Es una tarde tranquila y templada. Atrás quedó un día de trabajo bastante llevadero, no como la locura que se vivió ayer, entre pedidos en gran cantidad y los reproches infantiles y caprichosos del señor E.
Hoy casi no bajó a las catacumbas donde los negros esclavos reman la barcaza conquistadora.
Lo importante es que estoy sentado en esta esquina con mi plan simple de siempre: observar la calle, escribir mi cuaderno, respirar el aire de la Buenos Aires histérica, leer, hoy, a Naguib Mahfuz.
Vino el colectivo porque la fila avanza hacia la izquierda de mi visión recortada. Ya van todos rumbo a sus hogares, a sacarse los zapatos negros y las medias sudadas. Prender la tele aunque no se termine viendo nada. Quedarse en ropa zaparrastrosa. Tomar un trago largo de algo fresco ni bien llegar. Lejos del furor del día para el olvido. Del trabajo que da asco, del jefe que es un idiota, del compañero farsante y trepador, de la miseria oficial de nuestra era.
Yo voy a seguir acá. Haciendo lo que mejor hago: perder el tiempo.
martes, 13 de enero de 2009
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