viernes, 15 de octubre de 2010

TRESCIENTOS DOS

"Yo soy así, negro. Yo estoy trabajando un rato y después me pinta la vagancia y las ganas de quedarme chupando en la esquina. No sirvo para laburar con patrón". El Gorilón es una fiera envasando rulemanes y correas de transmisión, no para, mete mil cajitas por hora. Saca todo el trabajo. Y en una de esas se tira arriba de la mesa y se pone a dormir, a pata suelta, a ronquido de trueno. Todo el cuerpazo de peso pesado desparramado sobre el azul de la mesa, con los caballetes que apenas se aguantan abiertos y resistiendo.
Yo le decía, Gorila, levantate que va a entrar el dueño, dale boludo, te va a echar a la mierda. "Y que me echen. Yo ya saqué todo lo que me dieron de laburo, ¿no puedo descansar?". Podés parar un rato pero no tumbarte así, sin zapatillas, con las medias agujereadas, a las tres de la tarde, cuando faltan tres horas para salir. "¡Dejá de joder Harry!".Faltó un día, faltó el siguiente, vino el tercero, el cuarto, faltó el quinto. Lo vieron tirado en la plaza Raymundo Gleyzer con una botella vacía como almohada, también tirado en la avenida Warnes a las siete de la tarde, durmiendo como las casas de repuestos.
No lo echaron, se fue solo.
Laburaba un montón, cumplía con lo que le decían y le quedaba tiempo. Se acostaba a torrar cuando no tenía qué hacer, y eso es un pecado en la sociedad capitalista que le compraba los brutos brazos, por diez horas al día, y para moverlos hubiera trabajo o no.
El Gorilón no sirve para el mundo moderno. Prefiere laburar de a ratos, cuando lo necesita, por la comida y el eskabio. Después no quiere hacer nada de nada para otros.
Es el último Hidalgo que conocí.

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