viernes, 16 de enero de 2009

NOVENTA Y SIETE

Maderas cruzadas con inerme de gris sucio, al calor de algo que no se ve. Desorden, copetín, unas islas en medio del gesto. Acuarela. Nadie, cruzada, máscaras.
También un patio oscuro, con blanco en el lupanar, con pájaros que pasan, con ruidos de cercanos voluptuosos, con tierra entre pavimento.
No se entiende lo que no se puede entender. Esa es la explicación más correcta de muchas escrituras, de muchas letras de canciones. Es mentira que una oración de La Parabellum del buen psicópata tenga sentido; el ser humano se comunica y si el otro no entiende no hay comunicación, y no hay pasaje de sentido.
Todo tiene que arrancar de una idea concreta a trasmitir para que terceros la entiendan, una vez logrado eso viene el asunto de la polisemia, de que algo signifique otras cosas para otras gentes distintas a uno. Pero primero tiene que haber un sentido único e irreductible, la multiplicidad de sentidos como objetivo no existe, es una suerte de dadaismo de la escritura.
Una página escrita no debe tener que explicarse. Dice lo que dice, después busquen cosas que no dice pero a ustedes les gusta encontrarlas.
Aquellas palabras que están al principio de esto que escribo, eso de las maderas cruzadas y los ruidos, del patio y los pájaros, todo eso no quiere decir nada de nada.
Bienvenidos a la tiranía del que escribe (fijense que no dije escritor).

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