martes, 27 de julio de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y CUATRO



Es muy común escuchar hablar de dos etapas (una tercera no tiene estatura temporal para así llamarla) bien diferenciadas en la vida de Génesis. La inicial que va desde su fundación hasta la salida del primer vocalista Peter Gabriel; y la que tuvo el inesperado liderazgo del baterista devenido en portador de un carisma sorprendente: Phil Collins.
Aquellos primeros pasos están indudablemente imbuidos por el espíritu progresivo (ya había comenzado el repliegue del rock and roll en clave Beatles, melodía de radio, chicas gritando), sinfónico y contestatario que dominaba en ambos lados del océano atlántico norte. Desde su creación misma por los jóvenes Mike Rutherford y Anthony Banks no hubo discrepancias sobre las formas y el estilo que se iba a tomar. Cosa que tampoco ocurrió cuando el nuevo baterista Phil Collins reemplazó al primigenio John Mayhew.
Todavía se sentían los ecos del mayo francés y la resistencia a Vietnam, y el arte era una puerta abierta por donde se escabullían todos los deseos de rebelarse a puro grito. La música, la pintura, las artes plásticas, el teatro de los suburbios, todas expresiones convertidas en pancartas ideológicas de jóvenes entusiasmados. Las balas de la paz. Que Peter Gabriel se vistiera con atuendos alusivos y escenificara las presentaciones en vivo del grupo no era una moda, era la forma de sentir la música, y había nacido en medio del deterioro de la comunicación de las sociedades con quienes detentaban el poder en ellas.
Ya a mitad de los setenta el mundo se alejaba del bienestar post guerra mundial, y los ímpetus revolucionarios se iban durmiendo a la par que se rasuraban las barbas largas y se deshilachaban las carteras hippies. Empiezan los virajes y las inconexiones entre los integrantes de las bandas y los grupos artísticos; llegan las rupturas, las peleas, los alejamientos. Y Génesis va a integrar la lista de conjuntos en disonancia interna.
Peter Gabriel se va. El grupo va a empezar su mutación (¿meditada, casual o causal?) hacia las formas que serán típicas en la década del ochenta: canciones breves, ritmos pegadizos, y la instauración rígida del estribillo como género endógeno de la canción. Una transición lenta pero firme y con manifestación visible claramente en los siguientes discos.
Cuando todos creyeron que venía la inevitable desintegración de la banda, se produjo la muestra majestuosa del poder creador de los integrantes hasta allí al fondo de los reconocimientos.
Lo dicho. Una era Gabriel y otra Collins. En el medio una transición de cinco discos: dos con espíritu viejo (A trick of the tail y Wind and Wuthering), dos con espíritu nuevo (Duke y Abacab), y un híbrido (And then there were three). Acá me voy a referir al disco que es la explicación de por qué Génesis nunca estuvo en peligro de extinción. Y cuyo título pareciera resumir los momentos de incertidumbre que vivió la banda bíblica. Wind and Wuthering. La máxima inspiración musical (seis de los nueve cortes tienen su firma) de quien es el genio creador detrás de toda la vida del grupo. De punta a punta de la historia. El Brian Wilson de Génesis. Anthony Banks.
El comienzo es en torno al misterio de una intro instrumental de minuto cincuenta. Luego el otro inicio, el de la acción musical más soberbia. “El sol ha salido hace un par de horas, cubrió el terreno con una capa dorada. Estábamos animados y había parado la lluvia, la despensa estaba casi vacía, pero eso no era todo”. No lo era en el undécimo conde mar (eleventh earl of mar). La calma sigue con un solo de cuerdas que acompaña al promediar la canción, mientras Phil Collins entona dulcemente la historia. Luego, otra vez el vértigo se apodera de la melodía, rapidez y mucho ritmo: “¡Papi lo prometiste!”.
El final es un aullido que propone Banks hasta el silencio dominador.
