viernes, 31 de diciembre de 2010

TRESCIENTOS NUEVE

El árbol de los retornos. Así soñé yo que se llamaba el último árbol que quedaba sobre la tierra; el aire final para unos pocos agradecidos. Pero yo no estaba entre ellos, lo soñaba desde un pasado en ruinas, desde este presente inconsciente, cuando se iba desmoronando la naturaleza, la madre tierra, los arroyos y lagos, los ríos y los cielos.
Me acerco al tronco grueso y único y observo fíjamente. Es todo lo que hago en un buen rato. Y respiro, hondas bocanadas de oxígeno entran en mis pulmones. Acaricio las hojas que tengo a mano y descubro que al hacerlo toda la naturaleza se mueve lentamente en vaivén, aunque no hay viento, ni una remota brisa que más no sea un recuerdo de pequeña borrasca. Hay algo vivo en ese árbol que es más que él mismo.
Luego me siento a contemplarlo a unos metros.
El viejo llegó por mis espaldas, el joven me abordó por un costado. Un niño de la mano de una muchacha llegaron desde atrás del árbol. No sé si son los sobrevivientes, no lo pregunté, ya no me interesa tampoco.
Comenzaron a hablarme de cómo fue, de cuándo, de brutalidades compartidas y arrepentimientos tardíos. Hasta gritar su desesperación tan vívida en la recordación que me traían. El anciano lloró. El niño nunca dejó de jugar a trepar al árbol. La chica y el joven se tomaron de la mano, sin hablar un tiempo que no sabría cuánto fue; luego ellos, iniciaron la explicación de lo que hacen y esperan hacer, los cuatro.
"El árbol es la clave para nuestro futuro, pero no podemos usarlo, solo hablar con él de lo que sabemos y con ello recomenzar", dijo la muchacha, mirando las hojas que abrazaban al niño.
El joven siguió: "Él nos da el aire que hay, lo demás debemos hacerlo nosotros, todo lo perdido habrá de ser recuperado con los tiempos y nuestros sacrificios a través de ellos.".
El niño cayó desde una rama y rió a carcajadas, desparramado en la tierra humedecida por las lágrimas del viejo.
Todo se empezó a desvanecer, lentamente, no tristemente, sin chance de que yo pudiera impedirlo.
El viejo fue el último en hablar en mi sueño. "Los árboles que nos darán los libros donde reconocer y legar nuestros atrocidades como especie, son los futuros hijos de este árbol que nos ofrece respiración boca a boca. Él no es el árbol de los libros, sino el de los retornos.".

domingo, 26 de diciembre de 2010

TRESCIENTOS OCHO

Es un premio infame. Casi una afrenta, una burla de quien comete atropellos que están lejos de poder ser redimidos con unos dineros repartidos arbitrariamente.
Se hace un silencio en el salón risueño, se pide callar las voces y los gritos, las risas y carcajadas. Todo se va poniendo manso, como a él le gusta. Casi, pareciera, que hasta el personal del bar entiende que no puede interrumpir al orador que surge; los lavacopas silencian sus pocillos en choque, la caja se calla sin abrirse, los mozos no toman pedidos.
Habla el Señor E.
A las cinco de la tarde de cualquiera de estos días que nos arrasan el cansancio abruma en alguno de los tres pisos del depósito. Las manos grises van queriendo dejar de cargar bultos pesados, las piernas duelen en cada escalón, de ida y de vuelta, el calor se multiplica de nivel en nivel, sin ninguna resistencia hace brotar el sudor en los rostros y las espaldas de todos los empleados del sector más vil de la empresa. En otros lados el aire acondicionado es un beneficio que demarca las desigualdades invisibles.
"Este ha sido un año muy fructífero para la compañía. Y queríamos agradecerles a todos el esfuerzo y la dedicación.".
Es difícil separar la vida del trabajo de la vida propia. Los músculos que son exprimidos en nombre de la obligación social no dejan de recordarnos su pesar en ningún momento. Se trabaja todo el tiempo a toda hora, porque el descanso es el trabajo del cuerpo preparándose para recibir más flagelo.
No se puede parar más de cinco minutos sin que una cámara le indique al Capital nuestra holgazanería, y nos condene a una reprimenda terrible; no se puede hablar con un compañero más de cinco minutos entre las 8 y las 18, sin que una cámara nos venda ante el Capital, y nos vuelvan a reprender.
"Nosotros queremos premiar a algunos empleados en los cuales vimos un empeño mayor hace un tiempo. Es una forma de retribuir el esfuerzo.".
Mi compañero "A" va y viene todo el día entre los pisos ardientes y cargados de cajas, de esfuerzo, y de cansancio. Casi nunca falta. Pero una vez, un día, estuvo quince minutos sin trabajar, lo vio el ojo que graba ubicado en el tercer círculo, y se lo mostró al orador que dice que va a retribuir. Fue un cuarto de hora de las diez horas de cada día, y es mucho tiempo sin justificar el salario.
Demasiada inacción para una empresa que está vendiendo tres veces más que el mismo mes del año anterior, con los mismos trabajadores, sin ningún aumento de sueldo para nadie.
"Gabriel. Gracias por tu esfuerzo y empeño(...) Los demás sigan participando.".
El sobre con mi nombre no tenía una nota de gratitud, ni una tarjeta, ni una estela breve que dijera algo. Tenía dinero. Solo dinero. Lo único que saben entender, lo único que le saca gestos amables al Señor E. La única explicación de todo el caudal de violencia física y verbal que vive entre los muros de su compañía.
El lunes bien temprano el dinero fue a las manos de los que no recibieron nada. Porque hicieron todo menos quince minutos.
El Señor E no lo sabe, pero retribuyó a todos y cada uno de sus obreros esforzados y ninguneados.

TRESCIENTOS SIETE

El mundo tiene un problema de inmigración. Las regiones separadas por leyes y mandatos de la historia, tienen problemas con gentes que quieren ir donde no nacieron.
En verdad la inmigración tiene un problema con el mundo.
Hay que cambiar el mundo.

martes, 21 de diciembre de 2010

TRESCIENTOS SEIS

Un café en un bar del puerto en la tarde del domingo, y un manojo de esperanzas en una tierra a la deriva. La distancia es mucha entre las dos vidas, entre los dos momentos; unos tienen todo resuelto, otros apenas saben qué pasará hoy.
El entorno mira sin entender mucho cómo es ser el otro. Solo sabe de decir lo que años de existencia así le dictan, y juran que es natural creer en la desigualdad entre los seres humanos.
Yo pienso que todo aquel que pisa este mundo debiera ser dueño de una porción de tierra, por derecho de existir, por el hecho de existir. Y decir esto es decir que el mundo no tiene dueño, porque es nuestro sin otra justificación.
Lo otro, lo de las naciones y sus Estados es mentira, es un engaño que se fue haciendo en cada rincón, en cada escuela, en cada mente. Pero tiene conciencia de sí mismo, y vida, y con ello todo arrasa en nombre de la historia que pocos quieren revisar.
El café se termina en el mismo domingo que también pasa. Las esperanzas que se arropan con poca cosa son más importantes, y por eso algunos somos así. No hace falta decir cómo.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

TRESCIENTOS CINCO

Se buscan hombres y mujeres que quieran ser marcianos. Solo se trata de resignarse a que éste, nuestro mundo, no es el lugar del futuro. Y que Marte pronto dejará de ser un árido pasado.
Hombre y mujeres de poca fe, o mucha. Según dónde miremos.

lunes, 25 de octubre de 2010

TRESCIENTOS CUATRO

El peligro es inminente, aún años después de su aniquilación. Tanto que su exposición es aislada como un veneno poderoso, reservado al último y solitario piso del lujoso complejo cinematográfico. Allí, donde esa única sala vive en el exilio que el reparto de espacio le reservó, se proyecta el documental sobre la vida del guerrillero más famoso.
En la pantalla más alta de la Village el hombre nuevo sigue luchando por un mundo nuevo. Eso sí, el mundo viejo y atroz es tan patético y predecible que no niega la proyección de sus ideales, y no lo hace por democrático sino por su propia lógica de supervivencia.

lunes, 18 de octubre de 2010

TRESCIENTOS TRES

Vivimos momentos de gran agitación estudiantil, donde las reivindicaciones de una distribución más justa de la riqueza, en su apartado Educación Pública, parecieran llevarse por delante las trincheras que determinados sectores del poder político (por ende económico) se afanan en mantener invulnerables. Siempre echando mano, no solo a las posibilidades propias de la coerción de Su Estado (listas negras, amenazas, procesamientos...) sino también en la construcción de un discurso que promete algo que no cumple, ni quiere cumplir. Pero que en buena parte de la sociedad toda se convierte en un calidoscopio en el que la mente busca la forma más linda, menos perturbadora. El éxito del mensaje es lo que mina y socava las posibilidades y profundidades de acción de los que luchan por redistribuir.
El embate arrollador que la comunidad educativa (¿no debiera ser la sociedad toda?) vio surgir en cada toma de colegio secundario, y más a profundo análisis, en cada organización autogestiva e independiente de la manipulación de tradicionales "directores de lucha", un gran paso fundamental para empezar, no solo a conquistar cada reclamo impostergable del sistema educativo en su conjunto, sino para poner ciertos temas en una mesa de debate que siente a todos los actores sociales a discutir largo y tendido. Con la activa participación de cada uno y sin oídos sordos y necios.
Exigir mayor presupuesto para la educación pública es, en última y vital instancia, reclamar inclusión en la educación, ésta como valor supremo e innegable de todo ser humano. Todos tienen derecho a educarse y capacitarse; para proyectar un futuro mejor, pero también, y ese es el tema central de este escrito, para desarrollarse intelectualmente. Esto último, que parece una obviedad, es una causa a la cual no pareciera corresponderle ninguna consecuencia. Y no solo que nadie coloca en el debate sino que es desconocido, incluso, por quienes debieran refrendarlo.
¿Por qué se estudia? ¿Para qué? ¿Por qué alguien puede querer adquirir conocimientos?
La respuesta que demos a estas preguntas básicas tendrán y tienen un peso esencial en cómo se entiende y se activa la responsabilidad de permitir el acceso social y masivo a esa instancia de instrucción. Y todo se puede resumir, aún a riesgo del reduccionismo amortajador, al tipo de sistema que nos gobierna aquí y ahora, en estos tiempos de la humanidad. Sistema que de todas las respuestas posibles escoge una para que sea su faro guía, y en la cual se hallan aprisionadas todas las esperanzas de tener ese derecho universal: ir a la escuela gratis, en un contexto de dignidad para educadores y educandos.
En una mesa de café, alguien me dijo, con un gran convencimiento "La educación tiene que ser gratis en la primaria y la secundaria, la facultad se la tiene que pagar el que quiera ir, que ya es grande y se tiene que hacer cargo de su futuro y preparación. ¡A cuánta gente el Estado le paga la facultad para calentar un banco!
Vamos a dejar de lado aquí el análisis más profundo y fundacional de cualquier discusión política, acerca de la existencia del Estado y sus legitimidades (lógicas de funcionamiento) conseguidas para "ordenar" las sociedades y sus relaciones internas. Lo propongo, no porque no me interese darlo, sino porque quisiera detenerme en la configuración que se desprende del citado discurso sobre la educación, su función, y su razón de ser. Una caracterización que funde inexorablemente al conocimiento con la praxis profesional; al saber con su funcionalidad racionalista; a la Educación con el Mercado.
No hay otra razón por la cual adquirir saberes, que siempre terminan por exigirse como específicos, funcionales, y claro, subsidiarios del capitalismo y su reproducción voraz. Cada vez más asistimos a la desaparición del concepto de universalidad del campo de conocimientos, donde el conjunto de enseñanzas recibidas, lejos de ser acotadas y "localizadas según las necesidades específicas del momento actual del desarrollo de las formas de producción", son la proyección en el individuo de un sujeto cultural extendido, más humano y más en sintonía con el mundo que lo rodea, mucho más allá del sistema que lo envuelve.
Claro que esta visión involucra la creación de un nuevo actor social (o hace regresar al viejo más bien); uno pensante,activo, y por sobre todas las cosas sensible a la realidad de su entorno.
Antes de seguir debatiendo sobre las necesidades de una educación pública y digna, o como enfoque integrado en dicho debate, es imprescindible reconfirmar dónde radica esa necesidad. Ampliar las razones para no ser presas de la justificación posmoderna de quién tiene derecho a estudiar y quién no, cuántos lo tienen, por qué lo tienen, y dónde se inscribe ese derecho.
Calentar un banco no es un eufemismo de perder el tiempo uno y hacérselo perder a la sociedad que nos permite estudiar gratuitamente. Calentar los bancos, incluso, es parte de un derecho que no termina en "aprender para servir", cuando en verdad todo aquel que aprende ya sirve.

