miércoles, 9 de junio de 2010

DOSCIENTOS SETENTA Y SEIS

El Señor E cree que esto va a funcionar. En verdad, intenta convencerse a sí mismo que puede andar; sabe que su ego extraordinario tendría un golpe fulminante de no ocurrir. Por ello miente y recrea unas posibilidades que están lejanas a la realidad.
El sótano donde vivía el infierno de su codicia ya está vacío y limpio de sus empleados. Ahora deambulan como autómatas sin alma por el nuevo depósito; un sitio pulcro, ordenado, insuficiente para el monstruo comercial que engendró durante años el Señor E.
Sus exclavos sistémicos son vigilados con cámaras bien visibles, y tienen prohibido detenerse, o sentarse unos instantes, tomar un café, mirar unos momentos una pared cualquiera. Tienen vedado el derecho a ser hombres que respiran, hablan con otros hombres, cuentan chistes, coparticipan su vida al compañero de trabajo.
Así son las cosas en este círculo del Hades.
Desensillar hasta que aclare parece ser la única consigna más o menos sensata, para un lugar insensato.

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