miércoles, 14 de enero de 2009

SETENTA Y TRES

¿Es que acaso nadie lo ve? ¿O lo ven y ya no son capaces de pensarlo con claridad? ¿Cuántos quedan que puedan entender el sentido? A veces creo que diez, o veinte, nunca cien. ¿Y yo? Estoy buscando.
Se puede seguir el sendero que hemos abierto a golpes testarudos de razón y progreso. ¿Adónde lleva? Solo uno lo sabrá, y será cuando haya llegado a ese sitio.
Adoro el sonido del oboe. Es tan tranquilizador, tan lleno de calma, tan lejano de todo lo que detesto. El tiempo debiera parecerse a la partitura de un oboe. La vida debiera ser una melodía de oboe, sin esas estridencias que todo lo enturbian, que quitan el color, que arruinan nuestro paso por la naturaleza. La naturaleza es oboe y éste nuestro paso es en lo que la naturaleza deseó ser reconvertida. Quizá, la única buena elección que hizo el hombre. Si todo hubiera terminado en esa.
El viento sabe. Y cuenta lo que sabe. ¿El hombre está apto para escucharlo?
El mar sabe. Y las piedras. También las hojas secas en el campo triste. Y cada loma, cada monte, cada error magnífico nacido de sus entrañas. Todo ello sabe, nosotros ignoramos. Por eso salió todo tan desolador.
Nadie lo ve. Son incapaces de verlo. Nacieron para su obra, la aniquilación de la beatitud.

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