miércoles, 7 de marzo de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y NUEVE

Quién diría que un día le clavaría ésta daga a su niñez.
Es el traidor.
Cómo imaginarlo mirando pasar las veredas del sur,
hasta cruzar esa frontera que es el día después de cualquier adiós.
Entre sus ropas sucias de trabajador había una decisión,
allí dormía una deslealtad,
y los años todos.
Se deja las bambalinas del sábado,
los poemas zapados en el final del domingo,
todas las noches en vela por una manía de atrapar lo inexistente.
Hay un silencio en la mirada de su gente
y en las cosas que se amontonan de rabia en su ocio.
Qué despecho empujará el andar del tren rumbo al desierto,
y qué gato buscavidas lo mirará irse desde una medianera cualquiera.
Cuál de todos los perros,
de esta ciudad creciendo entre las ruinas de su pueblo,
trepará a un lomo de burro para ladrarle por última vez.
De quién será la sangre que cubra la brea de las calles
cuando él,
el traidor,
saque su daga y se la lleve tan lejos.

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