lunes, 7 de junio de 2010

DOSCIENTOS SETENTA Y CUATRO

Este no es un relato de fantasmas ni de apariciones espectrales. Tampoco se habla aquí de cementerios oscuros y silenciosos en los cuales la quietud se quiebra con inexplicables sonidos de ultratumba, o con los graznidos de algún pajarraco hipnótico. Este no es un escrito que traiga leyendas de algún pasado trémulo y lejano, con sucesos espeluznantes que hielen la sangre de los escuchas, aún hoy a gran distancia de los episodios terribles. No hay voces ocultas que repiquetean en el aire, sin dueño. No vienen a cumplir con sus designios fatídicos hombres de carne y hueso poseídos por alguna deidad infernal; libre está lo narrado de la presencia de oficios religiosos en búsqueda del salvaguardo de la serena vida cotidiana.
Nada de aquello existe, ni ha existido, ni existirá jamás. Son solo las representaciones que el hombre crea para lidiar con sus temores ancestrales, con eso que lo petrifica sin necesidad de embelesos retóricos ni ornamentos narrativos. El ser humano va a morir de una vez y para siempre, haga lo que haga tiene un futuro predestinado con implacable certeza. Cada cual es un cadáver, unas cenizas, el recuerdo que se desvanece en los caprichos del tiempo. La finitud lo aterra y le exige con estridente voz idolatrarla en cada página, en todo guión, en cualquier vigilia; todo para ver si de tanto nombrarla le roba su sentido único, su omnipotencia.
Escritores asesinan a sus personajes para salvarse ellos mismos. Nadie se salva nunca. Siempre fue así, y así también será.
Este escrito no tiene nada de ficcional, le aseguro lector. Si está la muerte presente en él es porque no hay error alguno, y eso usted ya lo sabe, conoce su destino.
Esto no es jugar con la presencia auxiliadora que su fe le brinda. No es mi intención asustarlo en vano, yo no juego a asustar. Yo no juego, sabe. Soy lo que soy desde tiempos fundacionales, y ejecuto el dictamen que llevo tallado en el cuerpo.
Antes que se repita siete veces el sol voy a tener que matarlo, no es nada personal. No le voy a decir que va a venir conmigo, o que me lo voy a llevar, o algunos de esos lugares comunes endilgados a mi faena. Yo no voy a ningún lado ni me lo llevo a usted a ninguna parte, solo le quito la vida. Después alguien decidirá dónde va usted. A mi eso ya no me importa.
Bueno, acá lo dejo lector mío. Ya sabe, tiene una semana. Luego yo.
Suya, la Muerte.

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