domingo, 23 de diciembre de 2012

TRESCIENTOS SESENTA Y UNO

Los hombres son los únicos animales que traicionan. Entre sí se traicionan, por un puñado de dineros traicionan, por la ostentación del poder traicionan, por ocupar el lugar de un encargado anterior traicionan, por congraciarse con el favor del superior traicionan, por demostrar que ellos pueden cumplir mejor con el papel de cipayos traicionan, y porque generalmente es más fàcil venderse que enfrentarse. El hombre traiciona. Todo el grupo hablaba con el mandamás, exigiendo mejor paga, reclamando menos abuso en el recibo. El hombre, ese animal, seguía yendo y viniendo ocupado, laborioso, carnero, orgulloso de ser un valiente entre los cobardes. Ese hombre tiene un pasado de vender humo, un presente de torazo en rodeo propio, y un futuro brillante, de lomo sobado y algunas chirolas más en la bolsa, seguramente.

martes, 27 de noviembre de 2012

TRESCIENTOS SESENTA

Hay un túnel celeste entre tus recuerdos. Y tus labios vienen de regreso por entre paredes de rojo y marrón. A través de amarillos muros de prolijidad y esfuerzo atropella tu sonrisa mi tarde a punto de desfallecer. Cuando el día empieza a doler el obrero quiere ser amante. Eso lo salvará. Y la lucha.

lunes, 10 de septiembre de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y NUEVE

Clapton es Dios, decían los muros londinenses. Queremos de nuevo al Señor en nuestras vidas, y sobre todo en nuestras manos y cristales. Hablamos del viejo Clapton, la versión original, el que juraba que todo estaría bien.

domingo, 26 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y OCHO

Entro y pido un café con crema. Me dicen que no hay, lo que pueden servirme es un cortado, a secas. Lo acepto. Después de todo solo quería sentarme un rato antes de ir a esa muestra de fotografías, tomar algo caliente que me saque un poco el frío de la tarde que hizo regresar el invierno. Mucho más para mí que para el resto de la ciudad. El lugar es chico, acogedor diría un novelista burdo; íntimo alguien a punto de engañar a quien ya no ama. Pocas luces, música baja, todo hecho con madera. Todo suave al tacto. Alguien canta que el alma se le vuelve de acero, no solo a él le pasa. Levanto la taza para saborear el café y me topo con los gestos de la chica que me lo sirvió; me pide que se lo pague, son nueve pesos me dice. Yo saco un billete de veinte pesos y se lo doy, por arriba del mostrador de la barra, amarillo por la única luz que ilumina la última escena de este sábado mío. Ella, linda y morena, lo mira y me mira, me dice si no tengo algo más corto, más parecido a los nueve pesos que me cuesta el rato en el bar de los cubanos. No tengo le digo, y es la verdad. Solo uno de cien y otro de dos pesos; un par de próceres de los más viles que tenemos por estos lados. "No te puedo cobrar diez", me sugiere, como para solucionar el problema. No intenta conseguir cambio, ni lo piensa, ni es una opción. El cortado me sale diez pesos. El rato me sale diez pesos. La tarde me sale diez pesos. La noche me saldrá mucho más cara, eso ya lo sabía cuando decidí salir de esa relación que iba creciendo sin mi. Estos cubanos mienten, tanto como la intención de olvidar imágenes viendo fotografías, en el atardecer de un sábado. Ponen un cartel que promociona "Cuba Libre". Justo ellos, que cuando el pequeño país del caribe se mide la libertad cada día más y más y más, ellos están a miles de kilómetros, negociando un peso idiota de más para su bolsa. En Perú al setencientos hay muchas mujeres que pueden llegar a destrozarme el ánimo algunas horas.

martes, 21 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y SIETE

No es casualidad que esté al fondo de la encrucijada que nunca duerme, enterrado en la noche que ya no tiene clientes, ni testigos, ni vendedores de bagatelas; casi ni siquiera al mozo, petiso y retacón, eterno como esas mesas de billar, anhelando otro porvenir, sostenido por el manso mostrador. Allá voy, lento, desandando, con pies sin alas, el camino que hiciera al iniciar el día, el poema, el cuento, la advertencia grabada en estos papeles bien dispuestos, enteramente confiables en su silencio. Cruzo la madrugada doliente, penetro entre esas paredes, grabadas con mil destinos y más amores aún, malolientes solo para tipos que no saben sufrir, que no conocen de ánimos derrumbados ni fracasos amontonados en el pecho. Entre un millón de desilusiones me muevo, cada día, esta noche. Una pareja y un borracho me observan aguijonear la pesadez del salón profundo. En el baño del bar La Academia, justo en el borde de la vida, sentado en la medianera de la muerte, flaqueo una vez más. Entro, lo hago, salpicando el blanco, y me vuelvo a la noche que todo lo sabe, incluso esta resignación de saberme hundido en mis huesos, en mi alma, en mi propia existencia.

TRESCIENTOS CINCUENTA Y SEIS

Es una trampa. Esto que parece tan bueno, que despierta la envidia de otros, es una maldición. No está bueno parecer más joven. Es una promesa hecha sin hablar, sin palabras, que al final no se cumple, no se puede cumplir. Al terminar el día la noche llega sin nada que la detenga. Yo, que soy día pleno a los ojos del mundo, tengo la noche tatuada en la piel; surge cuando estoy desnudo, cuando me voy vistiendo, y cuando ella menos lo deseaba. Es una trampa. Yo soy una trampa. Para ellas y todo su amor, su fe, su esperanza.

martes, 14 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y CINCO

En el baño de su casa escribo esto. Luego de una ducha caliente, desnudo, viendo mi rostro feliz en su espejo empañado, mi piel reflejada en sus azulejos, mis manos tanteando sus pinturas y colores, sus sombras, que son mis luces. Luego del sexo escribo esto, después del amor, mucho mejor. Entre las paredes de su íntimo mundo escribo esto. Donde ella me invitó, sin pensar en el mañana, ni en el pasado, tan solo en el día frío, de este invierno más frío que nos trajo hasta aquí. Al final de una tarde de aguacero impiadoso, que cubrió todo y cuanto fuimos en las calles y las plazas, en los jardines de las casas de los barrios de Buenos Aires. Una lluvia que amagaba con dejarme tirado en un charco de tristeza y soledad. Como a tantos habrá hecho. En el final de un sábado escribo esto. Cuando nos besa los pies el domingo somnoliento y apacible. Cuando todo ha terminado para nuestros cuerpos desenfrenados, por esta vez, tan solo por esta deliciosa vez. Hasta la próxima lluvia, hacia el siguiente tropel de besos y caricias al filo de un nuevo día nuestro, y de este tiempo arrinconado en la miseria humana.

jueves, 9 de agosto de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y CUATRO

No puede ser que solo yo esté escribiendo esto. No puede ser que solo yo esté sintiendo esto. No puedo ser solo yo quien va hacia este atardecer como un patíbulo, como un escenario frío y postrero, con verdugos allí donde mire, y con cada cosa dispuesta a venir por mis despojos. Será que solo yo sé cuándo me acechan mis mejores asesinos, cuando trato de cubrirlos de luz, para entregárselos al mundo, pero él me quiere a mí, solo a mí, siempre a mí.

