viernes, 16 de enero de 2009

NOVENTA

Es difícil pensar en un futuro bueno. Hay que sostener un optimismo tozudo y utópico, que vulnere los signos de esta realidad universal apesadumbrante. Creo que el principal sostén de la esperanza es la certeza de que en otras eras la humanidad se vio a las puertas de su final, y pudo abrirse paso. Épocas en que el presente parecía inmodificable y el porvenir de corta duración.
Ahora las cosas están peor. Intuyo que claramente peor, manifiestamente peor. Los trastornos físicos y sociales de nuestro mundo atestiguan que ha oscurecido en el camino del devenir humano; que el dispositivo económico, racional, autónomo, y científico, que se prendió en el final del siglo XVIII, ya cobró la vida propia que algunos genios de aquella era esperaban. Y está fuera de control. O mejor será aclarar que está fuera de nuestro control.
El capitalismo ha triunfado total y enérgicamente. El imperio de la relación naturaleza-hombre-utilidad se ha extendido sin dejar un metro sin apadrinar; sus emisarios conscientes y de los otros (la gran masa bruta, inculta, apurada, e, increíblemente, pobre) tendieron sus manos hasta cada ser del nuevo mundo, ayudándolo a ser parte o morir en el intento. El monstruito que nos legó la Ilustración ya dejó el andador, y ahora camina a paso torpe pero decidido, con ese trastabillar típico del chiquillo aventurero y desenfrenado. El problema es que nuestro pequeño ya dejó de serlo, y pesa lo que produjeron doscientos años de aprendizaje racionalista. Si se cae nos aplasta.
Es difícil pensar en un futuro bueno.
El egoísmo es la actitud regente de la fase que nos toca. El hombre busca un bienestar que no es el que libertariamente ha decidido buscar, sino un parámetro impuesto por una poderosa mano invisible (la otra) que le lleva hacia lo que más le conviene al gigante. Ya nadie disfruta vivir, sencillamente, misteriosamente fácil. La vida se ha convertido en una búsqueda de satisfacer deseos y metas estandarizadas, fantaseadas como propias, entendidas como normales y naturales del ser humano socialmente aunado.
La vida se sufre.
La ciencia ha conquistado al individuo. No al revés. Se ha transformado en un fin per se, sin su sentido de complementación con lo natural, de colaboración, de asistente responsable. La ciencia se abre camino, se debe abrir camino, es su mandato, o más bien, el que le han investido sus instrumentadores. Es la prueba del triunfo del hombre civilizado, perfectible, inteligentemente avasallante. ¿Si la Ciencia hablara qué diría? Otra cosa distinta que sus lágrimas de plutonio sobre los campos enfermos por las pruebas atómicas. Lo que debió ser una aptitud racional en comunión con otra actitud moral se ha convertido en un vicio amoral. Hace décadas que la Ciencia es la barbarie del hombre.
La situación se aproxima a niveles de no retorno. Eso en cuanto a lo climatológico, porque la mente ya hizo su viaje hacia la dimensión donde la carne es autónoma del pensamiento y las decisiones distantes del razonamiento propio de la supervivencia, la más innata del ser.
La sola misión en la vida de acumular materialidades a cualquier costo (expresión que ha perdido su alegoría de ruptura con la ética y la moral) arrasó con el núcleo de la felicidad alcanzada: el bienestar espiritual. Mente sana en cuerpo sano.
No se puede dejar de producir drogas que enfermen a la gente, ya que una cadena de bienestares caen de ocurrir eso.
No se puede dejar de vender armas y poder bélico letal a hombres y naciones, ya que una cadena de bienestares caen de ocurrir eso.
No se puede dejar de manipular Dioses y religiones, ya que una cadena de bienestares caen de ocurrir eso.
No se puede dejar de contaminar los ríos, y las selvas, y los aires, ya que una cadena de bienestares caen de ocurrir eso.
Mientras tanto los estupefacientes generan violencia y muerte, las armas posibilitan y distribuyen exterminio y muerte, la intolerancia y el fanatismo teológico aportan más violencia y más muerte. Todo se parece a un cuadro cómico donde una Anaconda colosal ha comenzado por meterse la cola en la boca y sigue su rutina de depredación. Lo interesante va a ser ver qué pasa cuando esté llegando a sus sesos, adormecidos por sus propios mecanismos de ingestión y digestión. Tengo mucha curiosidad por presenciar en qué parte de la comilona la comedia se transformará en tragedia.
Y ahí los quiero ver.

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