viernes, 15 de octubre de 2010

TRESCIENTOS DOS

"Yo soy así, negro. Yo estoy trabajando un rato y después me pinta la vagancia y las ganas de quedarme chupando en la esquina. No sirvo para laburar con patrón". El Gorilón es una fiera envasando rulemanes y correas de transmisión, no para, mete mil cajitas por hora. Saca todo el trabajo. Y en una de esas se tira arriba de la mesa y se pone a dormir, a pata suelta, a ronquido de trueno. Todo el cuerpazo de peso pesado desparramado sobre el azul de la mesa, con los caballetes que apenas se aguantan abiertos y resistiendo.
Yo le decía, Gorila, levantate que va a entrar el dueño, dale boludo, te va a echar a la mierda. "Y que me echen. Yo ya saqué todo lo que me dieron de laburo, ¿no puedo descansar?". Podés parar un rato pero no tumbarte así, sin zapatillas, con las medias agujereadas, a las tres de la tarde, cuando faltan tres horas para salir. "¡Dejá de joder Harry!".Faltó un día, faltó el siguiente, vino el tercero, el cuarto, faltó el quinto. Lo vieron tirado en la plaza Raymundo Gleyzer con una botella vacía como almohada, también tirado en la avenida Warnes a las siete de la tarde, durmiendo como las casas de repuestos.
No lo echaron, se fue solo.
Laburaba un montón, cumplía con lo que le decían y le quedaba tiempo. Se acostaba a torrar cuando no tenía qué hacer, y eso es un pecado en la sociedad capitalista que le compraba los brutos brazos, por diez horas al día, y para moverlos hubiera trabajo o no.
El Gorilón no sirve para el mundo moderno. Prefiere laburar de a ratos, cuando lo necesita, por la comida y el eskabio. Después no quiere hacer nada de nada para otros.
Es el último Hidalgo que conocí.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

TRESCIENTOS UNO

La demolición es inminente, las paredes ya no pueden disimular el deterioro que avanza sin oposición. Todo es una amenaza de venirse abajo. Al fondo, luego de atravesar unos maderos cruzados, el patio repleto de escombros es el pulmón al cual entra el oxígeno que inunda la casa y su aire pesado, con humo, con alcohol, con piedras rodando por entre los cuerpos sudados. Al ritmo de una cumbia tras otra.
La colorada festeja su cumpleaños en el coqueto barrio de Caballito, pero en los despojos de una antigua casa, que ya tiene fecha de derrumbe y nueva vida en forma de edificio. Estamos todos convocados y aquí llegados para fabricar una joda que se las trae (aunque al final se quedó en la promesa nomás).
Tres vasos de vodka con naranja son una buena razón para ver fantasmas en cualquier imagen pintada en cada pared. Y para agitar el envase sin temor al estallido, ni a las formas, ni a nada. Las volutas nunca se dispersan y las amigas de la pelirroja no la dejan compartir la noche; los organizadores no tienen ningún problema con cualquier decoración nueva, y marcador en mano agrego un par de consignas libertarias a los muros tatuados.
Carlos está para atrás, yo lo levanto cuando apenas me mantengo en pie; Paz resiste los embates del tano vela en cuclillas. La Pili dice que estoy re loco. Y Camila descarga toda su ira contra Comparada y el presente terrible del Diablo.
Y en todo este mambo criminal de locos, borrachos, y fumados, una adolescente traspasa los límites de los bizarro. La morocha, ebria como una cuba, apenas en sus cabales, se planta delante de mí y me pide el teléfono celular para revisar sus mensajes. Trata de manipular mi celular pero se resigna y me lo devuelve; y mientras reviso el buzón de su tarjeta de memoria puesta en mi aparato, me pregunta: "¿Te molesta si hago pis?". "¿Si no te molesta a vos?", contesto.
Sin responder a mi respuesta-pregunta, se bajó los pantalones, la bombacha, y se sentó a lanzar su lluvia dorada. "¿Encontraste algún mensaje?" (mientras se sube la bombacha y los pantalones, parada frente a mí). "No te llegó ningún mensaje".
Y se fue por su lado. Y me fui por mi lado. Y la que golpeaba la puerta del baño de mujeres con insistencia pudo entrar a hacer lo suyo.
A las seis de la mañana, un argentino que nació en San Pablo me alcanzó para mis pagos del sur.
Todo en la noche de un sábado, en otra fiesta en Caballito, con otra colorada, y en una casa que ya no será nada para todos nosotros.

domingo, 19 de septiembre de 2010

TRESCIENTOS

En Marcelo. T. de Alvear el angosto pasillo que nos introduce en el mundo derruido de la facultad de Ciencias Sociales se convierte en el épico pasaje de las Termópilas. Los que sufren el embate: trescientos estudiantes dispuestos a resistir los avances de los burócratas que intentan aniquilar el futuro de la educación pública, los monstruos que amenazan con represalias ejemplares a los estudiantes y a los docentes, luchadores que ponen sus cuerpos para que el "Imperio" no pase. Con un Jefe de gobierno porteño tan bizarro y hedonista como el mismísimo Jerjes, tan presto a mandar a todos sus esbirros para acometer con furia y brutalidad. Y siempre un Efialtes habrá, que se niega a dar clases públicas y pone su cuerpo en la traición.
La consigna es igual: no pasarán. Y también dejarán ellos, los alumnos encontrados hombro con hombro, todo el cuerpo hasta el final, hasta que no quede ninguno en pie. Como una ofrenda a la historia de los justos.

sábado, 28 de agosto de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y NUEVE

Narciso era un bellísimo joven, hijo de un dios río y de una ninfa. Además de una preciosura admirable, el muchacho no escatimaba en equilibrio; transcurrió toda su infancia sin un tropezón, sin haber caído nunca al piso. Esto no era tanto una virtud aprendida con la costumbre de vivir sino más bien una innata injusticia anatómica. Partes de su ser en la más clara pobreza, y partes bien dotadas, especialmente su quinta extremidad. Tal era su magnitud.
Cuando nació sorprendió a todos de entrada. En verdad se notó cierta preocupación por la suerte que tendría el animalito de Dios al desempeñarse en las cosas de la vida. Sus padres fueron inmediatamente a consultar al gran adivino Tiresias, esperaban que éste les dijera cómo debían proceder con su primogénito y qué destino le aguardaba. El hombre dio un manojo de respuestas que no eran de una gran precisión, digamos que desencadenó una suerte de enigmas que solo con el paso de los años fueron tomando su real dimensión. Igual que el pequeño Narciso.
Tiresias, visiblemente sobresaltado, escudado tras un taburete, y gesticulando desde una habitación contigua, gritó a la pareja primeriza: “Que no vea su imagen reflejada nunca, puede asustarse y morir de un paro cardiaco”. El dios y la ninfa agradecieron al brujo y se marcharon con el hijo y sus cunas.
Durante toda su adolescencia Narciso desprecia al amor y rechaza los ofrecimientos de cariño de millares de ninfas, de doncellas, de sirvientas, de esclavas, de príncipes, de soldados, de campesinos, de vacas, de gallinas… Ni una sola pretensión es atendida por el joven, que opta por atenderse solo, pero que rápidamente descubre que no se basta para calmar a su gigantesco fervor. Es imprescindible una ayuda para sofocar su incendio, ya que manipulando su dotación no alcanza.
Así sucede que una mañana primaveral, en una salida a recoger frutos silvestres, el hijo único encuentra al Dios Zeus juntando gladiolos en una canastita, y observándolo semitendido, arrodillado a la vera del sendero, se despabila todo su instinto. Arremete en una carrera desenfrenada. Bajo los finos rayos del sol, formando en las rocas aledañas la sombra de una regla T recostada y en movimiento propio de caballero medieval en combate, lleva la recta larga hasta chocar al padre de todos los dioses, que lanza un furibundo bramido de todos los cielos, y que es escuchado en todos los rincones del Olimpo. Incluso por la propia Pitoniza, que al instante anuncia: “¡Ésta no la tenía! ¡Ajusticiaron al Jefe!”.
Narciso sació sus deseos velozmente y se retiró de retorno a su hogar, desconociendo la investidura de quien poseyera sorpresivamente.
Zeus , el que amontona las nubes, llegó a su morada con la ayuda de Eolo, que lo levantó por los aires (no tanto como el joven) hasta depositarlo en su lecho, en este caso de dolor. Ahí estuvo un par de semanas atendido por Palas Atenea, la de los ojos glaucos, durmiendo boca abajo, custodiado por Poseidón.
Una vez recuperado desató su furia contra todos los hombres, haciendo despertar los deseos de Narciso cada diez minutos. Quien anduvo arremetiendo contra todo lo que se le pasó delante, y reite de las siete plagas y el diluvio universal.
Pero no contento con su decisión, el mayor de los dioses sigue irradiando sed de venganza por los poros, y sabe que su calma llegará solo al ver al joven desaforado ultrajado él mismo. Trama entonces el final de esta historia, y pide el aval del resto de los dioses para llevarlo adelante. Que como no podía ser de otra manera aceptan su decisión e incluso dan consejos para los pasos a seguir.
Un día de calor, después de una cacería, Narciso siente la necesidad de beber agua. Se inclina en cuclillas sobre la superficie cristalina y sin darse cuenta (solo al principio) se auto flagela con toda su vitalidad y firmeza. Pisa su propia imagen en el agua y no logra entender quién lo somete tan brutalmente, se deshace en improperios, rasguña las piedras, se come la hierba con los dientes apretados, y muere desangrado a la orilla del remanso.

lunes, 23 de agosto de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y OCHO