lunes, 23 de julio de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y TRES

El tren es una mierda, pero antes tiene que tomar el subte, que es otra mierda. Todo esto después de salir de ese trabajo que tiene, que es una mierda. Pero claro, no tiene secundario y otra cosa no le dan, para otra cosa, dicen, no sirve. Él lo sabe. Todos lo sabemos, y nos conformamos con el fútbol, la cerveza, las películas compradas en los puestos de los túneles, el sexo, el sábado a la noche. La vida es buena siempre y cuando la gente se pueda conformar. O se ponga a romper las pelotas cortando calles, quemando gomas en los puentes, pintando consignas en los ministerios, fastidiando a los demás. Porque de eso se trata, aunque muchos no lo entiendan, de joder al prójimo. Pero para que el prójimo tome partido, salga un poco de su miseria diaria, y se sume a joder a los demás. Y así se jode al sistema. Se trata. Medida de fuerza es medida de joder al otro. Y eso está muy bien. Se puede ser feliz de dos maneras. Conformándose o rompiéndole las pelotas a todo aquel que está conforme con el miserable lugar que le dieron en el reparto social. La inconformidad y la inacción son la muerte de la felicidad, de toda posibilidad de felicidad. Los carajeadores en la cocina, por las mañanas, son sujetos listos para los ataques de pánico buscando clientes. El tren que lo lleva de regreso a su casa es una mierda; el subte que lo lleva de vuelta a su casa es una mierda; el laburo que lo deja ir un rato a su casa es una mierda. No tener secundario y por eso ser abusado es una mierda. Que él sepa todo eso y siga viendo películas en los sábados por la noche es una mierda. Y una derrota nuestra, de todos los que estamos en el asunto de romper pelotas por un futuro más justo.

jueves, 12 de julio de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y DOS

Justo delante del Club Social y sus mesitas a la peatonal, de cara a la plaza de los trabajadores sin trabajadores, ante la atenta mirada de los mostradores compulsivos de mapas (cualquiera que esté detrás de un escritorio en la oficina de turismo de una ciudad), allí la municipalidad tuvo la poco original idea de enterrar un cofre con mensajes, deseos, y esperanzas de chicos y chicas; juventud y futuro de la ciudad y la provincia. Y digo poco original porque es algo que ya lo vi hacer varias veces en un montón de lados, y siempre bajo el supuesto mandato de adquirir una deuda social con esas palomitas adolescentes que recién están arrancando el vuelo. Mala idea. Mejor sería enterrar a toda la clase dirigente política que tiene tan irrisorios planes, como puestas en escena de un acto que tal vez nadie recuerde llegado el momento, o por lo menos se pierda la foto del autor intelectual del fiasco. Casta de actores y administradores del capitalismo restablecido, sobrevivientes a sangre y fuego de las jornadas del 2001, escapistas del “que se vayan todos”, dueños de segundas partes que siguen sin ser buenas. Así estaría más atrapante la idea. Meter a Gioja, a Insfran, a Urribarri, o a Capitanich, o por qué no a todos juntos. “Allá en el horno se vamo a encontrar”, dijo Discepolín. Y sacar el cofre dentro de veinte años, para meter a los nuevos sobrevivientes a los pedidos y reclamos del pueblo siempre apaleado y explotado, para que se coman las sobras de los ex gobernadores corruptos, cuidadores de quintitas electorales, reyes del clientelismo feudal. Lástima que a la Agrupación 25 de junio, Juventud Paranaense, copromotora de la propuesta, no se le ocurrió lo mismo.

martes, 10 de julio de 2012

TRESCIENTOS CINCUENTA Y UNO

Tengo ganas, de subir a lo más alto, y de estar ahí, quieto, tranquilo, desvaneciéndome ante los ojos del mundo, de todos mis sentidos, de todas mis razones. Aunque no baje nunca más. Tengo ganas, de viajar hacia donde viven las respuestas, pero mueren las preguntas, porque ya no importan. Tengo ganas, tiene ganas mi cuerpo, de no dolerle más a mi alma.

TRESCIENTOS CINCUENTA

Una luz abandonando su batalla contra mi oscuridad, un mate compañero, como un felino silencioso y expectante, una música especial, una noche que viene lenta, una luna que no viene a la cita esta vez, Virgilio esperando en la mesa, esa armónica llorando, este corazón sin futuro. Mi mano, siempre mi mano, cómplice de mi ángel de la destrucción.

lunes, 18 de junio de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y NUEVE

El error me pesigue, como el día a la luna lenta y rebelde, que no se quiere ir de una vez. No soy bueno para casi nada, y lo único que tengo de certeza es una simpatía por esa luna testaruda para abandonar ese lugar que ya no le pertenece. ¿Será que soy yo el que persigo al error? Sin la suerte de que mis yerros acierten a esquivar mi persecusión. El amor también me persigue, pero vaya a saber para qué. Porque cuando me arrastro lo más cansinamente para que hasta la quietud pueda alcanzarme, solo se viene para pararse ante mí y mirarme sin decir palabra alguna, sin un gesto cualquiera, que me dé una señal de mi suerte o mi desgracia, de qué hacer en ese instante crucial. ¿Será que soy yo el que debiera acosar a ese amor burlón e indeciso? La muerte me persiguió una sola vez, y me tomó del cuello, y me marcó la palabra y la cara, y el pecho, y cuanto pudo lacerar con su fría estima por el ser humano, así lo hizo. Un atardecer me soltó, yo juraría que desilusionada, enfadada por no poder tatuarme su nombre en la piel por lo que queda del tiempo todo. Ahora tengo otra relación con los otros dos perseguidores. Más cordial. Menos tensa. Aunque sigo siendo yo el que paga lo que tomamos y comemos en nuestros encuentros. Y el que paga todo lo que se rompe.

miércoles, 13 de junio de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y OCHO

Yo no sabía que iba a vivir cuatro días entre tus sábanas. Que tan poco íbamos a charlar de nosotros en esta ocasión, como lo habíamos hecho el único rato que nos vimos, desde que nos miramos por única vez. Si lo hubiera sabido no hubiese pasado. Creo que en el fondo vos tenías todo planeado con suma meticulosidad, con deliciosa determinación, y yo, ajeno a tu estrategia, fui obediente hasta con el más mínimo de tus detalles. Una cadena de caprichos hirviendo de deseos, con una voluntad inquebrantable de no fundirla con besos a mil grados. Eslabón por eslabón me encadenaste a tus piernas interminables en la madrugada del viernes; a tus brazos infranqueables en la noche tardía del sábado; a tus labios impostergables en todo el anochecer del domingo. Lo que hicimos el lunes nos hubiese echado de cualquier bacanal. Pensar que yo te iba a proponer que hiciéramos el amor un día de estos.

