miércoles, 11 de abril de 2012

TRESCIENTOS CUARENTA Y TRES

No te voy a besar, porque no quiero tener que vivir con el recuerdo de ese beso. Alguna vez le dije eso a una mujer que se estaba enquistando en cada parte de mi cuerpo, sin intenciones de dejarme ir hacia otras mujeres menos acaparadoras.
No sé si hoy diría la misma estupidez de poeta empedernido; aunque ese beso se quedara a pernoctar por siempre en la carne viva de mi estado de ánimo, como una sanguijuela angurrienta e indestructible.
¿Será posible guardar un instante así para poder revivirlo cada día durante un millón de años?
La ciencia alcanzó tantos sueños para la soberbia y vanidad de una burguesía universal, y sin embargo nada hizo por el ser más común y ancestral de todos: el que está enjaulado en un amor que no tiene su nombre tatuado en los designios del porvenir.

No hay comentarios: