lunes, 12 de enero de 2009

SESENTA Y DOS

No puedo vivir sin la poesía. Perdonen el exabrupto. Puedo pasar las horas finitas sin un montón de cosas imprescindibles: la felicidad, la dignidad, el honor, la música, algunos amigos, mi equipo de fútbol, mis escritos (y entre ellos éste), el otoño, el sol, la lluvia, la esperanza. No sin un poeta que me ocupe todo el cuerpo con su tiempo perdido.
Guardo los nombres para mí. Me quedo con el poeta sin gloria que camina, ignotamente, las calles de todas las ciudades del mundo.

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