sábado, 5 de mayo de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y SIETE

Es una cabeza separada de su cuerpo. Está en una cruz, en un paraje llamado Quirpinchaca. El pueblo lo contempla horrorizado al amanecer del nuevo día, y no es cualquier cabeza. Por ello el horror va creciendo hasta hacerse insoportable. Es la mirada de Florencio Lupa la que observa todo desde las profundidades de la muerte; han decapitado al Cacique del pueblo de Moscari. ¡Y han sido los indios que a él debían obediencia y respeto! Las puertas apenas se entreabren en visillos entre curiosos y temerosos, los mirones apuntan a la periferia de la ciudad; allí, se dice por las calles, se amontonan miles de indios listos para entrar en un malón irrefrenable, que amenaza con destruir todo, con pasar a degüello a cada cristiano llegado en un barco o nacido en la opulencia de su abolengo. El avance de los sitiadores es inminente, el temor paraliza a los miembros del Cabildo y a los funcionarios de la Audiencia; a los curas del arzobispado y a las iglesias y conventos de la ciudad altoperuana de La Plata. No habrá empero hordas de aborígenes, ni lluvias de lanzas que asolen la ciudad ese 5 de septiembre de 1780. Pero habrá ecos que cruzarán el Alto Perú, y amenazarán con levantar viejas y silenciadas voces. ¿Quién es Florencio Lupa? Por qué razón llegado el año de la mayor revuelta social que conoció el Virreinato del Perú, pudo este Cacique, su asesinato, ser una manifestación contundente del descontento de la República de Indios en varias regiones de los Andes peruano bolivianos. ¿Qué se rompió en el sistema dual de organización del mundo colonizado? Justamente la pérdida de esa dualidad, el resquebrajamiento de aquellas relaciones que mantenían vigente la hegemonía española, y lo que es más importante, su legitimidad imperial y cultural. Los españoles no liquidaron el sistema que hallaron a su llegada a estas tierras. Más bien lo utilizaron para controlar y afianzar su propio rol hegemónico en la región; inventaron una compleja mistura de relación entre indios e ibéricos, con la supremacía siempre inobjetable de los segundos, claro está. Y a los efectos de ejercer su dominación supieron encumbrar a caciques y jefes étnicos de los antiguos ayllus; dándoles poder (más aún del que su linaje les confería) ante sus comunidades, pero, y sobre todo, ante muchos habitantes no indios de los pueblos y ciudades. Era un hecho que un Curaca con los favores del Corregidor quedaba en condiciones muy superiores al común de su propia comunidad y más próximo a las medianas y altas esferas del ordenamiento colonial. En adelante un interlocutor entre las dos partes que constituían el Virreinato. Cómo verán todos los actores sociales participantes de la vida colonial ésta posición y ese desempeño, es un dato que irá variando con el paso del tiempo, y que será el efecto de muchos caldos de cultivo al interior de las comunidades. A lo largo de todo el siglo XVIII se va a producir un proceso de diferenciación entre comunidades y caciques; el mestizaje es para esta época ya un rasgo distintivo de las autoridades indias. Aunque no será ese el punto central sobre el que estallará la ira de los indios sublevados, y esto pese a que Florencio Lupa era visto como un mestizo y no un “puro”. Desde 1753 Lupa gobierna el pueblo de Moscari, con tan solo 23 años este miembro del Ayllu Collana comienza una vertiginosa carrera en la sociedad virreinal. Algo que llegado el momento motorizará el descontento general hacia el levantamiento comunal. Aún siendo una institución permanentemente auscultada por los españoles, la tradicional unidad social y de producción inca, el Ayllu, tenía márgenes en los cuales podía seguir subsistiendo la cultura y la organización de sus continuadores, y, de hecho, ese era uno de los basamentos para el normal desempeño de las relaciones entre indios y españoles. El carácter de reciprocidad y administración en vistas del beneficio del grupo, era un puntal del derecho cacical, independientemente de que éste hubiera sido escogido por el Corregidor y hallara allí buena parte de su legitimidad. Cuando llega 1780 no es la sangre mezclada de Lupa lo que lo pone en el ojo de la tormenta, sino su largo historial de accionar en los destinos y la vida cotidiana de sus indios. Su enriquecimiento personal utilizando su preponderante posición social es lo que lo delata como un españolado; años de adueñarse del producto comunal, del trabajo colectivo en las tierras “comunes”. El cacique comerciaba los excedentes campesinos en los mercados coloniales; vendía mercancía a los indios subalternos en el repartimiento forzado de productos, que debía acordar con el Corregidor, pues éste tenía el monopolio sobre ciertos rubros como el hierro y las mulas. Como todo cacique norpotosino Florencio Lupa tenía en sus manos la gestión del trabajo obligatorio, pudiendo negociar con los mitayos de las haciendas su enlistamiento anual, cobrándoles a cada uno sesenta pesos por ser excluidos de tal obligatoriedad. Otra prerrogativa de su cacicazgo le permitía separar a niños y niñas de sus padres, para mandarlos a las ciudades como criados y servicio doméstico a casa de españoles acomodados. Es cierto que no todo lo que hacía Lupa perseguía su enriquecimiento personal. Debía, indudablemente, reproducir la vida de su comunidad. Y este hecho era indispensable a su vez, para continuar siendo visto como un buen cacique, como el jefe que velaba y vivía por y para su Ayllu. Es la percepción de los indios lo que, en última instancia, definía su legitimidad al frente de su pueblo. Y si tenemos en cuenta que durante toda su trayectoria supo establecer un nexo importante con sectores españoles, asociándose más que confrontando con las elites regionales, tomando unas determinaciones que cuando no asediaban directamente la paupérrima vida del indio común, no evitaban ni trataban de paliar sus peores sufrimientos e incomodidades, es lógico el desarrollo de una mirada hostil hacia su figura y su lealtad. Existe un hecho que puede graficar en lo que se había convertido. En 1778 el Corregidor Joaquín Alós, sucesor de Ursainqui, lo designó como mediador en un pleito comercial en Moscari; el dato relevante es que no había ningún indio en el conflicto, sino dos hacendados españoles. Florencio Lupa impartió justicia en la Hacienda de Hipira, demostrando cuán lejos había llegado su marco de influencia en el sistema de organización y poder colonial. Tras veintisiete años de equilibrio medido y meticulosamente pensado y ejecutado, Florencio Lupa cayó por su propio accionar y su propia posición largamente construida; no inquieto su muerte por sí misma a quienes lo tenían como un indio ganado para la hegemonía hispana, sino por lo que significaba en la sumisión de los colonizados, su plausible quiebre, el levantamiento de los siempre dominados. Años de tolerancia fueron colgados en aquella cruz, en Quirpinchaca. Para que lo vieran todos: españoles, corregidores, curas, hacendados, otros indios sumisos ante la dominación virreinal. Para que el propio Tomás Katari escribiera, sin lamentar la muerte del cacique: “debe saber V.M (el rey) que dicho Lupa era el dilecto de vuestros ministros por los regalos cohechos que les daba; que Lupa había hecho un caudal gigante con la sangre que les había robado a los miserables indios.”. La muerte de Florencio Lupa no era solamente un llamado de atención a los indios traidores a su pueblo, sino también una advertencia contundente sobre el agotamiento de una dominación española ya sin justificación, ni cultural ni ideológica; y la apertura de otras posibilidades de dirimir el orden social existente, y el nuevo rol de los indios en él.

lunes, 30 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y SEIS

La razón y el amor no se llevan muy bien, dicen cosas distintas, hablan temas diferentes. Pero nosotros, que somos los comandantes de todo cuanto nos acontezca en el cuerpo y en el alma, debemos hacerlos dialogar. Aunque podamos ligarnos una trompada de rebote, cosa que es seguro pasará, porque el amor discute en su nombre pero es nuestra vida la que pone frente a los golpes de su rival. Claro que es un intercambio desigual; la una quiere convencer, el otro quiere negar toda explicación, para así ir hasta el fondo de su capricho. Y así están estas dos bestias. De las que somos sus hijos obedientes y desarrapados, pasando un fin de semana en cada casa.

miércoles, 25 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y CINCO

Dejarse arrastrar por la corriente de un nuevo río. No intentar más descifrar la luna que no se ve. No hacer más de esa canción nuestro cilicio. Saber, mejor comprender, hacerse a la idea, de que el partido ya termina. Y no ganamos nosotros. Huir hacia adelante es lo que queda por hacer. Sepultar vivo lo que no murió aún. Tachar todo lo escrito y arrancar con nuevas líneas. Mentirse despiadadamente, sosteniendo el engaño a muerte. Sacarle el cuerpo al corazón desesperado, dejarlo solo y tirado. Decirle arreglate solo, que yo me tengo que ir hacia otra mujer, donde sea que esté. E irse nomás.