Llego justo cuando Alejandro está tratando de convencer vaya a saber de qué cosa a Diógenes. Enfrente a ellos, el X conde de Lemos, Don Pedro Antonio Fernández, los mira montado en su caballo, sin interesarse demasiado en lo que discuten. Aunque peor está el que metido en una armadura italiana del barroco, se hacina tras su peto, acogotado por su gola. Si tuvieran el agua fresca de sus siglos XV y XVI, los brocales propios de la cultura arabe podrían mitigar el calor del hombre en su armadura.
Todo eso en la propia entrada del museo Enrique Larreta. Temprano sería, ya que nadie había en la sala de estar hispanomorisca. Que en cierta forma le da más razón a Castro que a Sanchez Albornoz.
Ya en la sala siguiente, el cardenal Belluca y Moncada, obispo de Murcia, se agarra el pecho con su mano diestra. ¿Será por la cara conque lo mira Adam de Dietriechstein? Un Barón que recibió la gracia de ser obsequiado su retrato por Felipe II.
Al que tal vez no le hizo risa fue al pintor Juan Pantojo de la Cruz, que se vio obligado a laburar en el asunto.
La larga mesa no está servida. ¡Vaya mesa! Que donde comen veinte, comen veintiuno, podríamos asegurar. Claro que en el siglo XVI no era cuestión de andar sumando comensales que necesitaran ser sumados. Se vería muy mal.
A decir verdad choca un poco la pose grandilocuente y contemplativa de Larreta, contra la posada del vino, donde unos sudorosos hombres llevan una vida no tan de contemplación. Lejanos al retratado al pie de Avila, e ignorantes de "La Gloria de Don Ramiro".
Por ahí exagero con mi descripción. Así pareciera decírmelo San Isidro Labrador, con su cabeza levemente inclinada hacia su hombro derecho, y su mano izquierda abierta hacia mí. ¡Y la mirada! Algo así como "¿No será mucho?". Bueno, él es santo, y yo no. Sepan disculpar ciertas objeciones mías de clase.
Las guitarras que acompañan mi deambular por la morada de Don Enrique, apuran un poco la somnolencia dominical matutina.
En la siguiente sala retiro lo dicho, por las dudas. No sea cosa que a algún hispano ofendido en su orgullo, se le ocurra echarle mano al Yagatán turco del siglo XV, que duerme su triste retiro apresado tras una vitrina, y me haga conocer en carne propia la leyenda coránica grabada sobre su acero. O por qué no, las alabardas y lanzas y corcescas, que amenazan al techo envigado.
¡Esta mesa si que es grosa! Aquí el Furher español (es notable el parecido según su fotografía expuesta) recibía entre otros a Ricardo Rojas, Manuel Galvez, Leopoldo Marechal, Ricardo Levene, Mujica Lainez. Es el escritorio de Larreta, aunque no su lugar favorito, según sus familiares.
En otro orden de cosas, y sepan entender que yo no capto mucho de arte, este Manolo Valdés es un atrevido. Esto de andar apropiándose de las obras de grandes artistas para resignificarlas esteticamente, puede resultar un poco insolente. El Paisaje de verano en la cabeza de Salomé, el rostro que se fue, Kandinsky y Cranach un tanto perplejos; la Reina Mariana no tan sobria como la pensó Velázquez, y encima sujetando a Picasso con una mano de escorpión.
A la Dama de Elche le extirpó todo rasgo, todo gesto. La volvió pura modernidad.
No entiendo de arte. Pero descubrí que Manolo Valdés no me gusta. Seguramente yo tampoco a él.
Después de la tenue luz interior del caserón (barrio de Belgrano, caserón de tejas) el jardín lastima la vista. Enorme, extenso, fabuloso. Laberíntico paseo de ligustrinas, un verdadero parque botánico, pero sin gatos. Con fuente y glorieta, y bancos para el descanso y el disfrute de la naturaleza. Hoy en día imposible de visitarlo en silencio. Tanto como que a un empresario se le ocurra poner esculturas de las cuatro estaciones en su espacio del country.
De regreso en el interior, y en el dormitorio del dueño de casa, un retrato oval me recuerda al que mi abuela Celsa hizo de mi padre y sus tres hermanos. Lo demás ya no se parece mucho a la pobreza que la gallega de Orense ostentó hasta su muerte.
Realmente un privilegio despertarse a la mañana y ver por la ventana un bosque personal, un Eden propio.
Valdés sigue hablando en una computadora en el pasillo. También se suceden sus obras en la pantalla. Algunas me gustan. Pero igual, mayormente creería que se le fundió la lamparita guía.
Me voy de una España detenida en el tiempo. Creo que quizá, más que un museo de arte español, es una muestra de época. Claro que los objetos suelen ser obras de arte, aún los de uso cotidiano, pero aquí están por haber sido utilizados en unos tiempos de la historia de la Península, no tanto por ser hechos para el goce visual, puramente estético.
Es mi opinión. Puede fallar.
Siendo el mediodía del domingo, hay dos cosas que me acongojan: que Alejandro no haya podido persuadir a Diógenes, y que justo cuando me retiro pongan a sonar el maravilloso concierto de Aranjuez.

domingo, 22 de agosto de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y SIETE

Acá, entre nosotros, mientras vos estás preocupado por unos cuantos pelotudos acomodaticios, que quieren subir su plan y seguir con el voto ponderado, afuera te están cojiendo con la pija muerta.
Tu lucha está bien, es noble, es justa. Pero no es donde está el grueso del enemigo, que es en los barrios, y en la calle, y en los medios, y dentro de las cabezas humildes, con sus manos callosas.
Te reservás para una pelea de telón, no la de fondo.
Ahora, entre nosotros, vos jugás a hacerte el revolucionario acá adentro, afuera te siguen cojiendo con la pija muerta. Porque sos tan poca cosa que no les das ni para que se les pare.
Esto es para vos, uruguayo.

viernes, 20 de agosto de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y SEIS

¿Por dónde empezar cuando los monstruos que siembran esta era de explotación y muerte viven en todas las cosas?
Por destruir su semilla justo allí, en cada cosa donde la pongan.
En todas las luchas está la lucha.

domingo, 15 de agosto de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y CINCO

De pronto sentí que las costillas se iban de mi cuerpo, al mismo tiempo que mis codos se agarraban a trompadas con costillas ajenas. La noche, que era más noche puertas adentro del lugar, sentía los aullidos de una guitarra indócil, los quejidos de unos parches que cabeceaban palillos furiosos, el vozarrón de un bajo que hacía vibrar los vidrios del aula cuyo número no recuerdo.
Todo era ruido y pesadez. El grupo que tocaba en el improvisado escenario se debatía entre vivir o morir en el intento de sonar sin ser un barullo de notas extremas.
Y yo debuté a mis treinta y seis años en el pogo de un recital cualquiera. No sé bien por qué, pero salió así, correr al centro del huracán y tratar de sumergirme en esa marea humana que chocaba contra bancos, más bancos, pibes, y más pibes. Violentamente, pero felices de hacerlo.
Nunca había viajado al interior de un pogo. Así me fue. Dolores musculares para toda la semana entrante.
La gente de Sociales de la Universidad de Buenos Aires hace buenas fiestas. Justito atrás de donde los de Medicina diseccionan fiambres en nombre de la ciencia.

martes, 27 de julio de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y CUATRO



Es muy común escuchar hablar de dos etapas (una tercera no tiene estatura temporal para así llamarla) bien diferenciadas en la vida de Génesis. La inicial que va desde su fundación hasta la salida del primer vocalista Peter Gabriel; y la que tuvo el inesperado liderazgo del baterista devenido en portador de un carisma sorprendente: Phil Collins.
Aquellos primeros pasos están indudablemente imbuidos por el espíritu progresivo (ya había comenzado el repliegue del rock and roll en clave Beatles, melodía de radio, chicas gritando), sinfónico y contestatario que dominaba en ambos lados del océano atlántico norte. Desde su creación misma por los jóvenes Mike Rutherford y Anthony Banks no hubo discrepancias sobre las formas y el estilo que se iba a tomar. Cosa que tampoco ocurrió cuando el nuevo baterista Phil Collins reemplazó al primigenio John Mayhew.
Todavía se sentían los ecos del mayo francés y la resistencia a Vietnam, y el arte era una puerta abierta por donde se escabullían todos los deseos de rebelarse a puro grito. La música, la pintura, las artes plásticas, el teatro de los suburbios, todas expresiones convertidas en pancartas ideológicas de jóvenes entusiasmados. Las balas de la paz. Que Peter Gabriel se vistiera con atuendos alusivos y escenificara las presentaciones en vivo del grupo no era una moda, era la forma de sentir la música, y había nacido en medio del deterioro de la comunicación de las sociedades con quienes detentaban el poder en ellas.
Ya a mitad de los setenta el mundo se alejaba del bienestar post guerra mundial, y los ímpetus revolucionarios se iban durmiendo a la par que se rasuraban las barbas largas y se deshilachaban las carteras hippies. Empiezan los virajes y las inconexiones entre los integrantes de las bandas y los grupos artísticos; llegan las rupturas, las peleas, los alejamientos. Y Génesis va a integrar la lista de conjuntos en disonancia interna.
Peter Gabriel se va. El grupo va a empezar su mutación (¿meditada, casual o causal?) hacia las formas que serán típicas en la década del ochenta: canciones breves, ritmos pegadizos, y la instauración rígida del estribillo como género endógeno de la canción. Una transición lenta pero firme y con manifestación visible claramente en los siguientes discos.
Cuando todos creyeron que venía la inevitable desintegración de la banda, se produjo la muestra majestuosa del poder creador de los integrantes hasta allí al fondo de los reconocimientos.
Lo dicho. Una era Gabriel y otra Collins. En el medio una transición de cinco discos: dos con espíritu viejo (A trick of the tail y Wind and Wuthering), dos con espíritu nuevo (Duke y Abacab), y un híbrido (And then there were three). Acá me voy a referir al disco que es la explicación de por qué Génesis nunca estuvo en peligro de extinción. Y cuyo título pareciera resumir los momentos de incertidumbre que vivió la banda bíblica. Wind and Wuthering. La máxima inspiración musical (seis de los nueve cortes tienen su firma) de quien es el genio creador detrás de toda la vida del grupo. De punta a punta de la historia. El Brian Wilson de Génesis. Anthony Banks.
El comienzo es en torno al misterio de una intro instrumental de minuto cincuenta. Luego el otro inicio, el de la acción musical más soberbia. “El sol ha salido hace un par de horas, cubrió el terreno con una capa dorada. Estábamos animados y había parado la lluvia, la despensa estaba casi vacía, pero eso no era todo”. No lo era en el undécimo conde mar (eleventh earl of mar). La calma sigue con un solo de cuerdas que acompaña al promediar la canción, mientras Phil Collins entona dulcemente la historia. Luego, otra vez el vértigo se apodera de la melodía, rapidez y mucho ritmo: “¡Papi lo prometiste!”.
El final es un aullido que propone Banks hasta el silencio dominador.
One for the wine (Uno para la viña) es la banda de sonido de una superproducción de época. Épica. Majestuosa. Todo bajo las teclas de Anthony que guían la trama musical. Y el vocalista que, casi, susurra la letra. “Cincuenta mil hombres fueron enviados para cumplir el deseo de uno. Su alegato fue expresado de forma muy simple aunque nunca lo dijo en voz alta. Yo soy él, el Elegido”. Este pasaje que parece haber sido escrito para alegoría de Peter o de Phil, se adapta mejor a la figura genial de Tony Banks.
De vuelta el susurro antes del estallido. Van cuatro minutos de sinfonía.
La explosión que encara el impasse es a puro juego de dedos en el conjunto de rectángulos blancos y negros. Da paso a la quietud de la dulce voz de Collins que narra con suavidad la historia. Y el tramo final. Puro talento creativo del tecladista, hasta los acordes últimos. Como un descenso en el más sereno remanso. Despacio, de a poco, una luz que se apaga en degrade.
Tu manera especial (Your own special way) es una de las baladas del disco. Casi romántica. Sencilla combinación de prolija instrumentación e interpretación planificada. De tan cuidada hasta parecer sin pasión. Es el momento del cuadro sentimental en la superproducción pensada en Uno para la viña.
Final de este espacio de acercamiento a las futuras placas del grupo.
¿Wot Gorila? El primer signo instrumental del disco. Talla Anthony Banks en toda su dimensión de compositor casi de cámara. Pieza casi toda de lo que proponen sus manos delgadas. Breve pero intensa, audaz.
En el quinto single nace una historia fantástica y firme, una escena tras otra, un personaje tras otro, sus palabras y sus explicaciones. De lo más vilmente cotidiano (unos amantes, un ratón, un gato, una casa, como una imagen retratada de una vida) surge una metáfora de la lucha, de la piedad, de la ambición, de la esperanza, de la muerte. Y Todo en una noche de ratones (All in a Mouse’s night). Pieza con coros. Coros que aparecen como soporte menos vital que lo que se viene en los cortes siguientes del disco. Después de los cinco minutos de canción, de trama fantástica, todo es de Tony y su genio. Él da principio y fin.
Llega la otra balada. Pero ya no sentimental, sino como el momento de evocación y añoranza de aquel héroe de One for Wine . En Blood on the rooftops (Sangre en el tejado) el clima vertiginoso decae por obligación, pero lo hace como estrategia de contrapeso musical. “Olvidemos las noticias por hoy (haré algo de té). Sangre en el tejado, (mucho para mí)”. Eso, olvidemos, proponen Mike y Phil, la voracidad creativa de Banks por cinco minutos de calma perfecta.
Ahora llega un preludio sensacional de tormenta instrumental. Los sueños inquietos para los durmientes (Unquiet slumber for the Sleepers) es la concepción ideal de Hackett y Rutherford de lo que debe ser la metáfora musical de un lago quieto, calmo, a la espera de la tormenta. Nada que envidiar a una filarmónica.
Tony Banks hace explotar el silencio en In that quiet earth. En esa quieta tierra es donde deposita su virtuosa ferocidad compositiva. Con una hiperkinética manipulación de los trastos por parte del baterista vocalista. Hacia falta esto, parece gritar la canción. Muevan sus manos, hagan de las mesas un tambor con sus dedos movedizos, vibren. Dróguense sin droga.
Y con el efecto de ese ácido lisérgico imaginario y espiritual reciban el final del recorrido. Abracen el Resplandor (Afterglow) más conmovedor. Cierren los ojos y que el éxtasis llene el aire que lo rodea. La luz apagada para poder ver ese brillo que cubre la última genialidad del tecladista de Génesis. Los coros le agregan magia, espiritualidad, la presencia del abrazo de los sentidos desbordados de placer. Solo hay que sentir la música en el ambiente. La elevación es total. “Te entrego mi alma. El significado de todo lo que creía antes se me ha perdido, en este mundo sin nada”. ¿En éste mundo sin nada?
En 1976 Anthony Banks y Génesis nos dieron un disco llamado Wind and Wuthering. ¿Para qué más?

