viernes, 16 de enero de 2009

CIENTO SEIS

Es el decimocuarto pibe que entra a pedir monedas, y yo ya las di todas a los anteriores. Debí dar cantidades menores y repartir a todos, cómo no me di cuenta que en Callao y Corrientes el país de los niños pobres tiene la capital en cualquier bar. También puedo repartir los billetes que me quedan en la billetera.
Dos chicas lindas conversan en la mesa que da a la calle llamada como el barrio peruano limeño. Se ven animadas y felices, disfrutan de lo que están haciendo en este encuentro de amigas de toda la vida. Toman cerveza con palitos salados. Por momentos se arriman por arriba de la mesa, hasta casi susurrarse las palabras al oído; se ríen cómplices y se vuelven a acomodar en las sillas. Me miran de reojo porque ya descubrieron que las observo. Entonces juegan a gustarme a mí, que es el pasatiempo favorito de todas las mujeres del mundo.
La moza habla con un cliente que está sentado en una de las mesas del medio del bar, es un hombre grande, canoso, sin pinta de estar coqueteando.
Un hombre juega al ajedrez contra nadie en la mesa de delante de mí. Parece repasar jugadas y partidas que las detalla un libro que tiene y que estudia.
Dos parejas beben vino y comen empanadas en otra mesa más alejada, uno de ellos es novio de una de ellas, los otros dos no se seducen ni lo tienen en sus planes. La chica libre es preciosa, de rulitos, bajita, tetona, y con un alarmante bikini negro por ropa interior. Cosa que vi cuando se paró para ir al baño, sobresalía de su pantalón negro. No entiendo al que comparte la mesa con ella sin intenciones de saltar la alambrada de fórmica y poseerla.
En otras mesas más distantes gentes miran la tele sin prestarle mucha atención. Es como que pierden el tiempo de manera premeditada y simple, toman café, o gaseosa, o cerveza, y esperan que se haga más de noche.
Las chicas que hablaban van por su segunda verveza y ya se fijan menos en mí, saben que divago por galaxias a las que no tienen acceso. Incluso ya no me tienen por hombre a seducir por instinto natural de hembra.
El tablero cambió de dibujo. El alfil blanco se aburre parado al costado de la acción. Espera que muera alguien más para salir de su soledad de derrota.
El canoso mira la calle y toma un café, o algo que se sirva en pocillo. Como un autista. Solo mueve el cuello tras cada colectivo que pasa hacia el bajo, como si pudiera mandar su pensamiento en algún asiento, y él quedarse acá, a la espera de novedades desde aquel viaje.
La moza se va a vivir fuera de su trabajo, que seguro aborrecerá pero soportará porque es adulta y responsable. Entra a suplirla un mozo flaco, alto, y con cara de tedio. Pobre, recién arranca su parte del asco por la vida y ya tiene pocas chances de defender su alegría. Seguro que no toda la gente odia su empleo, pero yo siempre me topo con los que cumplen con ese mandato de la realidad mundial. Avísenme cuando encuentren alguien que ame su trabajo, un barrendero, un albañil, un cajero de hipermercado, un valet parking. No valen los artistas, esos no trabajan jamás.
Entra una nena con pelo rubio y ojos de felicidad, porque los chicos logran la felicidad con cualquier motivo. La magia de entender el juego. No tengo más monedas, le doy un billete de dos pesos. No dice nada para no arruinar el acontecimiento.
En la tele hay otro partido más de fútbol. No sé quiénes juegan ni por qué lo hacen; cosa que no interesa, lo que importa es que jueguen y mantengan la atención de los idiotas. Unos de rojo contra otros de azul. Las tribunas colmadas con quinientas personas. Más cámaras que espectadores en la cancha.
El canoso llama al mozo nuevo y le pide la cuenta, debe ser que no le gusta el cambio de turno. A mí tampoco, pero me lo aguanto como muchas otras cosas que no me agradan.
Ya no tengo de dos pesos así que le doy uno de cinco pesos. Se le ilumina la cara y se va sin pasar por otras mesas.
Me quedan varias opciones para terminar el día. Puedo volver sin más ni más a casa; puedo pasar por una pizzería y comprar un par de porciones para no ensuciar los platos al llegar; puedo anular las porciones y comer comida chatarra; o puedo pasar por la libería que tiene trasfondo de lupanar y ver qué hay de nuevo por veinte pesos.
No voy a decir que hice.

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