One for the wine (Uno para la viña) es la banda de sonido de una superproducción de época. Épica. Majestuosa. Todo bajo las teclas de Anthony que guían la trama musical. Y el vocalista que, casi, susurra la letra. “Cincuenta mil hombres fueron enviados para cumplir el deseo de uno. Su alegato fue expresado de forma muy simple aunque nunca lo dijo en voz alta. Yo soy él, el Elegido”. Este pasaje que parece haber sido escrito para alegoría de Peter o de Phil, se adapta mejor a la figura genial de Tony Banks.
De vuelta el susurro antes del estallido. Van cuatro minutos de sinfonía.
La explosión que encara el impasse es a puro juego de dedos en el conjunto de rectángulos blancos y negros. Da paso a la quietud de la dulce voz de Collins que narra con suavidad la historia. Y el tramo final. Puro talento creativo del tecladista, hasta los acordes últimos. Como un descenso en el más sereno remanso. Despacio, de a poco, una luz que se apaga en degrade.
Tu manera especial (Your own special way) es una de las baladas del disco. Casi romántica. Sencilla combinación de prolija instrumentación e interpretación planificada. De tan cuidada hasta parecer sin pasión. Es el momento del cuadro sentimental en la superproducción pensada en Uno para la viña.
Final de este espacio de acercamiento a las futuras placas del grupo.
¿Wot Gorila? El primer signo instrumental del disco. Talla Anthony Banks en toda su dimensión de compositor casi de cámara. Pieza casi toda de lo que proponen sus manos delgadas. Breve pero intensa, audaz.
En el quinto single nace una historia fantástica y firme, una escena tras otra, un personaje tras otro, sus palabras y sus explicaciones. De lo más vilmente cotidiano (unos amantes, un ratón, un gato, una casa, como una imagen retratada de una vida) surge una metáfora de la lucha, de la piedad, de la ambición, de la esperanza, de la muerte. Y Todo en una noche de ratones (All in a Mouse’s night). Pieza con coros. Coros que aparecen como soporte menos vital que lo que se viene en los cortes siguientes del disco. Después de los cinco minutos de canción, de trama fantástica, todo es de Tony y su genio. Él da principio y fin.
Llega la otra balada. Pero ya no sentimental, sino como el momento de evocación y añoranza de aquel héroe de One for Wine . En Blood on the rooftops (Sangre en el tejado) el clima vertiginoso decae por obligación, pero lo hace como estrategia de contrapeso musical. “Olvidemos las noticias por hoy (haré algo de té). Sangre en el tejado, (mucho para mí)”. Eso, olvidemos, proponen Mike y Phil, la voracidad creativa de Banks por cinco minutos de calma perfecta.
Ahora llega un preludio sensacional de tormenta instrumental. Los sueños inquietos para los durmientes (Unquiet slumber for the Sleepers) es la concepción ideal de Hackett y Rutherford de lo que debe ser la metáfora musical de un lago quieto, calmo, a la espera de la tormenta. Nada que envidiar a una filarmónica.
Tony Banks hace explotar el silencio en In that quiet earth. En esa quieta tierra es donde deposita su virtuosa ferocidad compositiva. Con una hiperkinética manipulación de los trastos por parte del baterista vocalista. Hacia falta esto, parece gritar la canción. Muevan sus manos, hagan de las mesas un tambor con sus dedos movedizos, vibren. Dróguense sin droga.
Y con el efecto de ese ácido lisérgico imaginario y espiritual reciban el final del recorrido. Abracen el Resplandor (Afterglow) más conmovedor. Cierren los ojos y que el éxtasis llene el aire que lo rodea. La luz apagada para poder ver ese brillo que cubre la última genialidad del tecladista de Génesis. Los coros le agregan magia, espiritualidad, la presencia del abrazo de los sentidos desbordados de placer. Solo hay que sentir la música en el ambiente. La elevación es total. “Te entrego mi alma. El significado de todo lo que creía antes se me ha perdido, en este mundo sin nada”. ¿En éste mundo sin nada?
En 1976 Anthony Banks y Génesis nos dieron un disco llamado Wind and Wuthering. ¿Para qué más?