jueves, 12 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y CUATRO

Es otro atardecer,
dice otras cosas y desnuda otros espacios.
El horizonte está más abajo también.
La vida se escribe de otra forma por estos lados,
y hasta los tedios tienen una identidad innegociable.
Cronos no tiene el mismo ánimo en todos lados.
Algo tendrán para decir de mí las cotidianidades de estos días y noches,
de ir viviendo y muriendo en el sanguíneo oeste.

miércoles, 11 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y TRES

No te voy a besar, porque no quiero tener que vivir con el recuerdo de ese beso. Alguna vez le dije eso a una mujer que se estaba enquistando en cada parte de mi cuerpo, sin intenciones de dejarme ir hacia otras mujeres menos acaparadoras.
No sé si hoy diría la misma estupidez de poeta empedernido; aunque ese beso se quedara a pernoctar por siempre en la carne viva de mi estado de ánimo, como una sanguijuela angurrienta e indestructible.
¿Será posible guardar un instante así para poder revivirlo cada día durante un millón de años?
La ciencia alcanzó tantos sueños para la soberbia y vanidad de una burguesía universal, y sin embargo nada hizo por el ser más común y ancestral de todos: el que está enjaulado en un amor que no tiene su nombre tatuado en los designios del porvenir.

domingo, 8 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y DOS

Fue una de las charlas más irresponsables que he tenido; realmente peligrosa en su profundidad y en sus vericuetos abordados sin pudor, con abnegada insensatez. Yo lo sé bien, no se pueden usar las ropas de la amistad para desvestir el amor de una mujer deseada; son escenas que siempre quedan en paños menores, pero nunca desnudan convenientemente unos deseos perseguidos a través de decisiones desacertadas.
Yo acumulo una gran experiencia confirmando mi torpe inexperiencia. Y ya estoy grande para no conocer ciertos juegos, ciertas formas de jugar.
La noche pasó en un bar que nunca cierra. Como mis metejones por algunas mujeres, que nunca clausuran, y nunca les cierra a ellas, lastimeramente para mí. Se suponía que él iba a llegar al atardecer y huir al amanecer; así habíamos acordado como buenos amigos, en una noche de oscuridad y velas, de confesiones equivocadas y perturbadoras. Algo falló en toda esta historia.
Escribí éstas y otras líneas más. Tomé alcoholes que aderecé con amarguras tardías, pero con hidalguía y entereza. Un ron dio paso a las cinco de la madrugada, la televisión encendida y sin sentido, un libro sobre nieblas, amores, borrachos, y prostitutas. El llanto de una mujer ante un hombre que anunciaba unas decisiones crueles, en una mesa poco iluminada.
Todo lo que podía hacer con ese tiempo lo hice. Mientras en la cortada nada cambiaba mi situación, porque nada sentenció esa velada infructuosa e irresoluta.
A veces ciertos ángeles guardianes del desamor dan segundas oportunidades. Solo no hay que tropezar dos veces con la misma cobardía.