viernes, 23 de julio de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y TRES


Un tango atrás de otro
se va perdiendo la tarde
y el sol cansado de hacer alarde
se deja domar el potro.

Entre las cuerdas de una Carracedo
van mis lamentos saltando
y mis labios van tarareando
como el jockey va en el ruedo.

Por los pliegues de un bandoneón
va corriendo una lágrima
y en los versos de esta página
se va grabando un corazón.

Oscureciendo los ventanales
llega la noche con su desgano
le hablan las teclas del piano
a mi ánimo en los pedales.

Me voy antes que me eche
un maitre que nunca entiende
la sonrisa de un hilo pende
que siempre corta un tal Goyeneche.

DOSCIENTOS NOVENTA Y DOS


Lo siento General, lo hemos arruinado todo.
Nuestra desidia ha devorado sus mejores intenciones:
la idea y la lucha.
La preparación en los donativos para la campaña,
el cielo y el mar del corazón de Manuel Belgrano,
los acordes de Blas y el mensaje de Vicente,
la sangre del Sargento esparcida por la tierra olvidada,
la muerte del gaucho norteño declamando la prosecución de la resistencia,
el cuerpo de Mariano Moreno en el fondo del mar.
Aquellas batallas perdidas para ganar la del futuro,
todos los gestos extremos de unos hombres gigantes en el pensamiento y en la acción.
Lo siento Don José, le hemos fallado.
Entre aquel 25 de mayo de 1810 y éste glamoroso bicentenario,
la distancia es una fosa de Mindanao en el océano de la patria.

domingo, 18 de julio de 2010

DOSCIENTOS NOVENTA Y UNO

En la vida de los indios Guayakies el carácter de nómades está dado por la incapacidad geográfica de desarrollar una agricultura sedentaria. La selva por donde se mueven no propicia para el sustento más que algunos productos como la miel, las larvas, y la médula de la palmera pindó. A su vez que la caza representa el otro punto de importancia para la alimentación.
Lo primeramente significativo de estos aborígenes es la no separación por sexos en las dos tareas mencionadas. Al contrario de otras tribus americanas, los Guayakies asignan a sus hombres las faenas tanto de cazar como de recolectar, siendo las mujeres las que llevan la vida del campamento temporal. Allí es donde crían a los niños, cocinan, fabrican cestos, son las alfareras del grupo, e incluso preparan las cuerdas de los arcos, tan vitales para los hombres y su prepondetante actividad de la caza.
La pervivencia de toda la tribu está dada por los roles que hombres y mujeres cumplen diariamente. La estructura permanece intacta dentro de esa división de actividades; los roles no se cambian. Otra cosa es quiénes, en agunos casos, cumplen esos roles. Para los Guayakies algunas variaciones no son vividas como un problema.
El Cesto y el Arco son los objetos cuya carga simbólica manifiesta el orden de esta comunidad. El Arco para los que cazan, el Cesto para las que ordenan la vida del campamento. El Arco y el Cesto: no obstante, no siempre el hombre y la mujer.
El campamento y la selva son, a su vez, los dos espacios cuya apropiación es otro signo del status de cada quien. Para los hombres la selva es su lugar de acción, allí son ellos quienes mandan. Allí cazan para la tribu y son los portadores de todo un saber y una práctica exclusiva y asimilada en su infancia de aprendizaje; para las mujeres el campamento es su sitio de actuación, allí construyen la vida de sus hombres fuera de la caza, dotan a los cazadores del tiempo de cotidianidad banal. Y así como sus tareas son el descanso de los hombres, el tránsito por la selva de campamento a campamento es su momento de vacío.
Al niño varón de temprana edad (4 ó 5 años) se le regala un arco de su tamaño. Con él comenzarán sus lecciones de cazador, y se irá haciendo cada vez más grande. Él y su Arco.
Ese niño dejará de serlo cuando se convierta en un cazador adulto y responsable de una familia: un Kybuchueté. Fabricando su propio Arco.
A las niñas, en la misma infancia, les espera un Cesto. No para cargar alimentos y objetos pero sí para desarrolarse dentro de su rol futuro. La niña dejará de serlo cuando, al llegar su primera menstruación, se transforme en una joven virgen predispuesta a recibir un marido cazador: una Daré. Fabricando su propio Cesto.
El Arco y el Cesto son las prisiones de cada uno de ellos. Y son, a su vez, los únicos objetos no neutros de significación sexual; un hombre vivirá con su arco hasta la muerte, una mujer lo hará con su cesto. Ninguno puede tocar, siquiera, el otro objeto que no le corresponde. Mucho peor será para la mujer, que traerá la ruina a la tribu al maldecir el Arco de su esposo al tocarlo, que ya no podrá cazar más. En el caso del hombre-cazador la sola manipulación del Cesto lo liquida en su carácter de varón, le traspasa una simbología femenina, lo convierte en un Pané: un cazador maldito que ya no tendrá suerte en su tarea.
Entre los Guayakies los hombres solo son cazadores. Sino no son hombres.
Ahora bien, ¿existe la posibilidad de hombres portadores de Cestos?
La respuesta es sí.
El Chachubutawachugi es un Pané, ya no podrá cazar, solo se dedicará a aprehender con sus manos tatués y coatís. Lo cual lo rabaja notablemente. Debe salir solo o en compañía de las mujeres, quienes le regalan un Cesto donde colocar lo recolectado. Ninguna mujer lo quiere como marido dada su condición de no-Arco, es decir de no-hombre.
Este hombre cargador de Cesto es víctima de las burlas del resto de los hombres de la tribu, como así también de las mujeres, que en su fuero íntimo lo menosprecian. Incluso los niños le tienen poco respeto.
No obstante, la maldad no era lo que imperaba en el conjunto de la comunidad. Disminuido simbolicamente, era acogido e integrado por el resto.
Otro caso muy distinto es el Krembegi.
Un hombre que desde temprana edad ha asumido incapacidad para el Arco, pero por un deseo personal de realizar las tareas femeninas. Vive entre las mujeres, posee un refinamiento para los trabajos artísticos, incluso mayor que el de las propias mujeres. Nada quiere saber con portar un Arco. Su vida es la de una portadora de Cesto.
La homosexualidad del Krembegi es socialmente aceptada. Mucho difiere el trato recibido por este hombre portador de Cesto del que se le da al Chachubutawachugi; en verdad no se le presta mayor atención. Se lo comprende como una mujer, y no como un no-hombre.
¿Por qué este trato diferente en cada caso? Porque para la comunidad de los Guayakies uno era un sujeto sin ningún lugar esperable, un no-cazador que tampoco es mujer. Mientras que el Krembegi es una mujer por voluntad y decisión.

En estos días que discutimos si es "aceptable" que dos homosexuales adopten un niño (porque ese es el problema de fondo que moviliza la opinión pública, no que se casen entre ellos, sino que constituyan una familia integral), sería bueno discutir algunos puntos más profundos y que tienen una influencia superlativa sobre el actual debate en boga.
¿Cómo vemos a los homosexuales, y dónde existen esos signos de la supuesta nocividad que conllevan para la sociedad?
Los Guayakies, dentro de su estructura social de funcionamiento, es una discusión que resolvieron sin tanto drama. Nada mal para unos "bárbaros atrasados" de la selva tropical.

DOSCIENTOS NOVENTA

Qué pena tiene este infierno helado que se esparce por todos los rincones del país. Llevando más dolor y más sufrimiento a muchos que solo saben vivir en el centro del dolor y del sufrimiento, sin posibilidades de salir de su sufrida existencia, ni espacios donde simular una realidad diferente. Al menos un rato.
No debiera hacer frío donde no hay otra cosa que heladas, todo el año, toda la vida. Las manos agarrotadas, el pelo escarchado, el viento penetrando por las hendijas de las casas agujereadas, sin resistencia más que los propios cuerpos. El abrigo que nunca alcanza. El agua que se calienta lento y se congela rápido. La piel que duele, azulada, rígida, como de otra persona al tacto. Los pies que quedan más lejanos que del piso al pensamiento. Y no dejan avanzar.
El humo de los alientos tiene mensajes que los burócratas de las ciudades no quieren comprender, y que los intelectuales de la modernidad se niegan a exhibir. Porque instan a tomar partido en una lucha que es contracultural y a muerte: la de lo humano del ser contra el sistema que lo vuelve indiferente al dolor ajeno.
El termómetro marca unos cero grados que no reparten sus penurias en idénticas cantidades.
El peor frío no es el que nos invade desde las tierras lejanas del sur, sino el que vive en las actitudes de una sociedad egoista y maniatada por su propia insensibilidad.

domingo, 11 de julio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y NUEVE

Si hay un lugar en el que se han encontrado marxistas y capitalistas es en el desplante a los antiguos rectores de la moral y ética planetaria, al menos en el campo de influencia de lo occidental (me atrevería a decir oriental también).
Los unos desde su propia lógica teórica fundacional; los otros desde un paso del tiempo que fue socavando la observancia del pacto inicial (empate simulado) entre ciencia y fe.
El orden mundial ya no juega su pervivencia en cuestiones teológicas. La voz que pueden levantar los mensajeros de la otra mejilla es más un gesto de hecho que de derecho. Todos lo saben, y eso genera dos posturas distintas en ambos contrincantes (ya no es pelea, en verdad): un énfasis virulento y combativo en los religiosos, y una comprensión con aires de tolerancia medida en los paladines del capitalismo globalizado, algo así como un mimo en la cabecita de los anacoretas y unas palabras serenas que consuelan: "tranquilos que todo va a estar bien".
Pero que no van a conceder nada a los que ya no dirigen la humanidad. Y mucho menos teniendo en cuenta que Roma participa del banquete de los nuevos directores.
¿Por qué se puede estar discutiendo por estos tiempos sobre el matrimonio entre individuos del mismo sexo? Porque los que deciden qué hay que discutir, qué hay que sancionar, y qué es permisible en el sistema mundo 2010 (económico y social, cultural en última instancia), tienen perfectamente claro que dos tipos siendo mamá y papá no son una amenaza. Cambia una pieza, se trastoca una forma, pero la estructura no se inmuta. Los melones se acomodan y el carro sigue andando, diría mi abuela.
Finalmente, casi podríamos decir que por una lógica de estructuralismo a nivel ecuménico.