viernes, 23 de julio de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y TRES


Un tango atrás de otro
se va perdiendo la tarde
y el sol cansado de hacer alarde
se deja domar el potro.

Entre las cuerdas de una Carracedo
van mis lamentos saltando
y mis labios van tarareando
como el jockey va en el ruedo.

Por los pliegues de un bandoneón
va corriendo una lágrima
y en los versos de esta página
se va grabando un corazón.

Oscureciendo los ventanales
llega la noche con su desgano
le hablan las teclas del piano
a mi ánimo en los pedales.

Me voy antes que me eche
un maitre que nunca entiende
la sonrisa de un hilo pende
que siempre corta un tal Goyeneche.

DOSCIENTOS NOVENTA Y DOS


Lo siento General, lo hemos arruinado todo.
Nuestra desidia ha devorado sus mejores intenciones:
la idea y la lucha.
La preparación en los donativos para la campaña,
el cielo y el mar del corazón de Manuel Belgrano,
los acordes de Blas y el mensaje de Vicente,
la sangre del Sargento esparcida por la tierra olvidada,
la muerte del gaucho norteño declamando la prosecución de la resistencia,
el cuerpo de Mariano Moreno en el fondo del mar.
Aquellas batallas perdidas para ganar la del futuro,
todos los gestos extremos de unos hombres gigantes en el pensamiento y en la acción.
Lo siento Don José, le hemos fallado.
Entre aquel 25 de mayo de 1810 y éste glamoroso bicentenario,
la distancia es una fosa de Mindanao en el océano de la patria.

domingo, 18 de julio de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y UNO

En la vida de los indios Guayakies el carácter de nómades está dado por la incapacidad geográfica de desarrollar una agricultura sedentaria. La selva por donde se mueven no propicia para el sustento más que algunos productos como la miel, las larvas, y la médula de la palmera pindó. A su vez que la caza representa el otro punto de importancia para la alimentación.
Lo primeramente significativo de estos aborígenes es la no separación por sexos en las dos tareas mencionadas. Al contrario de otras tribus americanas, los Guayakies asignan a sus hombres las faenas tanto de cazar como de recolectar, siendo las mujeres las que llevan la vida del campamento temporal. Allí es donde crían a los niños, cocinan, fabrican cestos, son las alfareras del grupo, e incluso preparan las cuerdas de los arcos, tan vitales para los hombres y su prepondetante actividad de la caza.
La pervivencia de toda la tribu está dada por los roles que hombres y mujeres cumplen diariamente. La estructura permanece intacta dentro de esa división de actividades; los roles no se cambian. Otra cosa es quiénes, en agunos casos, cumplen esos roles. Para los Guayakies algunas variaciones no son vividas como un problema.
El Cesto y el Arco son los objetos cuya carga simbólica manifiesta el orden de esta comunidad. El Arco para los que cazan, el Cesto para las que ordenan la vida del campamento. El Arco y el Cesto: no obstante, no siempre el hombre y la mujer.
El campamento y la selva son, a su vez, los dos espacios cuya apropiación es otro signo del status de cada quien. Para los hombres la selva es su lugar de acción, allí son ellos quienes mandan. Allí cazan para la tribu y son los portadores de todo un saber y una práctica exclusiva y asimilada en su infancia de aprendizaje; para las mujeres el campamento es su sitio de actuación, allí construyen la vida de sus hombres fuera de la caza, dotan a los cazadores del tiempo de cotidianidad banal. Y así como sus tareas son el descanso de los hombres, el tránsito por la selva de campamento a campamento es su momento de vacío.
Al niño varón de temprana edad (4 ó 5 años) se le regala un arco de su tamaño. Con él comenzarán sus lecciones de cazador, y se irá haciendo cada vez más grande. Él y su Arco.
Ese niño dejará de serlo cuando se convierta en un cazador adulto y responsable de una familia: un Kybuchueté. Fabricando su propio Arco.
A las niñas, en la misma infancia, les espera un Cesto. No para cargar alimentos y objetos pero sí para desarrolarse dentro de su rol futuro. La niña dejará de serlo cuando, al llegar su primera menstruación, se transforme en una joven virgen predispuesta a recibir un marido cazador: una Daré. Fabricando su propio Cesto.
El Arco y el Cesto son las prisiones de cada uno de ellos. Y son, a su vez, los únicos objetos no neutros de significación sexual; un hombre vivirá con su arco hasta la muerte, una mujer lo hará con su cesto. Ninguno puede tocar, siquiera, el otro objeto que no le corresponde. Mucho peor será para la mujer, que traerá la ruina a la tribu al maldecir el Arco de su esposo al tocarlo, que ya no podrá cazar más. En el caso del hombre-cazador la sola manipulación del Cesto lo liquida en su carácter de varón, le traspasa una simbología femenina, lo convierte en un Pané: un cazador maldito que ya no tendrá suerte en su tarea.
Entre los Guayakies los hombres solo son cazadores. Sino no son hombres.
Ahora bien, ¿existe la posibilidad de hombres portadores de Cestos?
La respuesta es sí.
El Chachubutawachugi es un Pané, ya no podrá cazar, solo se dedicará a aprehender con sus manos tatués y coatís. Lo cual lo rabaja notablemente. Debe salir solo o en compañía de las mujeres, quienes le regalan un Cesto donde colocar lo recolectado. Ninguna mujer lo quiere como marido dada su condición de no-Arco, es decir de no-hombre.
Este hombre cargador de Cesto es víctima de las burlas del resto de los hombres de la tribu, como así también de las mujeres, que en su fuero íntimo lo menosprecian. Incluso los niños le tienen poco respeto.
No obstante, la maldad no era lo que imperaba en el conjunto de la comunidad. Disminuido simbolicamente, era acogido e integrado por el resto.
Otro caso muy distinto es el Krembegi.
Un hombre que desde temprana edad ha asumido incapacidad para el Arco, pero por un deseo personal de realizar las tareas femeninas. Vive entre las mujeres, posee un refinamiento para los trabajos artísticos, incluso mayor que el de las propias mujeres. Nada quiere saber con portar un Arco. Su vida es la de una portadora de Cesto.
La homosexualidad del Krembegi es socialmente aceptada. Mucho difiere el trato recibido por este hombre portador de Cesto del que se le da al Chachubutawachugi; en verdad no se le presta mayor atención. Se lo comprende como una mujer, y no como un no-hombre.
¿Por qué este trato diferente en cada caso? Porque para la comunidad de los Guayakies uno era un sujeto sin ningún lugar esperable, un no-cazador que tampoco es mujer. Mientras que el Krembegi es una mujer por voluntad y decisión.

