martes, 13 de enero de 2009

SESENTA Y SEIS

¿Quién no pagó alguna vez por acostarse con alguna mujer? No es tragedia para el corazón, y no debiera serlo para el autoestima.
Están los que te dicen “Yo no necesito pagar para tener a una mujer”. Esos son los que más risa me dan, porque son los reprimidos que se pasan la vida acatando la palabra de su esposa, sin darse un espacio para la novedad, para esos juegos que ponen otro color en el circo de la cotidianidad. Jamás harán esas cosas que sueñan despiertos mientras ven películas eróticas, o triple equis directamente. La mujer los mata si van con algunas ideas de modificación. Entonces prefieren mentirle a la realidad y exclamar “Yo no necesito pagar para tener una mujer”.
Sí, lo necesitan. Porque a una mujer se la tiene cuando se logra sacarle lo que uno quiere y cuando uno quiere. Fuera de esa situación lo que se tiene es una linda y rígida esposa (lo mismo vale para ellas, digo, el mismo razonamiento). Alguien dijo alguna vez que una esposa ideal debe ser una dama ante los demás en la vida social, y una puta en la cama de su marido. Es un buen plan de comportamiento, yo agregaría que debe ser no tan dama en la sociedad espectadora y más que puta en nuestra cama. Una verdadera pervertida.
Después están los que tienen vergüenza de contratar a una señorita de pago. Esos me dan lástima. No hay nada más acogedor que la posibilidad de entregarse a una camarera diciéndole “No tengo experiencia en estas relaciones, ayudame a encontrar mi sitio, mi bienestar, mi dignidad”. Es como hacerlo con una especie de madre.
Muchos no pagaron nunca por acostarse con una mujer. Aunque más tarde o más temprano, de alguna oculta forma o de otra más bizarra, la mujer siempre se cobra.
Recuerdos desde un mar con pueblo. De una noche de juego perfecto, en un casino maravilloso, el mejor del mundo. Y yo ganando como pocas veces ha pasado, con la pausa justa y la apuesta artera; con una sala atestada de desdichados oficinistas, y algunos trabajadores del azar.
Todo lo que jugué salió esa noche. Y como tenía plata no quise dejar librado a la suerte el embrollo con alguna falda, y ustedes, ya saben, éste tipo con metálico es más peligroso que mono con navaja.
Era lindísima en serio. No le di más de lo que me pidió, pero lo merecía. Hubiera estado bien. Pagué todo lo que hicimos, y pocas cosas quedaron por hacer.
Fue una buena inversión. Por más que se escandalicen las novias de mis amigos, y lo peor, algunos de mis amigos.

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