martes, 20 de octubre de 2009

CIENTO SETENTA Y UNO


Un capricho de niebla escondió la noche.
De pronto soy un ciego que apenas ve,
un optimista del horizonte de la calle,
obstinado en descubrir lo que viene (¡cómo si importara!).
Un foco galopa hacia mí;
es una moto, o un dragón,
o un coche tuerto,
o una alucinación de mi mente,
que recién se enciende.
El camión de la basura surge por mi retaguardia,
y se lleva la razón de ser de esta vida moderna y calculada.
La neblina está en todos lados, y a toda hora,
y en cada mente.

lunes, 5 de octubre de 2009

CIENTO SETENTA

Si yo pudiera escribir una palabra que lograra ser confundida con la pluma de Borges, o ser tomada como el genio creativo de Poe, ya no necesitaría vivir para siempre. Ni lo querría.

CIENTO SESENTA Y NUEVE

Yo no creo que un poeta se pueda suicidar. En realidad es más que eso: no consiento que un escritor se pueda lapidar a sí mismo.
Ahí están, me dirán muchos, Virginia Woolf, Alfonsina, Pizarnik, Julio Huasi, y cuantos otros más. En el fondo alguien los habrá matado, ellos no pudieron hacerse eso.
Los que escriben aman escribir. Solon saben de esta vida que nunca dejarán de escribir; jurarán que si no lo hacen mueren.
Yo no creo que un poeta se pueda suicidar. Yo no puedo suicidarme. Este cuaderno naranja y a cuadrículas, y esta birome de saliva negra, me encadenan a la vida por sobre toda pena, por sobre toda miseria.

CIENTO SESENTA Y OCHO

Se abrió el domingo a las seis de la mañana. Con las primeras claridades de uncielo que se despereza, que se va aclarando de a poco, sin pausa.
La noche larga se ha muerto al final de la música en mis oídos. Una fantasía de un mundo donde las tinieblas no son malas, sino solamente oscuras. Pero buenas,
amigas, y sin asustar.
El viento arranca a zamarrear los árboles de la calle desierta. Las gentes mayores están a punto de encender sus hornallas para parir los mates amargos. Los jóvenes se retiran de sus vidas allecho de sus muertes dominicales temporales; alguna vez fui ese joven que moría entre las siete y las catorce del domingo cotidiano.
La luz del velador es un resabio del pasado inmediato. Un vicio que no se apaga. La cama está tendida y de franco. El patio ya está blanco y radiante, con sus plantas solitarias de mi compañía (qué raro que nunca salga al patio de mi propia casa).
Domingo. ¡Qué buen pretexto das para cantarte!, dice Silvio Rodriguez. Y para escribirte algo. Aunque más no sea unas líneas, un puñado de palabras en negra tinta, con corazón imprenta.
El día donde todos son libres. Quizá hasta los presos en sus celdas también lo sean.
A la tarde, alo mejor, escribo otra cosa distinta. Puede ser que ya no opine igual de esta feria de la vida que es cualquier domingo.

jueves, 1 de octubre de 2009

CIENTO SESENTA Y SIETE

El Quo Vadis es una alegoría a la historia del pueblo polaco. Dicen que así lo pensó Sienkiewicz.
El Proceso es una parábola de la burocracia implacable. Puede que Kafka tuviera esa intención.
Funes el memorioso no recuerda todo, así sencillamente. Lo que no puede es dormir. El insomnio es la trama de Borges. Algunos críticos han visto eso.
Yo digo: ¿es que no puede ser que los libros y sus historias digan lo que dicen a simple vista? ¿Es necesario que todo sea un imbrincado sendero de interpretación? Que amparado por la polisemia lleve a una comprensión, a esa comprensión exorbitante.
Para fábulas que aleccionan sobre valores culturales el pasado ya nos legó toneladas. Quizá debiéramos dejar a nuestros escritores contemporáneos el placer de ser simples, concisos, certeros.