viernes, 16 de enero de 2009

CIENTO NUEVE

El sótano es una penumbra. Hay un televisor y muchas mesas, una barra que da a una cocina diminuta. Hay mil carteles que indican las salidas, con un verde encendido que es lo que más ilumina el oscuro bodegón.
Es viernes por la noche. Yo salí del subsuelo de mi trabajo y me metí en uno más acorde a mis placeres. El club es italiano y habla de la unión y la benevolenza, está en la calle Cangallo, a cuatro cuadras de la 9 de Julio, y a tres de la grandiosa Corrientes. Casualmente a la vuelta de un trabajo anterior que me dio algunos buenos años de su vida.
Hoy los Perez García ponen a la venta un nuevo disco. Aunque la mayoría de las canciones hace rato que las tocan en sus shows: el Santo Remedio se llama.
Hace un tiempo que no los veía, entre la vida derrapando en el laburo, y la muerte veloz de los tiempos de ocio, se me anduvieron fugando los placeres. El tiempo que pasé cavilando en bares y mesas sucias es una burbuja de bienestar vista desde afuera, por gentes apuradas y voraces, consumidores del despilfarro de turno. Como programas de televisión huecos, películas de cine inútiles, música para no prestarle atención, libros de ayuda mental escritos por gente de dudosa sanidad.
El Beto Olguín ensaya con su guitarra sin público. De repente me descubre a mí y a mi solitaria presencia, cuando termina de rasgar una canción de las viejas se me acerca y me saluda. Los Perez Garcia son una banda under, pero bien under. No esos tipo que se nombran del bajo mundo y empapelan la ciudad de afiches. Son de Aldo Bonzi y no juntan más de quinientas personas en cada presentación, y yo me pregunto por qué nadie se cuenta que suenan muy bien, y que hacen sonar el alma en cada recital, y que ven el bosque aunque lo tape el árbol.
Yo termino mi café cargado y me siento en una de las mesas vacías, dejo a los Perez preludiando su velada generosa en intimidad. En el televisor que está apagado, detrás de la barra, hay un indicio que cuando se prende sintoniza fútbol. Tiene un cartel colgado de la pantalla que reza “Cuidado con el perro”. Es el típico cartel de ruta pero aquí tiene una resignificación de mayor valía.
A las once menos cuarto arrancan los Perez. Voy a vivir feliz por dos horas.

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