miércoles, 29 de septiembre de 2010

TRESCIENTOS UNO

La demolición es inminente, las paredes ya no pueden disimular el deterioro que avanza sin oposición. Todo es una amenaza de venirse abajo. Al fondo, luego de atravesar unos maderos cruzados, el patio repleto de escombros es el pulmón al cual entra el oxígeno que inunda la casa y su aire pesado, con humo, con alcohol, con piedras rodando por entre los cuerpos sudados. Al ritmo de una cumbia tras otra.
La colorada festeja su cumpleaños en el coqueto barrio de Caballito, pero en los despojos de una antigua casa, que ya tiene fecha de derrumbe y nueva vida en forma de edificio. Estamos todos convocados y aquí llegados para fabricar una joda que se las trae (aunque al final se quedó en la promesa nomás).
Tres vasos de vodka con naranja son una buena razón para ver fantasmas en cualquier imagen pintada en cada pared. Y para agitar el envase sin temor al estallido, ni a las formas, ni a nada. Las volutas nunca se dispersan y las amigas de la pelirroja no la dejan compartir la noche; los organizadores no tienen ningún problema con cualquier decoración nueva, y marcador en mano agrego un par de consignas libertarias a los muros tatuados.
Carlos está para atrás, yo lo levanto cuando apenas me mantengo en pie; Paz resiste los embates del tano vela en cuclillas. La Pili dice que estoy re loco. Y Camila descarga toda su ira contra Comparada y el presente terrible del Diablo.
Y en todo este mambo criminal de locos, borrachos, y fumados, una adolescente traspasa los límites de los bizarro. La morocha, ebria como una cuba, apenas en sus cabales, se planta delante de mí y me pide el teléfono celular para revisar sus mensajes. Trata de manipular mi celular pero se resigna y me lo devuelve; y mientras reviso el buzón de su tarjeta de memoria puesta en mi aparato, me pregunta: "¿Te molesta si hago pis?". "¿Si no te molesta a vos?", contesto.
Sin responder a mi respuesta-pregunta, se bajó los pantalones, la bombacha, y se sentó a lanzar su lluvia dorada. "¿Encontraste algún mensaje?" (mientras se sube la bombacha y los pantalones, parada frente a mí). "No te llegó ningún mensaje".
Y se fue por su lado. Y me fui por mi lado. Y la que golpeaba la puerta del baño de mujeres con insistencia pudo entrar a hacer lo suyo.
A las seis de la mañana, un argentino que nació en San Pablo me alcanzó para mis pagos del sur.
Todo en la noche de un sábado, en otra fiesta en Caballito, con otra colorada, y en una casa que ya no será nada para todos nosotros.

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