En la vida de los indios Guayakies el carácter de nómades está dado por la incapacidad geográfica de desarrollar una agricultura sedentaria. La selva por donde se mueven no propicia para el sustento más que algunos productos como la miel, las larvas, y la médula de la palmera pindó. A su vez que la caza representa el otro punto de importancia para la alimentación.
Lo primeramente significativo de estos aborígenes es la no separación por sexos en las dos tareas mencionadas. Al contrario de otras tribus americanas, los Guayakies asignan a sus hombres las faenas tanto de cazar como de recolectar, siendo las mujeres las que llevan la vida del campamento temporal. Allí es donde crían a los niños, cocinan, fabrican cestos, son las alfareras del grupo, e incluso preparan las cuerdas de los arcos, tan vitales para los hombres y su prepondetante actividad de la caza.
La pervivencia de toda la tribu está dada por los roles que hombres y mujeres cumplen diariamente. La estructura permanece intacta dentro de esa división de actividades; los roles no se cambian. Otra cosa es quiénes, en agunos casos, cumplen esos roles. Para los Guayakies algunas variaciones no son vividas como un problema.
El Cesto y el Arco son los objetos cuya carga simbólica manifiesta el orden de esta comunidad. El Arco para los que cazan, el Cesto para las que ordenan la vida del campamento. El Arco y el Cesto: no obstante, no siempre el hombre y la mujer.
El campamento y la selva son, a su vez, los dos espacios cuya apropiación es otro signo del status de cada quien. Para los hombres la selva es su lugar de acción, allí son ellos quienes mandan. Allí cazan para la tribu y son los portadores de todo un saber y una práctica exclusiva y asimilada en su infancia de aprendizaje; para las mujeres el campamento es su sitio de actuación, allí construyen la vida de sus hombres fuera de la caza, dotan a los cazadores del tiempo de cotidianidad banal. Y así como sus tareas son el descanso de los hombres, el tránsito por la selva de campamento a campamento es su momento de vacío.
Al niño varón de temprana edad (4 ó 5 años) se le regala un arco de su tamaño. Con él comenzarán sus lecciones de cazador, y se irá haciendo cada vez más grande. Él y su Arco.
Ese niño dejará de serlo cuando se convierta en un cazador adulto y responsable de una familia: un Kybuchueté. Fabricando su propio Arco.
A las niñas, en la misma infancia, les espera un Cesto. No para cargar alimentos y objetos pero sí para desarrolarse dentro de su rol futuro. La niña dejará de serlo cuando, al llegar su primera menstruación, se transforme en una joven virgen predispuesta a recibir un marido cazador: una Daré. Fabricando su propio Cesto.
El Arco y el Cesto son las prisiones de cada uno de ellos. Y son, a su vez, los únicos objetos no neutros de significación sexual; un hombre vivirá con su arco hasta la muerte, una mujer lo hará con su cesto. Ninguno puede tocar, siquiera, el otro objeto que no le corresponde. Mucho peor será para la mujer, que traerá la ruina a la tribu al maldecir el Arco de su esposo al tocarlo, que ya no podrá cazar más. En el caso del hombre-cazador la sola manipulación del Cesto lo liquida en su carácter de varón, le traspasa una simbología femenina, lo convierte en un Pané: un cazador maldito que ya no tendrá suerte en su tarea.
Entre los Guayakies los hombres solo son cazadores. Sino no son hombres.
Ahora bien, ¿existe la posibilidad de hombres portadores de Cestos?
La respuesta es sí.
El Chachubutawachugi es un Pané, ya no podrá cazar, solo se dedicará a aprehender con sus manos tatués y coatís. Lo cual lo rabaja notablemente. Debe salir solo o en compañía de las mujeres, quienes le regalan un Cesto donde colocar lo recolectado. Ninguna mujer lo quiere como marido dada su condición de no-Arco, es decir de no-hombre.
Este hombre cargador de Cesto es víctima de las burlas del resto de los hombres de la tribu, como así también de las mujeres, que en su fuero íntimo lo menosprecian. Incluso los niños le tienen poco respeto.
No obstante, la maldad no era lo que imperaba en el conjunto de la comunidad. Disminuido simbolicamente, era acogido e integrado por el resto.
Otro caso muy distinto es el Krembegi.
Un hombre que desde temprana edad ha asumido incapacidad para el Arco, pero por un deseo personal de realizar las tareas femeninas. Vive entre las mujeres, posee un refinamiento para los trabajos artísticos, incluso mayor que el de las propias mujeres. Nada quiere saber con portar un Arco. Su vida es la de una portadora de Cesto.
La homosexualidad del Krembegi es socialmente aceptada. Mucho difiere el trato recibido por este hombre portador de Cesto del que se le da al Chachubutawachugi; en verdad no se le presta mayor atención. Se lo comprende como una mujer, y no como un no-hombre.
¿Por qué este trato diferente en cada caso? Porque para la comunidad de los Guayakies uno era un sujeto sin ningún lugar esperable, un no-cazador que tampoco es mujer. Mientras que el Krembegi es una mujer por voluntad y decisión.
En estos días que discutimos si es "aceptable" que dos homosexuales adopten un niño (porque ese es el problema de fondo que moviliza la opinión pública, no que se casen entre ellos, sino que constituyan una familia integral), sería bueno discutir algunos puntos más profundos y que tienen una influencia superlativa sobre el actual debate en boga.
¿Cómo vemos a los homosexuales, y dónde existen esos signos de la supuesta nocividad que conllevan para la sociedad?
Los Guayakies, dentro de su estructura social de funcionamiento, es una discusión que resolvieron sin tanto drama. Nada mal para unos "bárbaros atrasados" de la selva tropical.
domingo, 18 de julio de 2010
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2 comentarios:
Arderás en el infierno por meterle ideas raras en la cabeza a la gente.
Probablemente ya esté en él. Todos lo estemos.
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