén, me preguntó cómo me sentía y me mandó volver en una semana. “Hacé baños de agua tibia con sal y andá dejando de usar la bota ortopédica, caminá por tu casa. Andá nomás.”.
La rubia linda e indiferente de la aseguradora me pidió el remís y ni un gesto de despedida.
Vino bastante rápido el coche esta vez. Como siempre trajo otro paciente para llevar a su casa, y así salimos como colectivo rumbo al sur.
Al llegar a Avellaneda pasamos por un sanatorio a buscar a otro ñato. El tipo no estaba, ya se había tomado el palo. Lo que hizo reputear al remisero en diez idiomas.
Dejamos al otro paciente en su casa y fuimos para Lanus. El chofer no sabía muy bien por dónde ir, y me preguntó si podía agarrar Madariaga, lo cual muestra que no tenía idea. Madariaga es un riesgo de afano, pasa por una villa complicada y ahí te hacen parar el coche con cualquier truco, hasta te pueden tirar un piedrazo al parabrisas para que frenes. Ha pasado.
No, por ahí no vayas le dije yo. Agarrá Sarmiento o hace el recorrido del 100, por ahí es más tranquilo. Así hizo.
Me dejó en mi casa a las tres de la tarde.
Tumbado en el sillón, con la pata en una palangana con sal gruesa, me acordé del chavón churro. Lo sacaron de adentro y lo mandaron a manejar la chata en el reparto, debe estar contento el loco, eso era lo que quería. Lo veo yendo a mil por las autopistas y las avenidas, ya cuando salía a suplantar a alguno, de tanto en tanto, hacía casi todos los pedidos. Eso porque iba en el aire.
Los últimos tiempos andaba comprando Taraguí en cantidad, no ya para su propio mate. Eso sí lo puede terminar jodiendo. En donde lo agarre la cana está hasta las pelotas.
Corro la palangana y veo una cucaracha enorme caminando por la madera del parqué. Esa vino de afuera, adentro no hay. Sacando las que viven (siguen ahí) en la cocina, pero esas son un chiste comparadas con el monstruo negro y brillante que va por el living rumbo al comedor. Si le tiro con algo y le yerro se escapa, y ahí sí que en la cama no me acuesto. Es así. Si veo una cucaracha y no la mato ya no puedo hacer nada más por donde anduvo; y sobre todo si es grande y asquerosa, y ni hablar si es una voladora. Son las peores. Son como aviones horripilantes, cuyo piloto está loco y borracho, y por eso va y viene sin saber a qué le apunta o a qué le pega.
Saqué la pata del agua, chorreé todo el piso y le di un zapatazo furibundo y estridente. Hubo un chasquido y quedó el piso blanco. Lo limpié y me quedé sereno, sabiendo que no había ningún bicho de esos debajo de la cama.
El tordo me mandó a caminar un poco, pero a mí me duele el tobillo cuando camino. Y en el trabajo no hago otra cosa más que caminar todo el día, y con peso encima.
No sé cuándo voy a estar bien. Igual, seguro que el tipo me da el alta la semana que viene y a otra cosa.
Estoy podrido de la basura de la televisión. Y leer tiene un límite. Al igual que la masturbación, que pierde la gracia después de la tercera. Habrá que aguantar las horas que quedan hasta volver a la vida normal.
lunes, 12 de enero de 2009
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