En estos días que discutimos si es "aceptable" que dos homosexuales adopten un niño (porque ese es el problema de fondo que moviliza la opinión pública, no que se casen entre ellos, sino que constituyan una familia integral), sería bueno discutir algunos puntos más profundos y que tienen una influencia superlativa sobre el actual debate en boga.
¿Cómo vemos a los homosexuales, y dónde existen esos signos de la supuesta nocividad que conllevan para la sociedad?
Los Guayakies, dentro de su estructura social de funcionamiento, es una discusión que resolvieron sin tanto drama. Nada mal para unos "bárbaros atrasados" de la selva tropical.

DOSCIENTOS NOVENTA

Qué pena tiene este infierno helado que se esparce por todos los rincones del país. Llevando más dolor y más sufrimiento a muchos que solo saben vivir en el centro del dolor y del sufrimiento, sin posibilidades de salir de su sufrida existencia, ni espacios donde simular una realidad diferente. Al menos un rato.
No debiera hacer frío donde no hay otra cosa que heladas, todo el año, toda la vida. Las manos agarrotadas, el pelo escarchado, el viento penetrando por las hendijas de las casas agujereadas, sin resistencia más que los propios cuerpos. El abrigo que nunca alcanza. El agua que se calienta lento y se congela rápido. La piel que duele, azulada, rígida, como de otra persona al tacto. Los pies que quedan más lejanos que del piso al pensamiento. Y no dejan avanzar.
El humo de los alientos tiene mensajes que los burócratas de las ciudades no quieren comprender, y que los intelectuales de la modernidad se niegan a exhibir. Porque instan a tomar partido en una lucha que es contracultural y a muerte: la de lo humano del ser contra el sistema que lo vuelve indiferente al dolor ajeno.
El termómetro marca unos cero grados que no reparten sus penurias en idénticas cantidades.
El peor frío no es el que nos invade desde las tierras lejanas del sur, sino el que vive en las actitudes de una sociedad egoista y maniatada por su propia insensibilidad.