DOSCIENTOS OCHENTA Y OCHO

El domingo amaneció tan gris como algunos pensamientos que se desparraman por entre los medios siempre militantes de la oscuridad y el status quo sectorial. Los mensajeros de la otra mejilla hablan de "guerra" y movilizan sus más obedientes combatientes. Que pagan en fecha la cuota de su educación del paraíso prometido y marchan a la plaza y a la batalla.
Mucho distan de algún grado, aunque sea menor, de praxis analítica racional social. Porque pensar la sociedad y sus implicancias solo puede llevar a una práctica racional. Más en la sociedad moderna, es decir burguesa.
La burguesía ganó su ascenso al estrado de la rectoría planetaria con dos aliados fundacionales y fundamentales: la ciencia en ciernes y la tecnología servicial. Dos entidades divorciadas de cualquier impronta espiritual, teológica.
El mundo es burgués, y lo burgués es originariamente dubitativo de la fe como único marco de acción y comprensión del entorno. Ergo, el mundo no debiera estar discutiendo si dos personas del mismo sexo pueden contraer matrimonio entre ellas.
Esa es una discusión que debiera haber sido concluida en el 1789.

domingo, 4 de julio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y SIETE


Vía Crucis.
Un grupo de lamentos sin sonido avanza firme, decidido,
sin chance de esquivar su camino.
Se me abre un hueco en el alma y por él miro la vida.
En el escenario de la modernidad,
el retrato de históricos mandatos se enquista sin piedad.
El mundo nuestro es hijo de aquél mundo anterior.
Quizá el destino no sea tan trágico,
quizá no haya una lanza en su final,
pero también es posible que la redención falte a la cita.

sábado, 3 de julio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y SEIS

Va un mensaje de texto volando entre un aire que pareciera irse a otro mundo. Que falta en este sábado de sol brillante y nubarrones negros solo en nuestra mirada.
Dice: "¿Por qué ponemos tanto alma en tan poca cosa? Dan ganas de balearse en un rincón".
Eso poquito es un partido de fútbol. Un mundial de fútbol. Nada comparado con otros acontecimientos que sí son una desgracia, y que debieran dejarnos el espíritu aplastado contra el piso. Que cada quien busque y encuentre esas realidades que tendrían que atormentar con mayor razón cualquier conciencia noble, sensata, piadosa.
Viene una respuesta por la misma atmósfera ausente; no viene, yo juego a crearla, en pos de un ida y vuelta del pensamiento, las pasiones y sus laberintos.
Dice: "Vos tenés razón, pero yo estoy destruido y no puedo dejar de amargarme profundamente".
Hice el mejor intento por anular el peso de lo cultural en mí. No pude. Y por eso sufro dos veces, en las dos dimensiones planteadas: por lo que debo y por lo que no debiera.
Pobre de mí.

miércoles, 30 de junio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y CINCO


En el segundo piso estalla el amor,
o el sexo sin freno,
o las dos cosas a la vez.
Hogar de deseos perversos,
casa de tiernos engaños,
ciudad de satisfacciones compartidas.
Yo ya dije lo que debía decir;
ahora, lector,
su turno.

DOSCIENTOS OCHENTA Y CUATRO


Podría hacer un inventario de tus pecas
pero sé que no abandonaré la última
podría dejar en cada una mi súplica
y hacer de cada lunar una Meca.

Enmarañarme entre tus rulos
que tras de ti me lleven obligado
para en tu espalda terminar recostado
abrigándome tu cabello oscuro.

Entre sueño y sueño un entremés
para girar descubriendo una cintura
posarme y ver en ella con galanura
los dos senderos hacia tus pies.

Podría quebrarme ante esta locura
tomando tu cuerpo de arremetida
dejando a mi acción fementida
cargando penas por tu hermosura.

viernes, 25 de junio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y TRES

¿Dónde están los escritores que escriben y se callan la boca?
Es una pregunta cuya respuesta cae de maduro: están callados, en sus cuevas, pergeñando nuevas ideas, nuevos tesoros.
Esos son mis hombres favoritos. No siempre mis escritores favoritos. No es lo mismo.
El genio de Borges descarrilla cuando pretende, en su chochera, erigirse en juez de todo y de todos; Cortázar es brillante pero se opaca en todo su esmero público y propagandístico de ser un buen hombre de izquierda (esos adoradores de las Revoluciones pero que no tirarían ni un tiro).
Ni que hablar de los pésimos que se creen grandes intelectuales, obligados, por una consecuencia ficticia y universal, a explicarle al mundo sus problemas y sus soluciones.
¿De dónde surge esa presunción de que los hombres de letras tienen una opinión que es aconsejable atender si se quiere modelar un planeta perfectible? Se les pone el micrófono, se les pide posturas, se los enfrenta como titanes del pensamiento (un perfecto idiota puede ser un gran tramador de historias). Y ellos aceptan, y piden la palabra, y dan conferencias esclarecedoras, y hasta se jactan de estar enfrentados unos con otros, todo en nombre del bien de la humanidad.
Lo más patético es que esa visión mesiánica intelectualoide se suele fundir con su profunda convicción en el modelo planetario neoliberalizado, que, claro, les da sus ganancias, sus renombres, sus prestigios, su muñeco corporeo parado en las vanidosas ferias literarias.
Último round del show de los figurones: dos franceses vendedores y bien vendidos. Michel Houellebecq y Bernard- Henri Lévy se pelean en un libro hecho para mediatizar su pelea, como si fuera un regalo lleno de sapiencia para el planeta y los lectores.
Uno se anuncia filósofo y profundo, el otro misógino y maldito. Garantía de no sé qué.
Probablemente lo que venga sea un futuro mejor, al menos para las editoriales y la industria del libro idiota: un escritor filósofo, profundo, misógino, y maldito. Más fácil de distribuir y acopiar regalías.
Al menos ya no tendremos que soportar el debate prefabricado y pretencioso.

miércoles, 16 de junio de 2010

DOSCIENTOS OCHENTA Y DOS


Aquí se puede hablar con el pasado.
Aquí se puede esperar el futuro.
Aquí no hay que guardar silencio,
él es libre como nunca.
Aquí todos somos iguales.
Aquí todos somos distintos.
Desde aquí se puede mover el mundo.
Desde aquí se puede llamar al mundo,
o tocar la paz,
y ver al amor,
todo lo que quiera quien se detenga aquí.
E, incluso, aquí se puede orar.
Porque aquí está Dios,
y ésta es su Iglesia.

DOSCIENTOS OCHENTA Y UNO


"Quítate, que me estás tapando el sol".
Dijo el filósofo enmohecido al todopoderoso rey.
Eso era lo único que podía hacer por él.
Entre allá y aquí han pasado tragedias humanas,
victorias del ser,
desdichas, virtudes,
devenires.
Ha pasado la historia.
La escena es igual, y no es culpa mía.
Yo tengo que decir casi lo mismo a otro omnipotente estandarte avasallante.
Quítate que me estás tapando el Dios

DOSCIENTOS OCHENTA

Los suicidas burlan a la Santa Sede. Por ello enojan tanto a las Sagradas Escrituras; quiénes son ellos para decidir por sí mismos cómo y cuando se termina todo.
A los suicidas no les interesa burlar a la Santa Sede, porque muchos de ellos amaban a Dios, lo adoraban, lo escuchaban. ¿Quién tiene la culpa de que las palabras, a veces, no basten?

DOSCIENTOS SETENTA Y NUEVE

Hace un tiempo atrás pensé y dije que un hombre solo no hace nada. Lo hice en el marco de la asunción de Barack Obama, que para mi era en una terminal de ómnibus calurosa y pesada.
Agrego: mucho menos si no quiere hacer nada.
Todo fue el espejismo que nuestra esperanza se diseñó en medio de su desierto de malos presagios.

miércoles, 9 de junio de 2010

DOSCIENTOS SETENTA Y OCHO



No hay nada bueno ni nada brilla
cada tres corazones late en una casilla
cables que bajan del cielo para llevarse la luz
la vida ya no se ocupa de sus días en Lanús.

Si es verano la gente porque sí en cada vereda
chupa su yerba al ritmo de alguna espera
ningún sabio local supo más que el autobús
ni más que cualquier borracho y sus curdas en Lanús.

En la avenida principal recorren escaparates
un domingo cada tanto van a ver a los granates
en las plazas dominó, ajedréz, bochas, y mus
y en el Bingo entrada libre pierde sus días Lanús.

Esther escucha a Rivero con un té de canela
y tranquea las calles juntando los sueños de la quiniela
las cabezas recién cantadas van llamando al patatús
la ilusión el timbero arrastra por las calles de Lanús.

Por avanzar el atraco el maula lanza la trompada
dejando algo a la cana la pena quedó pagada
y si alguno se amotina en la mano la llave cruz
va empezando a ser buscado por las chapas de Lanús.

No es el gran poeta aporreado por sus vientos
ni hay un solo escritor cautivo de sus cuentos
pero si ven a la Parca preparando dos vermús
le cambié llevarla de copas por que me deje en Lanús.

DOSCIENTOS SETENTA Y SIETE

¿Qué se hace con una larga noche de domingo con los ojos abiertos a la oscuridad de la pieza?
Todo el silencio de la madrugada es testigo de las horas en blanco, sin sentido alguno, como rediles en río muerto.
Se le saca el jugo a los últimos minutos de esa inmensidad de tiempo vano, tratando de dejar algún rastro de ese idilio efímero entre la eternidad de Cronos y yo.
El lunes pegará más duro esta vez.

DOSCIENTOS SETENTA Y SEIS

El Señor E cree que esto va a funcionar. En verdad, intenta convencerse a sí mismo que puede andar; sabe que su ego extraordinario tendría un golpe fulminante de no ocurrir. Por ello miente y recrea unas posibilidades que están lejanas a la realidad.
El sótano donde vivía el infierno de su codicia ya está vacío y limpio de sus empleados. Ahora deambulan como autómatas sin alma por el nuevo depósito; un sitio pulcro, ordenado, insuficiente para el monstruo comercial que engendró durante años el Señor E.
Sus exclavos sistémicos son vigilados con cámaras bien visibles, y tienen prohibido detenerse, o sentarse unos instantes, tomar un café, mirar unos momentos una pared cualquiera. Tienen vedado el derecho a ser hombres que respiran, hablan con otros hombres, cuentan chistes, coparticipan su vida al compañero de trabajo.
Así son las cosas en este círculo del Hades.
Desensillar hasta que aclare parece ser la única consigna más o menos sensata, para un lugar insensato.

lunes, 7 de junio de 2010

DOSCIENTOS SETENTA Y CINCO



Cuidan a los próceres de los juicios severos.
Cuidan a las sombras de la historia de un resplandor de justicia.
Cuidan al juego de sentir terror de la racionalidad prepotente.
Cuidan a los muertos de los vivos invasores.
Cuidan a la memoria de los olvidos infames.
Cuidan la leyenda de la dama en túnica blanca, tenebrosa,
de tradición urbana.
Cuidan al piso embaldosado de mi paso de turista.
Cuidan a la calma de los ramos de flores de mi curiosidad.
Dicen que cuando la Recoleta cierra sus rejas,
estos fantasmas de siete vidas,
atraviesan los muros para dormir a los pies de Bioy.
Hasta que el sol comience otra vez su declinación.

