martes, 27 de enero de 2009

CIENTO TREINTA Y SEIS

En cualquier lugar de la Argentina un chico de menos de diez años pide monedas. Puede tener puesta una camiseta de Boca o River, y generalmente no da nada a cambio, apenas un papelito mal escrito que cuenta una realidad que, en verdad, no hace falta que la anuncie. La historia pasada también me la sé, y también suele ser igual en cualquier sitio en donde se dé el pedido. Un pedido para mí, un reclamo para sus mayores, una exigencia para los gobernantes.
El chico de la terminal de San Miguel de Tucumán sube al colectivo a punto de salir, para hacer su tarea constante, parte de su vida. La variante es que lleva una deslucida camiseta de San Martín de Tucumán. Murmura algo que es una timidez ante los pocos pasajeros sentados. Cuando llega a mi lugar, lo miro y le digo “si te hacés hincha de Atlético Tucumán te doy un peso”; me mira con gesto desafiante y sigue su camino. Lo llamo y le doy el peso que ya había sacado antes de la pregunta del soborno. Sonríe y se golpea el pecho, justo en el escudo del equipo de la Ciudadela.
Miles de chicos como éste realizan el mismo errante deambular cada día. Y como éste todos son “santos”, dentro de unos años más de la mitad caerán en el delito, y, quizá, con una nueva ley para la edad de imputabilidad, todos serán tratados como delincuentes sin solución.
Podrá ser cierto, pero también que la solución la tenían los mismos carceleros de saco y corbata, unos años antes.

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