viernes, 16 de enero de 2009

OCHENTA Y CUATRO

Las cucarachas se divierten en la cocina la madrugada del domingo. Mientras yo escucho jazz tirado en la cama, y llueve en la ciudad mugrienta de Lanús. El piano repiquetea en un solo soberbio, y el contrabajo es el fondo ideal. Ahora entra a tallar la guitarra con un punteo medido y prolijo. En el fondo, esta vez, está la trompeta, muy despacio, casi un susurro.
Termina el tema Raro de la dupla Valentino-Vidal.
La película que quise ver no anduvo en el aparato reproductor. En el cable no había nada que me sacara del tedio, y las porquerías que había comprado para comer me aburrieron rápido. Dejé la mitad de la barra de chocolate y las obleas sin tocar. Eso sí, me tomé toda la Coca.
Un rato me entretuvo Flaubert, un par de capítulos. Lo dejé tirado en el piso para seguir alguna otra vez.
Miré un cuarto de hora la pared sin pensar en otra cosa que la pared misma. Está bueno eso, fijar la vista en la cosa más estúpida y fatigarla con la mente. A puro razonamiento perdido y disparatado. Me ayudó el sonido del agua cayendo sobre las baldosas del patio.
Fui hasta el baño a hacer pis y volví por la cocina para agarrar un pedazo de pan; ahí vi cómo huían una banda de cucarachas chiquitas y esquizofrénicas. Ni me importó ni me preocupó, ya me hastiaron los venenos y su ineficacia, que se queden entre los azulejos y la mesada, mientras dejen la mitad de la comida estaremos en paz.
Volví al living y me tumbé en la cama prolija y ordenada. Puse el disco compacto de Jazz y volví a mirar el salpicre de la pared crema. Pero ahora sin pensar en la pared, sino disfrutando de las versiones de Cole Porter. Curiosamente, y por puro azar, el último tema del cd es Hard Times, aquel que tocara Ray Charles. Eso es lo que hay: tiempos duros. Y lo peor es que desde que empecé a prestar atención a la vida es que solo hay eso; ya empiezo a creer que no hay otra cosa, ni nunca lo habrá.
Noche de luz sobre papel y sombra sobre recodos distantes. De soledad sin dolor.
Mañana quién sabe.

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