viernes, 9 de enero de 2009

CUARENTA Y DOS

Soy un especialista en sepultar para siempre mis relaciones circunstanciales con la gente. Compañeros de algún trabajo que ya dejé, amigos de algunos meses que conocí en ocasionales eventos, mujeres de revistas que abandoné, camaradas de materias que ya cursé. Todos olvidados para siempre, sin ninguna intención de retorno al instante vivido.
Hoy pasé por la esquina de la casa de una chica que me tuvo en su vida un tiempo. Fueron alguno ejemplares de alguna revista literaria, éramos muy unidos, muy involucrados en ese proyecto que nos amaba a los dos por igual. Se acabó. Y no la vi más. No lo intenté, no la llamé y tengo el número, no toqué a su puerta de la casa rosa sobre la avenida de Caballito. Es como si hubiera muerto y yo también.
Soy un especialista en abandonar los afectos brindados. Creo que porque soy cobarde por naturaleza, o porque no me gusta jugar con el filo de la desilusión, o porque temo el juicio de mi devenir en el estrado de terceros, o porque aborrezco la comparación ineludible entre las dos mitades de la fruta, la mía siempre putrefacta, agusanada, sin dulce sabor.

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