domingo, 16 de mayo de 2010

DOSCIENTOS SESENTA Y TRES

No se trataba de una queja organizada. No había una deliberada intención de luchar contra la clase acomodada, era más bien el resultado de una mecha que se había encendido por un aumento permanente de la temperatura ambiente nacional.
Si bien el 29 de mayo de 1969 la CGT cordobesa amaneció con una huelga general, la postura de estudiantes, y sobre todo del resto de una sociedad cansada del autoritarismo, no tuvo conexión con una planificación mentada con premeditación. Fue un fruto que las pocas manos que manejaban la huerta se olvidaron de poner en su canasta para comerlo en el postre de la cena; y así llegó la hora en que se cayó por el propio peso de su madurez, estado más próximo la podredumbre.
Fuera de los reclamos sindicalistas a las compañías automotrices fuertemente asentadas en Córdoba, principal centro industrial que llegó en tiempos de apertura Frondizista, fue una demanda mayor la que guió la súbita embestida popular.
Después de logrado el desempate de la década precedente (1955-1965) por parte del general golpista Onganía, éste fue constituyendo una red de conducción autoritaria que atacó los lugares comunes de costumbre, como la expresión, la universidad, y la economía, pero que se hizo una firma espiritual de gobierno. Y en parte avalada por buena parte de la sociedad, hay que decirlo, que aceptada ver en los pelilargos universitarios y en las nuevas costumbres como las minifaldas, una manifestación del peligro rojo. Esto sumado a cierto diagnóstico represivo de la modernización intelectual, como útil éste para lograr la paz que diera años prósperos.
Cuando el reflejo del Mayo francés llegó a las costas rioplatenses, lejos de ser un simple contagio producto de una moda de la acción mundial imperante, activó los pedidos que se venían incubando espontáneamente.
Decir explosión interior es reafirmar que el malestar era mucho más oculto, mucho más esencial que el perjuicio de coyunturas económicas localizadas.

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