domingo, 11 de julio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y NUEVE

Si hay un lugar en el que se han encontrado marxistas y capitalistas es en el desplante a los antiguos rectores de la moral y ética planetaria, al menos en el campo de influencia de lo occidental (me atrevería a decir oriental también).
Los unos desde su propia lógica teórica fundacional; los otros desde un paso del tiempo que fue socavando la observancia del pacto inicial (empate simulado) entre ciencia y fe.
El orden mundial ya no juega su pervivencia en cuestiones teológicas. La voz que pueden levantar los mensajeros de la otra mejilla es más un gesto de hecho que de derecho. Todos lo saben, y eso genera dos posturas distintas en ambos contrincantes (ya no es pelea, en verdad): un énfasis virulento y combativo en los religiosos, y una comprensión con aires de tolerancia medida en los paladines del capitalismo globalizado, algo así como un mimo en la cabecita de los anacoretas y unas palabras serenas que consuelan: "tranquilos que todo va a estar bien".
Pero que no van a conceder nada a los que ya no dirigen la humanidad. Y mucho menos teniendo en cuenta que Roma participa del banquete de los nuevos directores.
¿Por qué se puede estar discutiendo por estos tiempos sobre el matrimonio entre individuos del mismo sexo? Porque los que deciden qué hay que discutir, qué hay que sancionar, y qué es permisible en el sistema mundo 2010 (económico y social, cultural en última instancia), tienen perfectamente claro que dos tipos siendo mamá y papá no son una amenaza. Cambia una pieza, se trastoca una forma, pero la estructura no se inmuta. Los melones se acomodan y el carro sigue andando, diría mi abuela.
Finalmente, casi podríamos decir que por una lógica de estructuralismo a nivel ecuménico.

DOSCIENTOS OCHENTA Y OCHO

El domingo amaneció tan gris como algunos pensamientos que se desparraman por entre los medios siempre militantes de la oscuridad y el status quo sectorial. Los mensajeros de la otra mejilla hablan de "guerra" y movilizan sus más obedientes combatientes. Que pagan en fecha la cuota de su educación del paraíso prometido y marchan a la plaza y a la batalla.
Mucho distan de algún grado, aunque sea menor, de praxis analítica racional social. Porque pensar la sociedad y sus implicancias solo puede llevar a una práctica racional. Más en la sociedad moderna, es decir burguesa.
La burguesía ganó su ascenso al estrado de la rectoría planetaria con dos aliados fundacionales y fundamentales: la ciencia en ciernes y la tecnología servicial. Dos entidades divorciadas de cualquier impronta espiritual, teológica.
El mundo es burgués, y lo burgués es originariamente dubitativo de la fe como único marco de acción y comprensión del entorno. Ergo, el mundo no debiera estar discutiendo si dos personas del mismo sexo pueden contraer matrimonio entre ellas.
Esa es una discusión que debiera haber sido concluida en el 1789.

domingo, 4 de julio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y SIETE


Vía Crucis.
Un grupo de lamentos sin sonido avanza firme, decidido,
sin chance de esquivar su camino.
Se me abre un hueco en el alma y por él miro la vida.
En el escenario de la modernidad,
el retrato de históricos mandatos se enquista sin piedad.
El mundo nuestro es hijo de aquél mundo anterior.
Quizá el destino no sea tan trágico,
quizá no haya una lanza en su final,
pero también es posible que la redención falte a la cita.

sábado, 3 de julio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y SEIS

Va un mensaje de texto volando entre un aire que pareciera irse a otro mundo. Que falta en este sábado de sol brillante y nubarrones negros solo en nuestra mirada.
Dice: "¿Por qué ponemos tanto alma en tan poca cosa? Dan ganas de balearse en un rincón".
Eso poquito es un partido de fútbol. Un mundial de fútbol. Nada comparado con otros acontecimientos que sí son una desgracia, y que debieran dejarnos el espíritu aplastado contra el piso. Que cada quien busque y encuentre esas realidades que tendrían que atormentar con mayor razón cualquier conciencia noble, sensata, piadosa.
Viene una respuesta por la misma atmósfera ausente; no viene, yo juego a crearla, en pos de un ida y vuelta del pensamiento, las pasiones y sus laberintos.
Dice: "Vos tenés razón, pero yo estoy destruido y no puedo dejar de amargarme profundamente".
Hice el mejor intento por anular el peso de lo cultural en mí. No pude. Y por eso sufro dos veces, en las dos dimensiones planteadas: por lo que debo y por lo que no debiera.
Pobre de mí.