DOSCIENTOS SETENTA Y CUATRO

Este no es un relato de fantasmas ni de apariciones espectrales. Tampoco se habla aquí de cementerios oscuros y silenciosos en los cuales la quietud se quiebra con inexplicables sonidos de ultratumba, o con los graznidos de algún pajarraco hipnótico. Este no es un escrito que traiga leyendas de algún pasado trémulo y lejano, con sucesos espeluznantes que hielen la sangre de los escuchas, aún hoy a gran distancia de los episodios terribles. No hay voces ocultas que repiquetean en el aire, sin dueño. No vienen a cumplir con sus designios fatídicos hombres de carne y hueso poseídos por alguna deidad infernal; libre está lo narrado de la presencia de oficios religiosos en búsqueda del salvaguardo de la serena vida cotidiana.
Nada de aquello existe, ni ha existido, ni existirá jamás. Son solo las representaciones que el hombre crea para lidiar con sus temores ancestrales, con eso que lo petrifica sin necesidad de embelesos retóricos ni ornamentos narrativos. El ser humano va a morir de una vez y para siempre, haga lo que haga tiene un futuro predestinado con implacable certeza. Cada cual es un cadáver, unas cenizas, el recuerdo que se desvanece en los caprichos del tiempo. La finitud lo aterra y le exige con estridente voz idolatrarla en cada página, en todo guión, en cualquier vigilia; todo para ver si de tanto nombrarla le roba su sentido único, su omnipotencia.
Escritores asesinan a sus personajes para salvarse ellos mismos. Nadie se salva nunca. Siempre fue así, y así también será.
Este escrito no tiene nada de ficcional, le aseguro lector. Si está la muerte presente en él es porque no hay error alguno, y eso usted ya lo sabe, conoce su destino.
Esto no es jugar con la presencia auxiliadora que su fe le brinda. No es mi intención asustarlo en vano, yo no juego a asustar. Yo no juego, sabe. Soy lo que soy desde tiempos fundacionales, y ejecuto el dictamen que llevo tallado en el cuerpo.
Antes que se repita siete veces el sol voy a tener que matarlo, no es nada personal. No le voy a decir que va a venir conmigo, o que me lo voy a llevar, o algunos de esos lugares comunes endilgados a mi faena. Yo no voy a ningún lado ni me lo llevo a usted a ninguna parte, solo le quito la vida. Después alguien decidirá dónde va usted. A mi eso ya no me importa.
Bueno, acá lo dejo lector mío. Ya sabe, tiene una semana. Luego yo.
Suya, la Muerte.

lunes, 31 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SETENTA Y TRES

Aquella noche fue una muy buena noche.
Ellas y yo; dos amigas y un hombre solo entre ambas. Y una larga tarea de reconstrucción de almas, que empezó al caer la tarde y se hizo milagro hacia lo profundo de la madrugada.
Charlas, salchichas, historias, velas, música, frío, y todo Glew durmiendo a nuestros pies. Una chacarera a las cuatro, y el ritual del amargo siempre invitado. Amores narrados más desencuentros exorcizados.
Ni una gota de sudor entregada al sexo banal. Quizá haya sido la única vez que compartí cama con una mujer para solo verla dormir a mi lado, justo cuando el domingo empezaba a iluminar el jardín escarchado.
Aquella noche fue una muy buena noche.

sábado, 29 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SETENTA Y DOS


Esperando la llamada.
La del amor es muy común,
cursi,
snob.
Mejor esperar algún mensaje menos alarmante.
Una voz que avise que fue derrotado
el último soldado,
en la última guerra que se estaba librando.
Pero levanto el tubo y no hay tono.

DOSCIENTOS SETENTA Y UNO


En medio de la ruta vacía y soleada, aburrido pero fiel,
inquebrantable.
Siempre a mi lado.
¡Tantas cosas juntos!
Viajes, noches de retorno,
jornadas de duro trabajo,
días de campo con otros amigos menos leales.
Siempre ahí, cerca de mí.
Sin ir más lejos,
todo mi mundo puesto en papeles,
lo intuyó él primero,
y hasta, quizá, lo pensó antes que yo.
Todo esto, rendir homenaje a sus objetos,
Borges ya lo hizo mejor.

DOSCIENTOS SETENTA

No hay silencio dentro de mi cabeza. Hay un pitido agudo, que se prolonga como el silbatazo de un tren metros antes de cruzar una barrera.
Yo hablo en voz alta y no logro callarlo, canto una canción y no me abandona, leo a Galeano con el silbido a cuestas.
En estas ocasiones solo sirve dormir un par de horas y dejar que se aburra de gritarme en los tímpanos y se vaya. Hasta la vez siguiente, cuando me quite los auriculares que me ponen la música directamente en el cerebro, y me de cuenta que la sordera me espera en mi vejez si no contengo mis malos hábitos actuales.

viernes, 28 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y NUEVE

Un padre que da consejos
más que un padre es un amigo
ansi como tal les digo
que vivan con precaución
naides sabe en qué rincón
se oculta el que es su enemigo”
-Martín Fierro-


Situémonos en el 21 de marzo de 1891. El lugar: la residencia particular de Bartolomé Mitre, más específicamente su vasta biblioteca personal. Allí el General recién llegado del viejo mundo, luego de ser aclamado por el pueblo en las vísperas del encuentro clave, escucha lo que tiene que decirle el ex presidente y gran mandamás Julio Argentino Roca. EL Zorro le habla del peligro de la intransigencia, de la desunión nacional que ésta puede generar en el futuro, de los fervores en cadena desatados por el verborrágico Leandro Alem; le dice que no es momento de partidos sino de hombres patrios, que no se trata de los autonomistas o de los cívicos. Todo converge sobre la Nación Argentina y la necesidad de estabilidad política e institucional, de llamar al orden.
El año entrante se elegirá presidente, pero el hombre que vino a convencer sabe que se define estar o no en el asunto, entre los titiriteros de las próximas funciones nacionales. No le importa ser él quien tenga los hilos, además sabe que eso le está vedado a partir de la constante prédica de los cívicos más duros. Solo quiere seguir en el juego y sabe que la llave es este prócer que tiene enfrente y que escucha y observa desde la vereda de enfrente de sus convicciones políticas tradicionales.
El Hombre del Desierto no necesita proclamar un candidato que derrote a la mejor carta de los rivales: Bartolomé Mitre (con Bernardo de Irigoyen en la fórmula). Necesita él mismo proclamar a Bartolomé Mitre. Vino a halagar y halaga con exhuberancia, vino a prosternarse y lo hace con frialdad, vino a convencer y convence con potencia. Ahora el candidato de los otros es su candidato. Un abrazo para la posteridad dejará sellado lo que se escribirá con mayúsculas: El Acuerdo. Roca y Mitre aún no lo saben pero acaban de desencadenar una intriga que terminará en una singular contienda por el sillón presidencial.
A principios de la década de 1890 el panorama político nacional no es multipartidario (lejísimos de algo así todavía) sino dual, aunque una mirada más analítica nos muestra que es dicotómico en realidad. Momentos en los cuales una opción anula terminantemente la otra.
El partido Autonomista y la Unión Cívica se insultan ideológicamente y se dividen a las figuras de la ilustración criolla. Los unos son el Régimen, aquello que enquistado en el poder durante los años precedentes hace y deshace sin ninguna ética y sin otro fin que el beneficio de los propios; los otros son la rebeldía de los humildes y despojados de participación, canalizada ésta por los intelectuales moralmente superiores a la aristocracia gubernamental de la era post Rosas.
Se avecina el cambio de mando y la gente del presidente saliente Carlos Pellegrini (los Autonomistas) intuye que será dura la pelea por la sucesión. El empuje oratorio que vienen desempeñando los cuadros de la Unión Cívica sumado a sus ejemplificadoras abstenciones electorales ha hecho mella en el ánimo popular, devastando el prestigio del Régimen y su legitimidad (algo que nunca tuvo para sus opositores). Luego de hostigar toda la infame labor de Juárez Celman como primer mandatario en representación del Roquismo, había logrado elevar la temperatura en los caminos y por los pueblos, llevando al Zorro del desierto y a su compañero de filas el gringo Pellegrini, a una búsqueda intensa de anular la fórmula ganadora de los Cívicos: Mitre-Irigoyen.
El Acuerdo es el fin del camino emprendido por esa búsqueda. La nueva fórmula, ofrecida a los hombres de Alem como un gesto de unidad nacional sin intereses, es el hallazgo. Bartolomé Mitre- José Evaristo Uriburu. Estos en representación de todo el pueblo y como un acto de confluencia histórica.
La movida de Roca y Pellegrini elevó la irritación de los intransigentes más rígidos de la Unión Cívica, y así nació la Unión Cívica Radical. Los que no transarían jamás con los líderes del pasado, padres de todo lo fraudulento y corrupto del Unicato de Celman. Esos que ahora se le llevaban de sus narices al General Mitre.
Sin esperar mucho Leandro Alem se lanzó en una campaña de vituperio del Partido Nacional (redenominación del Partido Autonomista) que lo llevó a todas las tierras de la república. Una tarea tan desgastante como trascendente. Y con un resultado demoledor. Poco a poco la palabra de Don Leandro va dominando la voluntad popular, logra generar un rechazo masivo a la figura del Acuerdo y a su candidato principal: Mitre. Aquello que debía ser visto como un acontecimiento magno en la historia política nacional, se desdibuja bajo la lupa que parece colocarle el radical. El General Mitre empieza a desilusionarse por el curso de las cosas y por el aura maligna que ha ganado su candidatura. Roca trata por todos los medios de evitar el derrumbe de su hombre pero el vapuleo sufrido por éste es arrasador. El vencedor de Urquiza ya no se siente ese paladín de la unión nacional que estaba llamado a ser, y no quiere ir contra la voluntad de la mayoría. En octubre de 1891 Bartolomé Mitre desiste en seguir con algo que no cree viable y declina su candidatura. Julio Argentino Roca, muy apesadumbrado por lo que siente una derrota sin atenuantes, abandona la política y se recluye en su vida personal. No obstante volverá al ruedo ya en el año de las elecciones (1892).
Con Roca exiliado de la partida, Mitre fuera por propia decisión, y Pellegrini pilotando sus últimos meses de mandato, los radicales se aprestaban a modelar su futura victoria, y para ello apuntalaban, Alem mediante, a su candidato: Bernardo de Irigoyen. Las cosas parecían ir bien y sin obstrucciones, pero llegó Roque Sáenz Peña al tapete y movió las cenizas semiapagadas.
Cuando el gobernador de Buenos Aires Julio Costa propuso como candidato de los Acuerdistas a Roque Sáenz Peña, no imaginó que con ello estaba llamando el regreso a la acción de Roca. EL Zorro se enteró de la proposición y tembló de pavor, el hombre propuesto no era precisamente de su riñón. Para peor era un representante de lo que se veía como un ala modernista dentro del partido; algo que era lo nuevo superador de lo viejo. “De mí”, pensó el ex presidente con mucha indignación. Era necesario darle una vuelta al asunto de este candidato contrario a sus intereses, y más que rápido ya que el hombre se iba ganando adeptos en todas las provincias y pronto no habría forma de sacarlo de la fórmula.
El Zorro del desierto encontró la llave que abrió el candado de lo que parecía inviolable. Con mucha astucia, con gran lucidez, con extrema malicia. Habló con su compañero el Doctor Pellegrini (diálogo ficcional propuesto por Félix Luna en Soy Roca).
--No podemos enfrentar a Roque directamente. Hay que buscar una forma de anularlo sin escándalo. Hay que encontrar un candidato que se le pueda imponer naturalmente.
--Ya lo tengo, mi doctor...
--¿Quién?
--Su señor padre, el doctor Luis Sáenz Peña.
Luis Sáenz Peña no era un hombre de política, siendo magistrado judicial desconocía las cosas de política. Pero era un pan de Dios y sería muy maleable. Y lo más importante, con su sola aceptación haría renunciar a su primogénito. Roque Sáenz Peña era un buen hijo y como tal no tuvo más remedio que aceptar la intención de su padre de encabezar la fórmula del Acuerdo.
Persuadirlo de su respuesta afirmativa fue asunto muy fácil. Una reunión en el mes de febrero de 1892 con Mitre alcanzó para dejar terminado el asunto. A todas las objeciones del anciano magistrado (tenía 70 años) el expresidente supo contrarrestarlas con un abanico de ponderaciones laterales pero altamente efectivas. No se puede decir que Mitre influyó en la decisión de Sáenz Peña padre, más bien la tomó por él.
Don Luis aceptó encabezar el binomio (junto a José Evaristo Uriburu) de los Mitristas y Nacionales vinculados por el Acuerdo. Al día siguiente, al mismo tiempo que Roque Sáenz Peña renunciaba a la candidatura en una noble carta de amor filial, el Modernismo se derrumbaba, entendiendo sus simpatizantes que lo viejo—Roca, Pellegrini, el Régimen—seguiría al mando.