sábado, 7 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y UNO

Es muy grato bajar del micro y que lo primero en verse sea una biblioteca popular. La biblioteca popular Homero Manzi. Y mucho más si ésta está decorada por un poster, grande y central en su escenografía, que dice “Fuera Bush de Argentina”. Como un recordatorio de quiénes somos y qué no queremos. Difícilmente sea el pensamiento unívoco de todos los paceños, pero de algunos cuantos seguro que sí, y lo importante es que sea de esos que están dispuestos a movilizarse, a accionar en pos de lo que sienten. Armar y montar una biblioteca popular, donde lo central sea entre otras cosas la memoria histórica del pueblo, la de sus vecinos e historiadores locales, equipar y dirigir un lugar así, en el portal mismo de la ciudad, es un gesto notable. ¿En cuántas terminales de ómnibus hay una biblioteca a la bajada del viaje?
Bienvenidos a La Paz entrerriana. Donde no hay altura pero sí profundidad.
Más pueblo que ciudad La Paz está al norte de Entre Ríos, todo lo al norte que permite su geografía, lo último antes de cruzar a tierras correntinas, rumbo a Esquina. Y es un lugar bellísimo, tanto por tranquilo como por natural. Tiene una vida intensa pero mansa, nada es tan urgente como el calor que empieza rápido en las mañanas a apretar los huesos. Esa tranquilidad no es quietud somnolienta, es pausa y conocimiento de la rutina que es implacable, pero que a los paceños no les molesta en lo más mínimo. Cuando incomode habrá que hacer valijas y partir para el sur.
Lo verde rodea el pueblo, es el contorno que se puede ver para cualquier lado que se mire, parado en cualquier encrucijada. Donde dos calles asfaltadas y ardientes se topen con sus casas bajas y sus veredas angostas, poco transitadas, porque las calles son todas casi peatonales en La Paz.
A eso de las ocho de la mañana el día arranca la vida de los lugareños. Los negocios abren sus puertas y prenden sus aires acondicionados, a la espera de los vecinos y algunos visitantes. La Paz es un lugar donde el turismo tiene su importancia, a diferencia de otros pueblos aquí los hoteles esperan la llegada de visitantes cada temporada, de hecho existe la separación entre temporada alta y baja. Lo cual deja entrever que siempre llegan curiosos y extranjeros, y que el pueblo está preparado para ellos, sabe de su arribo y su deambular por las calles y la costanera.
Voy caminando en la mañana, tomando fotografías, despreocupado, pero nadie se sorprende demasiado, como sí lo hicieran en Gualeguay, o Nogoyá, o Viale. No es su puntal de subsistencia pero el turismo convive con el resto de las ocupaciones de los paceños.
La plaza central, es decir la zona céntrica, se llama 25 de mayo. Volvemos a los recuerdos vitales que una nación firme y organizada le induce a sus pueblos y regiones. El monumento estrella no es el Libertador, es la mismísima Patria, representada en una mujer de túnica erigida en mitad de la plaza. Que, por suerte, no está de frente a la municipalidad, ni a la iglesia de Nuestra Señora de La Paz, ni mucho menos al cuartel de policía, al que directamente le da la espalda. La Patria de La Paz mira cara a cara al casino.
Al margen de estos juegos de interpretación puntillosa, risueña, y exagerada, lo cierto es que la argentinidad está omnipresente, sobre todo en el muro de la catedral decorado con el anuncio “Avanzando hacia el bicentenario: 1810-1816”.
La terminal de ómnibus, a la cual regreso en varias oportunidades para distintas averiguaciones, es modesta en extremo. Tiene apenas tres dársenas que ni siquiera se usan, los colectivos llegan y se estacionan en paralelo a la plataforma, que es diminuta y cuando llegan los viajeros vive atiborrada de gentes. Que baja, que sube, que comercia, que espera, o que, simplemente, está. Como los taxistas, que toman mate mientras esperan cada arribo, que es programado y escaso. No llegan muchos micros a esta localidad entrerriana, apenas vienen de Paraná, del pueblo costero anterior Santa Elena, de San José de Feliciano en el norte centro de Entre Ríos, de Sauce (lugar correntino), y dos veces por día de Concordia. Ningún gran micro llega, todos simples, los más sin aire y sin estridencias tecnológicas. Gracias que llegan, entenderé más luego en mi estadía.
Un bar donde el calor sobrepasa todo lo imaginado, una sala de espera de dos por dos, y una oficina de informes generales sobre transporte, es todo lo que hay en la terminal. Y, lo dicho ya, la biblioteca popular, con su resplandeciente poster y un librito a la vista titulado “Historia de La Paz”.
Las mañanas son agradables en esta ciudad pueblo, pero las tardes son imprescindibles. Y mucho más al pie del río Paraná, caminando por la costanera, una vereda de piso de ladrillos opacos que termina en unos leves acantilados, donde los pescadores aficionados de la ciudad vienen entre las seis y las ocho a buscar lo que vender, y en muchos casos lo que comer. Otros corren uniformados en joggings, sudando voluntariamente el sudor que no les llevó la térmica sofocante del día transcurrido. Pasan charlando entre sí, o concentrados si van solos, pasan sin prestar atención a los que se bañan en la playita que tiene La Paz. Sobre todo los niños, siempre predispuestos a meterse en donde haya agua para agitar. Las señoras toman sol en maya, acompañadas por hijas, o nueras, o vecinas, hablando vaya a sabe de qué cosas, aunque seguramente será cuestión local y cotidiana.
La costa tiene dos cosas maravillosas, al menos para quien escribe estas impresiones. Tiene un puerto pequeño pero accesible; uno puede llegar hasta el agua misma, de cara a los dos o tres barcos pesqueros, al costado de la barraca que es depósito para mercancías y demás cosas que se bajen con la única grúa, que está al alcance de la mano como las del Puerto Madero, pero que tiene trabajo que hacer y no es decorar la vista de los cogotudos que almuerzan en aquel espacio público robado para la exclusividad de un puñado.
Lo otro que posee este fragmento de la ciudad es lo que falta en muchísimos lados: un bar en el puerto. Pero ahí, verdaderamente en el puerto, no a cientos de metros, ni ajeno a los aromas portuarios, a sus ritmos. De frente a la corriente que empuja para el sur están los que se sientan a tomar una cerveza, o un fernet, o una caña, o un licor. Como los dos viejos que miraban pasar la marea en la tarde en que yo entré, fascinado, a tomar un aperitivo. Sin hablar, porque nunca se dijeron nada en cuarenta minutos.
El catamarán hace los paseos para los turistas, cargado de cámaras de fotos para inmortalizar no sé bien que cosa, porque lo mejor es estar en tierra para aprehender lo mejor de La Paz. Desde la barandita solo se puede captar un montón de gente arrimada a la costa, pero es justo en la playa donde se puede saber qué están diciendo los que viven camino arriba. El catamarán arruina un poco ese puerto. Los barcos de travesía siempre molestan en las zonas portuarias, como los cruceros, tan grandes, tan vanos, tan torpes en su lento nadar.
Son como fantasmas, tienen una frecuencia espaciada, que se mueve al ritmo de la vida del lugar. Casi como si no estuvieran, uno se olvida de su ruido largo rato, hasta que de pronto surgen desde los márgenes, y siguen su camino, luego de su insignificante intromisión, que casi no es tal. Hablo de los dos colectivos de La Paz que férreamente y burocráticamente son el 1 y el 2. No tomé ninguno, no necesité nunca ir de punta a punta de la ciudad, por lo que caminé todo lo que quise recorrer.
Ya lo había visto en otros pueblos, y en La Paz se vuelve a mostrar con potencia: Entre Ríos tiene una religiosidad marcada. Cada región conserva como una barricada sus actos de fe, su iglesia patrona, su tradición de creer en Dios y de sucumbir ante la imagen que de El le entrega Roma. La bandera amarilla flamea palmo a palmo con la de Belgrano. En la iglesia de Nuestra Sagrada Señora y en el Círculo Católico de Obreros, con su sede a la vuelta de la plaza.
Suenan las campanas entre las penumbras que van ganando las calles y sus portales abiertos de par en par, que van oscureciendo las facciones de los que chupan su bombilla en una hamaca junto al árbol de la vereda. Largos minutos suenan. La misa de la tarde se llena de vecinos, sobre todo vecinas mayores, pero también un buen número de muchachos que escuchan las palabras, que en el jardín lindero a la iglesia, les habla un joven sacerdote.
Yo entré para admirar la arquitectura pero me quedé observando la misa, su ambiente, su forma de ser, más bien la forma de ser de los que allí llegan tarde a tarde. Puntualmente cuando el sol ya solo está a unos metros del Paraná. Posar mi mirada intermitente, con prudencia, en el acto de confesión que realiza un vecino, arrodillado ante el cura que lo absuelve, con seguridad después de algún rezo, de alguna acción bondadosa encargada en castigo y reprimenda.
Lo que dije de la costanera no alcanza. Debo enmarcar ahora, con mayor énfasis, cómo es en los atardeceres. Es sencillamente hermosa. Como es precioso el momento de estar allí cuando el día se encamina a la noche, la luz que no tuve demasiado interés en ver en las fantasías de Victoria, la presencié en el crepúsculo de La Paz. No es blanca ni extraterrestre, no se convulsiona ni vuela a velocidad estremecedora. Más bien es lerda en sus movimientos, y se sabe dónde quiere ir; abajo del agua si nos dejamos engañar por la vista y la ignorancia. En ese trayecto que hace regala un espejo amarillo y refulgente, que ciega pero a su vez no impide contemplar las aguas en llamas, y que buscan alcanzar los botes de los lugareños, cuando justo están regresando con algún Dorado medio muerto y derrotado.
Un cuarto de hora dura esta puesta en escena de la naturaleza. No mucho más. Hasta que solo queda una claridad que se va apagando, como la cola de un cometa a su paso.
El atardecer junto a las aguas paranaenses de La Paz ya devuelve la fatiga de los viajes extensos, los transbordos rebuscados, las esperas a merced del calor.

martes, 20 de marzo de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA

¿Y si realmente puedo ver otras cosas?
¿Y si es verdad que estallan los abismos en mil formas multicolores,
con sabores y aromas de nunca explicar?
Es muy peligroso para mí,
que no sé no enamorarme de mis debilidades.
En una de esas doy con aquellas líneas
que hace millones de años estoy buscando.

miércoles, 7 de marzo de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y NUEVE

Quién diría que un día le clavaría ésta daga a su niñez.
Es el traidor.
Cómo imaginarlo mirando pasar las veredas del sur,
hasta cruzar esa frontera que es el día después de cualquier adiós.
Entre sus ropas sucias de trabajador había una decisión,
allí dormía una deslealtad,
y los años todos.
Se deja las bambalinas del sábado,
los poemas zapados en el final del domingo,
todas las noches en vela por una manía de atrapar lo inexistente.
Hay un silencio en la mirada de su gente
y en las cosas que se amontonan de rabia en su ocio.
Qué despecho empujará el andar del tren rumbo al desierto,
y qué gato buscavidas lo mirará irse desde una medianera cualquiera.
Cuál de todos los perros,
de esta ciudad creciendo entre las ruinas de su pueblo,
trepará a un lomo de burro para ladrarle por última vez.
De quién será la sangre que cubra la brea de las calles
cuando él,
el traidor,
saque su daga y se la lleve tan lejos.

