viernes, 16 de enero de 2009

NOVENTA Y SEIS

Volver al trabajo luego de un fin de semana largo es duro. Mejor es: volver al trabajo, ese que tanto nos desprecia, después de un fin de semana largo es duro. A veces llegó a la conclusión de que es equivocado afirmar que es uno el que odia su trabajo. Porque si tanto lo odiara lo dejaría. O trataría de buscar otro. Y no, hay mucha gente que se quita juventud de encima en labores que lo incomodan y sin embargo permanece inmóvil, inerte, yendo cada día a sufrir su martirio. Es el empleo el que desprecia al empleado.

Mi trabajo me odia, tiene que odiarme, sino no puede hacerme las cosas que me hace. Que el señor E me desprecia no es ninguna novedad. Para él yo soy un enemigo que quiere robarle lo que tan duramente gana diariamente. Debe cuidarse de mí. Me vigila, me controla, jamás me daría algo que me permita crecer, cobrar otra importancia; yo no puedo sentirme muy importante, eso es demasiado peligroso, potencialmente suicida. Para el señor E sus empleados planean elevar sus ingresos hasta límites en los que él no pueda ganar la diferencia que es justa por su labor; intrigan en cada palabra entre ellos, en cada silencio también. Para el señor E es normal y producto de la naturaleza de las cosas que él gane para mantener sin problemas un automóvil importado de cincuenta mil dolares, y un empleado suyo tenga problemas para mantener una esposa y tres hijos. Aunque éste no tenga ni coche, ni medicina privada, ni múltiples propiedades.
El señor E y yo encajamos perfectamente en el cuadrilatero donde se ven las caras las clases. Más que por nuestra diferente posición social, por nuestra conciencia de ella. Porque mis compañeros de trabajo se quejan de sus sueldos de justeza, de la avaricia sin frenos de su empleador, de la dispar distribución, pero no ven en el señor E nada que ellos mismos no deseen. No quieren modificar la realidad de las cosas, la naturaleza de las cosas. Quieren cambiar su lugar en esa realidad de hechos.
Hace tiempo que la lucha de clases es cosa del pasado. ¿Cómo es posible que aquellos que explotan a los hombres y eternizan su sacrificio vano consigan perpetuarse en el lugar de las desiciones y el control, y lo hagan con el aval de los explotados? Controlan los medios, controlan la cultura, achican la educación, registren la inteligencia del grupo, trabajan inmundamente para que el calidoscopio muestre una forma linda, colorcitos brillantes para siempre opacar cabezas.
Igual no sé para qué digo algo que ya dijo Antonio, con mucho más talento, en una sucia y oscura cárcel fascista de su Italia.

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