miércoles, 26 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y OCHO


La chica espera y se ríe.
El timbre sonará en segundos, aunque yo no lo sabía.
El día se acaba en los jardines de la Universidad Nacional de San Luís,
y el futuro empieza a tallarse;
sobre un pizarrón negro,
sobre un banco verde,
sobre la malicia de los poderosos y la desidia de los gobernantes.
Adentro la educación,
afuera la noche y la oscuridad.
Gobernar no es poblar,
es educar.

DOSCIENTOS SESENTA Y SIETE


La mañana es apenas fría,
pero ellos tienen un sol que nunca los abandona;
en alguna parte que yo no veo arde y quita escarchas lejanas.
Siempre el calor está oculto a los ojos de los solitarios.
Ya no hay mucho que decir,
el tiempo es todo el lenguaje que necesitan,
para saberse ídolos del amor,
de la vida compartida.
Hasta la próxima esquina,
y hasta el fin de sus días.

lunes, 24 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y SEIS

Lo único que tiene dueño son los pensamientos, que devienen ideas, que terminan en hechos. La lucha es porque no se puedan patentar. Para que esos hechos no sean beneficios para pocos.
Las cosas son de la Naturaleza. Y la Naturaleza es de todos. ¡Carajo!

viernes, 21 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y CINCO

En 1910 asumió la presidencia de la república Argentina el doctor Roque Saenz Peña, que dentro de la falange conservadora que venía dirigiendo los designios del país, era uno de sus representantes más modernistas. Y cuando hablamos de aquel modernismo como rasgo de una postura política, nos estamos refiriendo a la voluntad de ese sector de la oligarquía tradicional que comprendía la necesidad de impulsar mecanismos cabalmente democráticos para regir los destinos de la nación. Si hasta el mandato de Sáenz Peña hijo las triquiñuelas electorales, el voto de los muertos, y, principalmente, el patoterismo mafioso habían sido la condición latente para el desarrollo de un sistema democrático de entre casa, en el devenir de su gobierno fue que el radicalismo encontró las tan buscadas respuestas a su histórico pedido de normalidad constitucional y de transparencia política. Si bien se menciona a la ley de Sufragio Universal como lo que pone fin a las estratégicas abstenciones electorales radicales, habría que dar un importante crédito al compromiso político asumido por Sáenz Peña, el cual garantizaba la limpieza que la U.C.R reclamaba desde la Revolución del Parque.
El pueblo decidió (sin las ataduras del fraude, en todas sus posibles formas de materialización) que en 1916 Hipólito Irigoyen fuera presidente, pero Roque Sáenz Peña decidió que el pueblo decidiera. Y no es un detalle menor (dejado de lado por muchos fanáticos de la historia del surgimiento del liberalismo democrático y su partido impulsor y triunfante: la U.C.R).
La llegada de Irigoyen a la presidencia debía ser de sumo interés para el movimiento obrero; a quienes se les presentaba la posibilidad de solidificar las organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores. Sin embargo los hechos iban a demostrar que habría que recorrer un gran trayecto todavía para que el brazo sindical pudiera empezar a estrecharse con los representantes gubernamentales, en una relación de mutua sesión y concesión. Porque el partido socialista rector continuaba caracterizando a la Unión Cívica Radical como un mero “alarido” popular sin gestos de partido orgánico, una nueva manifestación del artilugio estatista conservador para impedir la verdadera pugna: socialistas versus conservadores.
La represión “ejemplar” de 1919 es otro eslabón (puede que el más brutal) en la cadena de sindicalización espiritual del movimiento obrero que se había iniciado en los festejos del Centenario. No fue el movimiento obrero el derrotado en el apaleamiento de 1910, sino el sesgo anárquico imperante que éste incluía en sus filas; representantes del llamado universal a la revolución social antiestatista.
En los albores del periodo de entre guerra fue el momento de comenzar la transición que pondría las bases para entender las relaciones de poder en nuestro país a partir de la década del 40.
El humo de los disparos ya es un recuerdo más de los violentos episodios que vivió la semana pasada esta capital. Con una actividad laboral “normalizada” es momento de hacer memoria y balance del papel jugado por cada uno de los protagonistas de lo que alguien llamará dentro de algún tiempo: la Semana Trágica.
La fabrica metalúrgica Vasena e hijos, la federación Obrera Regional Argentina del noveno Congreso (F.O.R.A 9º), la federación Obrera Regional Argentina del quinto Congreso (F.O.R.A 5º), el Estado y sus instituciones de represión, la Liga Patriótica, y la movilización obrera espontánea. Todos estos serán los actores principales de un conflicto con inicios inscriptos en la superficie de la urgencia obrera de la época, pero larvado con demandas y reivindicaciones añejas y enclavadas en un contexto internacional.
La posición rígida de la empresa metalúrgica en cuanto a las condiciones laborales de sus empleados y la huelga encabezada por la F.O.R.A 5º (federación a la cual pertenece el sindicato metalúrgico) desde el mes de diciembre de 1918, chocarán para formar una inmensa bola de descontento clasista que sembrará de muertos las calles de Buenos Aires.
Entre los tantos pedidos reivindicatorios solicitados por los huelguistas se encontraban la reducción de la jornada laboral a las 8 horas; el aumento salarial; el pago de horas extras; la supresión del trabajo a destajo; y la reincorporación de trabajadores cesanteados por actividad gremial.
En respuesta a que se suman capataces al paro, la empresa recluta rompehuelgas. Esto lleva a la confrontación del día 6 de enero en el barrio de Pompeya, previa muerte de un agente de la policía el 4 del mismo mes. Dos días después del choque en aquel barrio las fuerzas policiales van a llevar adelante la “venganza” contra los obreros. Esta se hace en el momento en que los empleados en huelga intentan explicar a los choferes contratados por la empresa el mal que le hacen a los derechos del trabajador. Cuando los hombres “alquilados” por la Vasena ven acercarse a los huelguistas abren fuego (habían sido armados) y reciben a su vez el apoyo de la policía. El tiroteo duró dos horas y hubo cuatro muertos y cuarenta heridos.
Los reflejos del gobierno radical muestran que no tardó en buscar un compromiso de concordancia entre las partes; pide, a través del jefe de la policía, el doctor Denevi, y funcionarios de Trabajo, que Vasena atienda una comisión de huelguistas, y que acepte una serie de concesiones a los obreros. El empresario se niega rotundamente a tales pedidos oficiales y requiere mayor protección policial.
Ahora el gobierno de Irigoyen sabe que se encuentra en una situación delicada. El conflicto Vasena amenaza con hacerse general. Su diputado Oyhanarte declara responsables tanto al burgués Vasena como a los anarquistas que encabezan la F.O.R.A del Quinto Congreso. La figura de “agitadores armados” sirve para manifestar las simpatías del radicalismo por el sindicalismo imperante en la F.O.R.A del Noveno Congreso, rechazando entre líneas la dirección anarcosindicalista de la F.O.R.A 5º. Se evidencia la tendencia del Irigoyenismo a conciliar con quienes buscan conciliar, y a aplastar a quienes buscan remover el orden social establecido. Es la Federación Obrera del quinto Congreso la que responde al llamado de la revolución total proletaria. De hecho esta divergencia de los fines del sindicalismo fue la causante de la escisión de la F.O.R.A en la del 5º y la del 9º Congreso.
La F.O.R.A 5º amenaza con la huelga general, lo cual hace que el partido socialista (dentro de la otra central obrera) busque impedirlo yendo por el camino pacífico. No lo logra. La Federación Obrera con base anarquista declara el 8 de enero el paro general por tiempo indeterminado a partir del día siguiente.
Naturalmente se pliegan todos los sindicatos afiliados a esa central, y además adhieren sindicatos autónomos. También los comerciantes de Pompeya cierran las puertas de sus negocios como protesta ante la masacre policial.
El 9 de enero estalla la violencia obrera. Salen piquetes huelguísticos; se incendian chatas de la fábrica Vasena en el riachuelo; se tiran piedras contra los talleres, donde estaban reunidos los hermanos Vasena y sus socios ingleses.
En el resto de la ciudad se hace sentir la huelga. El transporte se detiene hacia las 14hs. El gobierno reacciona y destituye al “frágil” Dr.Denevi por Elpidio González. Éste ordena el acuartelamiento de la policía e informa la posible intervención del ejército.
Mientras tanto se inicia el cortejo fúnebre de los cuatro muertos el día 6 de enero, que al pasar por la fábrica Vasena recibe el fuego de sus ocupantes, reaccionando los obreros con un intento de incendiar el establecimiento. Ya a las 18hs. los soldados hacen uso de las ametralladoras pesadas, y en la hora 19, cuando se despedían los restos en el cementerio de la Chacarita, el ejército rodea y descarga sus armas provocando nuevas bajas obreras: veinte muertos y decenas de heridos.
Hacia el 11 de enero y luego de haber participado pasivamente de los violentos episodios desatados por la F.O.R.A anarquista, la F.O.R.A sindicalista decide levantar el paro, esto ante la aceptación al diálogo que los empresarios metalúrgicos prometían a Irigoyen. No sin antes, éstos últimos, lanzar a las calles “teñidas de anarquía” sus propias milicias privadas. Ligas denominadas Patrióticas y dirigidas por el grueso de la derecha conservadora de la época. Verdaderas máquinas de asesinar obreros, judíos, inmigrantes, y todo aquello que pudiera ser embrión revolucionario.
La Semana Trágica de 1919 mostró de manera inequívoca los límites del Irigoyenismo para mediar en los conflictos sectoriales, y las preferencias que el futuro de la organización gremial argentina tenía por el camino del reivindicacionismo consensuado y el diálogo acomodaticio. De allí en más el anarquismo como movimiento impulsador se irá desvaneciendo hasta ser solo manifestaciones aisladas de carácter terrorista, y poco persuasivas para el verdadero interés del obrero asalariado: la progresiva mejora salarial, el alcance del confort producto de su trabajo, una porción del pastel amasado por el capitalismo imperante.