TRESCIENTOS TREINTA Y OCHO

Cuarenta y tres mesas viendo la lluvia caer,
y hay uno que charla con un vaso a medio vivir.
Una televisión sintonizada en el ayer
y una parejita sin amor mirando el mañana por un ventanal sin dolor.
No hay paraguas a las siete de la tarde
en la calle principal de Lanús,
la oscuridad viene a ocultar los charcos del sur,
y el vaso muere y calla,
con la luna que yace en un toldo del color de la ciudad otoñal.

sábado, 3 de marzo de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y SIETE

Todo azul por fuera da la sensación de ser la entrada a un acuario. Pero los dibujos de diversos planetas, los puntitos blancos simulando estrellas milenarias y extintas, los oscuros círculos negros como asteroides o trozos de rocas espaciales, todo ello hace pensar en marcianitos, ya no en pececitos.
La ciudad tiene varios museos pero éste sí que se las trae. Todo eso que describí y que hace su fachada es la entrada al museo del OVNI de Victoria.
Tiene fotografías de periódicos antiguos, con notas sobre apariciones de objetos en el cielo; tiene fragmentos de meteoritos; tiene herramientas utilizadas en diversas misiones al espacio por cosmonautas soviéticos; tiene más fotografías, pero éstas de luces que se mantienen en el aire, sobre diversos puntos de la ciudad. Hay muchas explicaciones de lo qué es eso llamado Fenómeno Ovni, y qué es más precisamente en la historia reciente, y no tanto, de esta localidad entrerriana. También se puede ver un documental en una pantalla situada en un salón contiguo, que narra la experiencia de los pobladores de Victoria con sus frecuentes encuentros con naves, platos, luces, y hasta, rayos incandescentes agresivos.
Bastante información y entretenimiento por escuetos quince pesos de entrada. Además de la discusión disparada entre los visitantes que llegan en grupos y se van imaginando posibilidades de que todo sea cierto, o buscando los detalles que comprueben que todo es mera sugestión, y, claro, negocio y atracción turística. Aunque la existencia de un grupo de investigadores locales del fenómeno Ovni suena como exagerado a los efectos de generar interés para posibles visitantes. Esa gente cree en serio en lo que dice y lo que hace, nadie se organiza tan burocrática y sistemáticamente sin una convicción real, al punto de escribir libros, realizar vigilias interminables en busca del contacto deseado, y viajar a diferentes puntos del país y el exterior para intercambiar experiencias e información.
Veamos cómo es la historia.
A diez kilómetros al sur de la ciudad la estancia La Pepita abrió, el 24 de junio de 1991, el camino hacia la instauración del fenómeno Ovni en la región. Allí, la dueña de la estancia, la señora Goncalves de Basaldúa, junto a su empleada Irma, empezaron a divisar una luz roja que siempre aparecía alrededor de las nueve de la noche, y permanecía flotando en el aire, a pocos metros de la superficie de la Laguna del Pescado. Varios días tuvieron que pasar para que dejaran de lado la curiosidad tímida e incrédula, y se comenzaran a preguntar qué sería esa extraña luz en el agua. Primero habían pensado en vuelos comerciales, ya que no encontraban otra razón lógica que se pudiera utilizar para explicar el evento. Finalmente decidieron llamar a uno de los periodistas más reconocidos de la zona; Ramón Pereyra llegó así, acompañado de su camarógrafo Héctor Frutos, a la zona del suceso.
Uno pudiera esperar que ante la presencia de los nuevos y armados testigos la luz se mostrara tímida, después de todo es lo que suele pasar en estos casos. El episodio siempre queda como una prerrogativa de quienes lo presenciaron en una primera instancia, debiendo convencer con sus palabras y su énfasis a los demás. No fue así. La noche que se encendió la cámara de Frutos, la luz volvió a aparecer pasados cuarenta minutos de las veintiuna, y no solo que hizo su presentación de rutina, sino que esa vez le agregó varias vueltas y movimientos bruscos, para luego salir disparada hacia el oeste, en dirección a la ciudad de Rosario. Y la cámara de video filmó todo.
Un par de días después ATC estaba mostrándole al resto del país los sorprendentes episodios de la Laguna del Pescado. Pero no quedó allí, el cable del canal estatal fue recogido por agencias extranjeras, y así Victoria se convirtió en una celebridad de un día para el otro.
De allí en más todo se mezcló, y como era de esperar un aluvión de visiones, contactos, y presencias, empezó a dominar los diálogos de los vecinos, las charlas en los bares y en la costanera en los atardeceres. Todo el mundo veía ovnis. El asunto se volvió más de prisa que despacio un folklore local que se expandía y tocaba localidades aledañas y agencias de turismo capitalinas. El cerro La Matanza, el lugar más alto de las siete colinas, se hizo guarida de los cazaovnis aficionados, para desgracia de los adolescentes enamorados, que vieron a su villa cariño invadido por estorbadores con binoculares, cámaras de fotos, y hasta termos y mates. Y todo el mundo veía luces extrañas.
Lo que trajo a su vez aparejado el caso de La Laguna fue una multiplicidad de denuncias de visiones de ovnis. Muchos decían que hace años los veían pero temían ser tratados como locos. Y ahora era su momento. Quizá el caso más notorio sea el de Irma Medina de López, vecina de Paraná, que dice que hace años sostiene contacto visual y telepático con bondadosos extraterrestres, que le comunican mensajes de fraternidad cósmica. Todo lo puso en un libro titulado, aparentemente, ya que el investigador del que levanto parte de esta historia, desconoce su nombre verdadero, “Mis contactos con los hermanos del cosmos”.
Los hacedores del museo, además de atiborrarme con noticas mundiales y nacionales de apariciones, me interiorizaron con un par de terminologías propias del mundo de las investigaciones sobre el Fenómeno. Me detengo en el Flap. Porque, según demos veracidad a ciertos criterios “científicos” de análisis de objetos no identificados, puede explicar lo sucedido en Victoria.
Según me explican los ovnis se presentan de forma cíclica y bajo oleadas de aparición. Lo que quiere decir, precisamente, es que hay ciclos de aparición de ovnis. Periodos de dos años y medio luego de los cuales alguna región del planeta será barrida por múltiples presencias de dichos objetos , sin poder definir los investigadores el lugar exacto donde sucederá, pero sí las fechas probables, el momento. Cuando esa oleada, esa masiva manifestación se produce en una región muy específica, como ser un pueblo y ya no toda una provincia o estado, se denomina Flap. De hecho los “ovnílogos” argentinos sabían que entre fines de junio y fines de julio de 1991 se produciría dicho suceso. Así, lo que se inició ese 24 de junio en La Pepita tenia fecha de cierre, independiente de lo que desearan los atrapa turistas y vendedores de excursiones al avistaje de platos voladores.
Acá van algunos de los más notables casos de la manifestación de vida extraterrestre en Victoria.
Entre mayo de 1992 y septiembre de 1993 apareció ganado mutilado. Ovinos, equinos, y bovinos con sus órganos extraídos de forma, diríamos, quirúrgica. Con trabajos cuidados. Lo cual llevó a desdoblarse la explicación entre los que veían cuatreros foráneos, y aquellos que olfateaban sectas satánicas operando en la clandestinidad. La policía local no solo que no encontró ningún sospechoso en cualquiera de los dos casos, sino que varias noches de vigilancia extrema no pudo evitar la aparición, al alba, de nuevas mutilaciones. En sus propias narices diría un detective de novela policial.
El caso Colmán. Otro hito en la historia fantástica de Victoria. El viejo Colmán cuenta haber visto una luz blanca incandescente, que se balanceaba a poco del piso, y que despedía unos rayos hacia su persona, sin lesionarlo gravemente pero quemándolo en varias partes del brazo. A su vez menciona la presencia de figuras transparentes al costado de la luz suspendida. Una vez transcurrido el contacto solo quedaron como evidencia las quemaduras de Colmán, y unas marcas en el pasto que parecían unas herraduras perfectamente dibujadas.
Hasta aquí todo lo que dejó una visita al Museo del Ovni de la ciudad contactada de Victoria. La expresión harto popular es creer o reventar. Yo prefiero creer en los objetos que se exhiben en el otro museo, el de la ciudad y su historia, y reventar las cucarachas que se me cruzan de tanto en tanto, que me preocupan mucho más que las luces blancas saltimbanquis de los montes y las lagunas. Al menos hasta que me cruce alguna.
El pueblo de La Paz no conoce de apariciones ni luces. Lo único deslumbrante, a pocos metros del suelo, es el sol del atardecer, que cerquita de las ocho de la noche se mete a nadar en el Paraná. Para allá voy.

