Fue una de las charlas más irresponsables que he tenido; realmente peligrosa en su profundidad y en sus vericuetos abordados sin pudor, con abnegada insensatez. Yo lo sé bien, no se pueden usar las ropas de la amistad para desvestir el amor de una mujer deseada; son escenas que siempre quedan en paños menores, pero nunca desnudan convenientemente unos deseos perseguidos a través de decisiones desacertadas.
Yo acumulo una gran experiencia confirmando mi torpe inexperiencia. Y ya estoy grande para no conocer ciertos juegos, ciertas formas de jugar.
La noche pasó en un bar que nunca cierra. Como mis metejones por algunas mujeres, que nunca clausuran, y nunca les cierra a ellas, lastimeramente para mí. Se suponía que él iba a llegar al atardecer y huir al amanecer; así habíamos acordado como buenos amigos, en una noche de oscuridad y velas, de confesiones equivocadas y perturbadoras. Algo falló en toda esta historia.
Escribí éstas y otras líneas más. Tomé alcoholes que aderecé con amarguras tardías, pero con hidalguía y entereza. Un ron dio paso a las cinco de la madrugada, la televisión encendida y sin sentido, un libro sobre nieblas, amores, borrachos, y prostitutas. El llanto de una mujer ante un hombre que anunciaba unas decisiones crueles, en una mesa poco iluminada.
Todo lo que podía hacer con ese tiempo lo hice. Mientras en la cortada nada cambiaba mi situación, porque nada sentenció esa velada infructuosa e irresoluta.
A veces ciertos ángeles guardianes del desamor dan segundas oportunidades. Solo no hay que tropezar dos veces con la misma cobardía.
domingo, 8 de abril de 2012
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