No hay silencio dentro de mi cabeza. Hay un pitido agudo, que se prolonga como el silbatazo de un tren metros antes de cruzar una barrera.
Yo hablo en voz alta y no logro callarlo, canto una canción y no me abandona, leo a Galeano con el silbido a cuestas.
En estas ocasiones solo sirve dormir un par de horas y dejar que se aburra de gritarme en los tímpanos y se vaya. Hasta la vez siguiente, cuando me quite los auriculares que me ponen la música directamente en el cerebro, y me de cuenta que la sordera me espera en mi vejez si no contengo mis malos hábitos actuales.
sábado, 29 de mayo de 2010
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