miércoles, 22 de febrero de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y SEIS

Hay lugares que todavía resisten. Paisanos que se niegan a seguir al rebaño que solo busca el beneficio económico sin más ni más. Entre Victoria y Nogoyá se suceden algunos campos de maizales, maíz y maíz a la vera de la ruta. Histórico maíz, generoso maíz, tolerante maíz, que sabe compartir la tierra con la naturaleza sin exigirle potestad absoluta.
Hay lugares que todavía resisten a la Patria Sojera. Con lo puesto, con lo suyo desde siempre.

sábado, 18 de febrero de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y CINCO

La noche de Victoria sabe de fiestas populares, las viene alentando desde años. Fue en el 2005 cuando la gente del Sportivo Victoria tuvo la acertada visión de darle un espacio a los artistas más diversos de la música de nuestro país, abrirle la puerta de la canchita al escenario Chacho Abrego, hombre querido y consagrado de la historia cultural victorience, y permitirle a los vecinos y visitantes reencontrarse con el arte de nuestra música argentina y popular.
La noche de Victoria se viste de fiesta, y las Tres Marías pispean la prueba de sonido de Roxana Carabajal, que ensaya las emociones que le tirará al público. Que va llegando lento, cargado del calor del día transcurrido, bien empilchado para la ocasión, de los brazos las señoras, con el sombrero en la mano los señores, a puro correteo el piberío. Y todos perfumados por los choris que se van haciendo en la antesala al escenario repleto de luces multicolores.
Las sillas de plástico se perfilan de cara a los cantores, en hileras que se extienden hasta el sector donde las mesas dispuestas tienen sello de cena-show. Todos los focos de la canchita, blancos y poderosos, dan soles hasta que todo se apaga, y entran los presentadores del VIII Festival de la Música Argentina.
La arenga de los trajeados tiene que ver con remarcar la importancia del evento, de tenerlo en la ciudad, y de saber vivirlo a su altura. Prolijamente dirigirán los pasos a seguir, los entremeses, los chistes y comentarios risueños, todo bajo el control de la ortodoxia en el manejo de eventos multitudinarios.
La cosa arranca con un cantor de tangos, que no estaba invitado oficialmente pero que llegó a Victoria y pidió entonar un par de temas. Y así abrió la noche estremeciendo con una voz potente y equilibrada, mostrando un buen manejo y una buena experiencia en los escenarios. Fueron tres los temas: dos canciones de música ciudadana y un inoxidable recuerdo del Gitano, que fue vitoreado por las siempre presentes “chicas”, hasta incluso con suspiros. Buen tino haber traído a Roberto Sánchez para su evocación. Y así lo hicieron saber las más de dos mil personas que acudieron a esta noche.
El “Lagunero” Daniel Albarracín, buen tributo a Horacio Guarany que puede brillar con brillo propio, desparrama espontaneidad y profesionalismo, de hecho llegó a este festival directamente del hospital que lo atendió por una molestia biliar, según compartió, un tanto chabacano y exagerado en la postura de confidente. Interpretó ocho temas propios y algunos ajenos, incluyendo un par de clásicos del cantor del “Pueblo”. Bromeó reiteradamente con sus guitarristas y se despidió prometiendo regresar, “porque el canto para mi es mi pasión, es mi vida”. Todo ante un confortable aplauso.
El ballet Horizonte, que había dado inicio al festival con zambas, retornó para amenizar la espera de los chamameceros. Cuecas, más zambas, pericones, gatos, de todo se les vio hacer en los pastos al pie del escenario, lugar de los pasos compasados y meticulosos de ésta compañía victorience que lleva treinta años de iniciar jóvenes en los bailes tradicionales de nuestro pueblo argentino.
Ahora sí se arma la joda. De repente la noche, que se había puesto fresca, cuando las viejas se apuraban a ponerse los saquitos, se recalienta con un alarido que cruza los campos de este a oeste y de sur a norte. Grito esperado, lo pude entender de allí en más, por la inmensa mayoría de quienes pagaron los cincuenta pesos de la entrada. Llega Nemopirí. Llega la emoción.
Emoción es el significado de ese vocablo en guaraní, y es lo que eligieron hacer los seis muchachos jóvenes que se plantan arriba del escenario, vestidos con uniforme de sapucay, listos a exigir el baile preferido de los correntinos y buena parte de los entrerrianos. Su guitarra principal lanza el aullido que resuena en todo el Paraná. Todos saltan a la improvisada pista natural y zapatean rítmicamente esos saltitos para adelante y para atrás, sello distintivo del Chamamé. Uno tras otro suenan los enganchados de Nemopirí, sin interrupción, solo bajo la voz de su cantante recitador de prosas, que de tanto en tanto tira una consigna al público, una arenga, un pedido de grito de sapucay, que, claro, todos responden hasta donde dan los pulmones. Sin vergüenza alguna. Porque la cultura propia nunca es motivo de vergüenza en aquel que la lleva muy adentro en el sentir.
“¡A bailar, a bailar Victoria!”, gritan desde arriba. Un sapucay sube desde el piso pisoteado más que en partido de domingo. Los mozos ya ni van ni vienen, las sillas quedaron casi olvidadas, con carteras, bolsos de mano, botellitas de agua, vasos vacíos de cervezas extintas. Solo yo, quieto y asombrado, quedé en mi lugar, sin pareja para bailar a la luz de los reflectores verdes y rojos.
La noche, que ya llega a su fin, es consagrada por la figura más deslumbrante del festival. La que garpa, diríamos en el barrio porteño. Y su presentación, su forma de andar el escenario y relacionarse con el público así lo muestran. Con una aurea total para estos instantes de música compartida, Roxana Carabajal le pone el broche de oro a una fiesta popular y pueblerina. Ella trae el folklore mezclado con la ciudad, el bombo leguero que convive con los parches, las guitarras criolla y eléctrica conversan tema a tema, y el violín, y el bajo, que son piezas fundamentales del repertorio de una de los siempre queridos Carabajal. De repente brota el humo del piso y las luces ocultan a los músicos, el público victorience mira entre sorprendido y fascinado, no tan acostumbrado a los efectos de la modernidad en los espectáculos. La voz de Roxana es un puñal afiladísimo que atropella el aire frío de la madrugada, cada chacarera la vive a pura emoción y eso llega así a los oídos de todos, y contagia, y deslumbra. Narra leyendas de su Santiago, cuenta historias de sus montes y sus costumbres, pide por el cuidado y respeto por esos montes, signos de la historia y la cultura de los pueblos. Canta denunciando la avaricia de los desmontadores y el futuro de desierto de esas, sus tierras. Allí el público mira un poco ajeno, sin comprender demasiado esta política subida arriba del escenario, pero el respeto silencioso se impone desde todos los costados, solo un mamado grita “¡Vamos Sportivo!”. A lo cual la cantante, ducha en el contacto con su público, convierte en otro “¡Claro que sí chango!”.
Un par de bises cierran un festival plagado de buenos momentos, de la familia de regreso, como cada enero de Victoria, al placer de disfrutar de una fiesta suya. Y hecha para todo el que quiera venir por estos pagos cada verano.

jueves, 16 de febrero de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y CUATRO