lunes, 17 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y CUATRO


El cerro macizo está latiendo sobre mí.
Y yo, que soy un aguijón oradante,
escucho el respirar de la montaña.
Una vertiente de agua de hierro trota hacia la luz,
sangre impotable y vengativa;
las entrañas del Tomolasta son negras,
cálidas,
lastimadas por mil escalpelos durante dos siglos de filo.
Alguien se llevó su preciada savia áurea,
el oro de los hombres ambiciosos.
Otro murió en la más aterradora negritud.
Camino a la boca, mancillo por última vez la herida bicentenaria.

domingo, 16 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y TRES

No se trataba de una queja organizada. No había una deliberada intención de luchar contra la clase acomodada, era más bien el resultado de una mecha que se había encendido por un aumento permanente de la temperatura ambiente nacional.
Si bien el 29 de mayo de 1969 la CGT cordobesa amaneció con una huelga general, la postura de estudiantes, y sobre todo del resto de una sociedad cansada del autoritarismo, no tuvo conexión con una planificación mentada con premeditación. Fue un fruto que las pocas manos que manejaban la huerta se olvidaron de poner en su canasta para comerlo en el postre de la cena; y así llegó la hora en que se cayó por el propio peso de su madurez, estado más próximo la podredumbre.
Fuera de los reclamos sindicalistas a las compañías automotrices fuertemente asentadas en Córdoba, principal centro industrial que llegó en tiempos de apertura Frondizista, fue una demanda mayor la que guió la súbita embestida popular.
Después de logrado el desempate de la década precedente (1955-1965) por parte del general golpista Onganía, éste fue constituyendo una red de conducción autoritaria que atacó los lugares comunes de costumbre, como la expresión, la universidad, y la economía, pero que se hizo una firma espiritual de gobierno. Y en parte avalada por buena parte de la sociedad, hay que decirlo, que aceptada ver en los pelilargos universitarios y en las nuevas costumbres como las minifaldas, una manifestación del peligro rojo. Esto sumado a cierto diagnóstico represivo de la modernización intelectual, como útil éste para lograr la paz que diera años prósperos.
Cuando el reflejo del Mayo francés llegó a las costas rioplatenses, lejos de ser un simple contagio producto de una moda de la acción mundial imperante, activó los pedidos que se venían incubando espontáneamente.
Decir explosión interior es reafirmar que el malestar era mucho más oculto, mucho más esencial que el perjuicio de coyunturas económicas localizadas.

DOSCIENTOS SESENTA Y DOS

Días y días de un cielo encapotado, invernal, que suelta su furia fría e inaugural. El trabajo se esmera en ser todo lo mísero que puede ser, y su gente lo atraviesa cortándole el cuello a los demás.
Los diarios mienten una realidad tras otra, la realidad corroe al más optimista y la televisión descarga su caja de basura diaria e indiferente; hace oídos sordos a la cultura y la educación cívica y moral del pueblo.
Los basureros se pelean por las sobras con los desposeídos de cada amanecer, y vos te vas convirtiendo, lentamente, en un cofre que guarda la alegría como el botín de Eldorado.
Tenés que hacer algo. Tengo que hacer algo. Hacemos.
También sabemos que no te queda otra que pasarla bien.

sábado, 15 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y UNO

En el bar La Perla la tarde del miércoles se va poniendo cada vez más fría. El cielo pálido tiene un mar encerrado y que busca salir, mucha agua se estuvo fugando durante todo el día, dándole su trampa favorita a las baldosas flojas de Buenos Aires.
José Iglesias mira la avenida Rivadavia desde el único cuadro que lo tiene como estrella; desbordado de una luz y un brillo que jamás hubiera conseguido en su Cueva. Con esa sonrisa inconsciente que comparte con gente como los linyeras de la plaza, o el Houseman de Parque Patricios, o el Mané Garrincha y la alegría del pueblo. Una mueca de alegría que solo los privilegiados pueden sostener contra toda la miseria que les tiren.
Coches, y colectivos, y taxis, y gentes. En la mitad de la semana del trabajador meticuloso, el frío del otoño remolón empieza a conquistar el aliento y los ánimos del hombre-máquina. Algunos siempre dan batalla.
El negro acomoda su maletín en una mesa alejada del bullicio y clava su mirada en un televisor que tiene a kilómetros de él. Despliega un arco iris de reflejos esmerados, pero inútiles, falsas esperanzas relucen también falsamente. Sin nadie que las quiera, siquiera, ver.
El negro construye su descanso con mucho esfuerzo, desoye las urgencias que le gritan órdenes, los alaridos de su lejana tierra oscura y musulmana. Parece concentrarse en su Dios, que vaya a saber qué promesas le habrá hecho para dejarlo abandonado en este bar blanco e indiferente. Tan lejos de su lugar.
En el bar La Perla, el del deseo de naufragar, el hielo de la tarde logra pasar por entre las hendijas del vidrio limpio y vigilante.
Nadie se salva. Ni el negro, ni la camarera, ni yo.

viernes, 14 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA


En el borde se está siempre.
Al pie de una nueva vida,
de que nos asalte un cambio trascendental,
de que cambien todos los planes,
de que seamos otra gente distinta a la que éramos minutos antes.
Una noticia terrible, un aviso fatal,
una situación propicia,
el destino justo cuando peor estábamos.
Todo puede pasar al borde.
Lo bueno y lo malo.
Lo bello y lo vil.
No alcanza con estar atento,
mirando el horizonte,
sospechando el futuro,
todo surge o se desmorona con una fugacidad aplastante.
No hay nada que hacer,
salvo disfrutar cada instante.
En el borde.

DOSCIENTOS CINCUENTA Y NUEVE


Libre como las nubes que le faltan a su escenario,
cansado de ir por su futuro incierto,
pero decidido a seguir en el viaje.
El camino es un pavimento ardiendo de soledad,
una ruta clara y gris,
una historia invisible y a ser contada,
una promesa sin asidero de fe.
La montaña se burla y le charla el paso,
pero él no le presta oído,
porque sabe que le miente sobre fracasos y malos augurios,
le advierte que no va a llegar a ninguna parte.
No deseo llegar sino ir, dice el vagabundo,
andar hasta que todo acabe para mí.

miércoles, 12 de mayo de 2010

DOSCIENTOS CINCUENTA Y OCHO

Al calor de la popularmente soñada vuelta del General Juan Domingo Perón, yace en una vereda de la avenida Avellaneda el cuerpo sin vida del secretario general de la Confederación General del Trabajo de la República Argentina. José Ignacio Rucci acaba de ser masacrado por Montoneros.
Desde el mismo momento en que empezó a saberlo el pueblo todo, el hombre supo que moriría asesinado en alguna esquina. La consigna repetida hasta quebrar la resistencia anímica de la víctima fue tan clara como confiable: “Rucci traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”.
En las radios, en la prensa, en los actos, en las plazas públicas a la hora en que juegan los niños, en las cañerías de una ciudad que no sabe lo que le espera. En todos lados aparece la cara del sindicalista, y siempre hay unas marcas en su cuello, un plomo en su carne, unas letras gélidas que marcan las dos fechas inexpugnables en la vida de una persona. Es tan certero el porvenir que la gente pide flores para Rucci, y habla de Rucci, y trata de pensar como lo haría Rucci, y trata de sentir como lo haría el desgraciado.
El secretario peronista no siente mucho más de lo que le permiten sus obligaciones. Sabe que está amenazado y sigue adelante; quiere honrar a sus asesinos, asegura que nadie hace nada sin razones. Algún motivo tendrán quienes preparan la operación siniestra.
No va a poner la otra mejilla, sino el cuerpo entero.
La conducción nacional de Montoneros se ha reunido y ha votado la muerte del gremialista; es el mes previo a la emboscada. Quieren hacerle saber al General que ellos están y que se van a quedar, que necesita escucharlos. Una serie de alias forman el entramado de inteligencia, acción y reacción: “Pepé”, “Negro”, “Nicolás”, “Marquitos”, “el Pelado Carlos”…
Se sabe quién va a morir, se sabe quién lo va a matar, se sabe quiénes van a mirar todo, simplemente. Pocas veces el cinismo humano se presenta tan soberbiamente.
José Ignacio Rucci sale de la casa de Flores . Camina hacia su Torino rojo. Y no llega.

Informe de la morgue judicial sobre el cadáver del líder sindical asesinado

1) Herida contuso-cortante de unos 4 centímetros y medio en la cabeza.
2) Otra herida similar en la frente.
3) Un hematoma en ese mismo lugar, probablemente por la caída.
4) Herida cortante superficial en la nariz.
5) Herida de bala en la cara.
6) Herida de bala en la cara lateral del cuello.
7) Herida de bala en la base del cuello.
8) Herida de bala debajo de la nuca.
9) Herida de bala en el hombro derecho, con rotura de clavícula.
10) Dos heridas de bala en la región mamaria derecha.
11) 16 heridas de bala en el tórax.
12) Heridas de bala en la mano izquierda.
13) Fractura de húmero.
14) Herida de bala en la rodilla izquierda.

lunes, 10 de mayo de 2010

DOSCIENTOS CINCUENTA Y SIETE

En la centuria del 1800 Mijail Bakunin era un ruso de la denominada Intelligentsia. Un término que nació en la rusa zarista del siglo XIX y que definía a los jóvenes intelectuales que egresaban de las universidades rusas con ideas modernizadoras e imbuidas de Las Luces. Esta forma de llamarse pronto se expandió a toda Europa, y cantidades de hombres de las artes y las ciencias se proclamaban la Intelligentsia de sus patrias.
Además de Bakunin, cuyo profundo deseo era la destrucción del nuevo Estado moderno, la supremacía del colectivismo, y el ateísmo más estricto, dos hombres rusos influyeron en muchos rusos más jóvenes. Peter Laurov y Meter Tkachev. Estos se habían exiliado en Suiza desde donde adoctrinaban a los enérgicos y románticos estudiantes rusos. Les aconsejaban unirse al campesinado, por ser éste el verdadero motor espiritual de la Rusia histórica.
Por el trabajo de esos dos pensadores nació un movimiento llamado “Populismo”. Los educados rusos en el exilio volvieron, se juntaron con los instruidos en Rusia, y se internaron entre los campesinos pobres. Pero su visión sentimental de aquel campesinado descrito por sus maestros pronto se desvaneció, aquellos desconfiaban de las intenciones de los cultos que regresaban a unírseles y no aceptaron su liderazgo.
A la sombra de algunas tibias reformas políticas del Zar Alejandro II, el movimiento populista se fue haciendo cada vez más radical y violento. En 1879, y más próximo al fervor terrorista de Bakunin, se viró hacia un nuevo grupo llamado “La Voluntad del Pueblo”. Estos ya eran terroristas anárquicos que buscaban la abolición total de cualquier forma de gobierno.
A partir de las últimas dos décadas del siglo XIX se dedicaron a cazar al Zar Alejandro II. Le dispararon a quemarropa y se arrastró por el suelo para salvar su vida; pusieron bombas en la vía por la cual pasaba su tren, pero únicamente estalló el carro que transportaba su equipaje; dinamitaron el subsuelo del comedor del palacio pero esa noche el Zar llegó tarde a cenar, y el atentado mató a sus once sirvientes; alquilaron una tienda en una de las calles por las que solía pasar y construyeron un túnel por debajo, pero fallaron al momento de su paso. El 13 de marzo de 1881 lo asesinaron con una granada casera que también mató a su asesino. Desde un primer instante el Zar resultó gravemente herido pero no titubeó ante sus matadores. Mutilado, le dijo a sus cosacos, “Vamos al palacio, a morir allí”. Y así fue, una hora y media después.