sábado, 29 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SETENTA

No hay silencio dentro de mi cabeza. Hay un pitido agudo, que se prolonga como el silbatazo de un tren metros antes de cruzar una barrera.
Yo hablo en voz alta y no logro callarlo, canto una canción y no me abandona, leo a Galeano con el silbido a cuestas.
En estas ocasiones solo sirve dormir un par de horas y dejar que se aburra de gritarme en los tímpanos y se vaya. Hasta la vez siguiente, cuando me quite los auriculares que me ponen la música directamente en el cerebro, y me de cuenta que la sordera me espera en mi vejez si no contengo mis malos hábitos actuales.

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