La inseguridad no es algo innato de las ciudades y su diagramación. La inseguridad es el resultado de la ausencia de políticas de distribución, que coloca a amplios sectores de la población, en especial a los más jóvenes, a merced de hombres que los llevan hacia las prácticas delictivas para poder encontrar el espacio que no tienen, porque no se les ha dado, aunque todos los carteles publicitarios les juren que ellos también pueden acceder para ser felices y completos. Y así surgen esas legiones de pibes y no tan pibes, de jean y zapatillas de moda, celular último modelo, y revolver y punta en mano. Que pasan a conformar la marginalidad que acosa y golpea a los ciudadanos de bien, a los responsables que pagan sus impuestos, a los trabajadores que cumplen su rol social de ganarse el pan con el sudor de su frente, decentemente, como soldaditos prolijos y no revoltosos.
La inseguridad no es algo que se deba leer solo como un perjuicio de los acomodados de la sociedad. Parece ser que no es inseguro jugarse la vida en el atraco de un negocio, o en los márgenes donde los corruptos negocios de la policía provincial amenazan e intervienen para ablandar a los futuros e insalvables “pibes chorros”, siempre con el visto bueno de toda la ciudadanía.
Más policía. Más seguridad. Más vigilancia. Y la Gendarmería en la calle; si hasta pareciera, según nos dice la Constitución, que estamos en un momento de conmoción interior o agresión exterior. Solo que cuando en verdad estuvimos en una conmoción interna, llevados a ella por la implementación de un plan de disciplinar a la sociedad para aplicar las políticas económicas en beneficio de grupos económicos nativos e internacionales, que destruyó las capacidades de producción del país y hundieron a la mayoría del pueblo en la miseria y el abandono total. Solo que allí la policía tiró a matar a los que ya se estaban muriendo hacía años. Conmocionados.
Solo parcialmente me sorprende esta placa puesta en la Plaza 1° de Mayo, en pleno centro de Paraná. Una placa que recuerda a las víctimas de la inseguridad y la injusticia. Así, sin otra aclaración. Como si fueran víctimas de un huracán o un terremoto, o un tsunami. Impersonal y sin apuntar a los que hay que apuntar como hacedores de toda inseguridad, ni qué es la verdadera inseguridad en esta era de explotación y abuso. ¿O será que los que pusieron la placa son los que siembran las inseguridades de todos, los asaltados y los asaltantes?

miércoles, 15 de febrero de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y TRES

Tu sonrisa es el oxígeno de mi mirada.
Sos tan irreparablemente linda
que cuando no estoy viendo tu rostro,
estoy tramando cómo encontrarlo.
Cualquier cosa que no sea tu rostro
es solo un intento de alcanzar tu belleza.

martes, 31 de enero de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y DOS

Ciriaco Benítez, productor rural de la región norteña de la provincia de Entre Ríos, sufría como sufrían todos los entrerrianos en aquellos instantes. La sequía asolaba los campos, que se morían en hendiduras resecas y sedientas, al igual que los animales, que tumbados aguardaban morir sin remedio de la naturaleza.
Una tarde cansina de insolación permanente, Ciriaco Medina (otro nombre posible para el campero) dormía una siesta bajo un árbol, bajo la mejor sombra que se podía conseguir. En ese dormitar tiene un sueño, sueña que alguien, que no conoce, le dice que confíe en él, y que su cosecha será salvada, que al otro día lloverá en abundancia, todo si se dirige a un lugar preciso y revelado. Benítez, o Medina, Ciriaco en todo caso, va a ese sitio y allí encuentra una cruz de madera, un recordatorio de la muerte en ese mismo paraje de Lázaro Blanco.
Al otro amanecer el aguacero cae y los campos reviven, y el ganado resurge, y la región retorna a la esperanza.
Cuando la noticia corre por los pueblos aledaños, los pedidos se multiplican, se hacen cientos primero, miles después. Cuenta la historia popular que todos son atendidos por el nuevo santo milagrero, por el Lázaro Blanco, por el finado Blanco. Pocos meses después deciden trasladar los restos del milagrero al nuevo cementerio, y para la sorpresa de los testigos, al hacerlo encuentran el cuerpo de Blanco intacto, sin signos del paso del tiempo, ni deterioro alguno. Al margen de que en su primer enterramiento se lo dejara en la tierra sin féretro.
Todo el norte de Entre Ríos, y pronto el sur de Corrientes, convertirán a este paisano en un altar para los pedidos, las súplicas, y las esperanzas.
¿Quién era Lázaro Blanco antes de ser San Lázaro Blanco?
El “Chalo” Blanco era muy conocido en la localidad de San José Feliciano. Hombre conocedor de su lugar, sabedor de todo cuanto vive en la selva Montiel, por donde está emplazado su pueblo, lo que lo hace ser un buen peón para las tareas rurales, un buen mandadero para llevar y traer mensajes y objetos de todo tipo. Así se fue convirtiendo en el Chasqui de Feliciano, el correo veloz que sabía montar cuando fuera y cómo fuera necesario.
Hacia 1886, Lázaro vivía con Isabel López, madre de sus cuatro hijos, aunque ninguno llevara su apellido, ya que por aquel fin de siglo diecinueve San José de Feliciano no poseía parroquia y por tanto nadie daba apellido a los nacidos.
Algunos dicen que tenía 22 años, otros calculan en 27. Fuentes mencionan que el jefe de la policía del pueblo, un tal Hereñú, le encargó dirigirse a la localidad de La Paz, para traer los sueldos de la fuerza policial. Otros datos hablan de un importante mensaje, sin precisar razón o contenido, para el mismo poblado. Todos coinciden en la fecha: 7 de septiembre.
El tiempo estaba bravo, el cielo amenazaba con una tormenta que anegaría los caminos, haciendo dificultoso los viajes y los correos. La tarea no era para cualquiera, porque no cualquiera la aceptaría en aquel inminente temporal. Lázaro Blanco, el chasqui baquiano y experimentado, audaz hasta la tozudez, acepta la misión y parte para La Paz. Crónicas mencionan un paso previo por la casa del alcalde, para tomarse unos mates (otras ningunean tal dato). Lázaro descarta utilizar un caballo blanco, por la creencia que su pelaje claro atrae los rayos, se sube a un tordillo de pelamen gateado y se hunde en los caminos, noventa kilómetros hasta La Paz.
Apenas quince kilómetros recorridos un rayo cae sobre el chasqui y lo fulmina, a él y a su caballo. Es encontrado tres días después por el comisario Demetrio Verón. Su sepultura se realiza en el viejo cementerio. Hacia comienzos del siglo veinte se construye un pequeño templo donde se hallaba la cruz de madera que hallara Ciriaco, lugar de su muerte. Allí la gente deja todo tipo de ofrendas; desde vestidos de novia hasta camisetas de fútbol.
Para la Iglesia Católica Lázaro Blanco no hace milagros, y es tan chapucero como el Gaucho Gil, o La Telesita. Para una gran cantidad de entrerrianos, en sus campos verdes e interminables, el antiguo chasqui sabe contestar los pedidos y los rezos, es un buen santo cumplidor, y no tiene que darle muestras a ningún cura pueblerino, portavoz de los cardenales de la gran ciudad. Lo que sí hace éste Lázaro Blanco, como todos los santos populares, es escuchar a los hombres y mujeres, pobres y dueños de alientos calientes nomás, peregrinas al pie de una creencia que otorgue nuevas esperanzas, porque aquellos que las vienen repartiendo hace mil años son de poco dar y exigir mucho protocolo a cambio.
Lázaro Blanco, santo entrerriano para todo el pueblo argentino. Pasen y déjenle un pedidito.