sábado, 18 de febrero de 2012

TRESCIENTOS TREINTA Y CINCO

La noche de Victoria sabe de fiestas populares, las viene alentando desde años. Fue en el 2005 cuando la gente del Sportivo Victoria tuvo la acertada visión de darle un espacio a los artistas más diversos de la música de nuestro país, abrirle la puerta de la canchita al escenario Chacho Abrego, hombre querido y consagrado de la historia cultural victorience, y permitirle a los vecinos y visitantes reencontrarse con el arte de nuestra música argentina y popular.
La noche de Victoria se viste de fiesta, y las Tres Marías pispean la prueba de sonido de Roxana Carabajal, que ensaya las emociones que le tirará al público. Que va llegando lento, cargado del calor del día transcurrido, bien empilchado para la ocasión, de los brazos las señoras, con el sombrero en la mano los señores, a puro correteo el piberío. Y todos perfumados por los choris que se van haciendo en la antesala al escenario repleto de luces multicolores.
Las sillas de plástico se perfilan de cara a los cantores, en hileras que se extienden hasta el sector donde las mesas dispuestas tienen sello de cena-show. Todos los focos de la canchita, blancos y poderosos, dan soles hasta que todo se apaga, y entran los presentadores del VIII Festival de la Música Argentina.
La arenga de los trajeados tiene que ver con remarcar la importancia del evento, de tenerlo en la ciudad, y de saber vivirlo a su altura. Prolijamente dirigirán los pasos a seguir, los entremeses, los chistes y comentarios risueños, todo bajo el control de la ortodoxia en el manejo de eventos multitudinarios.
La cosa arranca con un cantor de tangos, que no estaba invitado oficialmente pero que llegó a Victoria y pidió entonar un par de temas. Y así abrió la noche estremeciendo con una voz potente y equilibrada, mostrando un buen manejo y una buena experiencia en los escenarios. Fueron tres los temas: dos canciones de música ciudadana y un inoxidable recuerdo del Gitano, que fue vitoreado por las siempre presentes “chicas”, hasta incluso con suspiros. Buen tino haber traído a Roberto Sánchez para su evocación. Y así lo hicieron saber las más de dos mil personas que acudieron a esta noche.
El “Lagunero” Daniel Albarracín, buen tributo a Horacio Guarany que puede brillar con brillo propio, desparrama espontaneidad y profesionalismo, de hecho llegó a este festival directamente del hospital que lo atendió por una molestia biliar, según compartió, un tanto chabacano y exagerado en la postura de confidente. Interpretó ocho temas propios y algunos ajenos, incluyendo un par de clásicos del cantor del “Pueblo”. Bromeó reiteradamente con sus guitarristas y se despidió prometiendo regresar, “porque el canto para mi es mi pasión, es mi vida”. Todo ante un confortable aplauso.
El ballet Horizonte, que había dado inicio al festival con zambas, retornó para amenizar la espera de los chamameceros. Cuecas, más zambas, pericones, gatos, de todo se les vio hacer en los pastos al pie del escenario, lugar de los pasos compasados y meticulosos de ésta compañía victorience que lleva treinta años de iniciar jóvenes en los bailes tradicionales de nuestro pueblo argentino.
Ahora sí se arma la joda. De repente la noche, que se había puesto fresca, cuando las viejas se apuraban a ponerse los saquitos, se recalienta con un alarido que cruza los campos de este a oeste y de sur a norte. Grito esperado, lo pude entender de allí en más, por la inmensa mayoría de quienes pagaron los cincuenta pesos de la entrada. Llega Nemopirí. Llega la emoción.
Emoción es el significado de ese vocablo en guaraní, y es lo que eligieron hacer los seis muchachos jóvenes que se plantan arriba del escenario, vestidos con uniforme de sapucay, listos a exigir el baile preferido de los correntinos y buena parte de los entrerrianos. Su guitarra principal lanza el aullido que resuena en todo el Paraná. Todos saltan a la improvisada pista natural y zapatean rítmicamente esos saltitos para adelante y para atrás, sello distintivo del Chamamé. Uno tras otro suenan los enganchados de Nemopirí, sin interrupción, solo bajo la voz de su cantante recitador de prosas, que de tanto en tanto tira una consigna al público, una arenga, un pedido de grito de sapucay, que, claro, todos responden hasta donde dan los pulmones. Sin vergüenza alguna. Porque la cultura propia nunca es motivo de vergüenza en aquel que la lleva muy adentro en el sentir.
“¡A bailar, a bailar Victoria!”, gritan desde arriba. Un sapucay sube desde el piso pisoteado más que en partido de domingo. Los mozos ya ni van ni vienen, las sillas quedaron casi olvidadas, con carteras, bolsos de mano, botellitas de agua, vasos vacíos de cervezas extintas. Solo yo, quieto y asombrado, quedé en mi lugar, sin pareja para bailar a la luz de los reflectores verdes y rojos.
La noche, que ya llega a su fin, es consagrada por la figura más deslumbrante del festival. La que garpa, diríamos en el barrio porteño. Y su presentación, su forma de andar el escenario y relacionarse con el público así lo muestran. Con una aurea total para estos instantes de música compartida, Roxana Carabajal le pone el broche de oro a una fiesta popular y pueblerina. Ella trae el folklore mezclado con la ciudad, el bombo leguero que convive con los parches, las guitarras criolla y eléctrica conversan tema a tema, y el violín, y el bajo, que son piezas fundamentales del repertorio de una de los siempre queridos Carabajal. De repente brota el humo del piso y las luces ocultan a los músicos, el público victorience mira entre sorprendido y fascinado, no tan acostumbrado a los efectos de la modernidad en los espectáculos. La voz de Roxana es un puñal afiladísimo que atropella el aire frío de la madrugada, cada chacarera la vive a pura emoción y eso llega así a los oídos de todos, y contagia, y deslumbra. Narra leyendas de su Santiago, cuenta historias de sus montes y sus costumbres, pide por el cuidado y respeto por esos montes, signos de la historia y la cultura de los pueblos. Canta denunciando la avaricia de los desmontadores y el futuro de desierto de esas, sus tierras. Allí el público mira un poco ajeno, sin comprender demasiado esta política subida arriba del escenario, pero el respeto silencioso se impone desde todos los costados, solo un mamado grita “¡Vamos Sportivo!”. A lo cual la cantante, ducha en el contacto con su público, convierte en otro “¡Claro que sí chango!”.
Un par de bises cierran un festival plagado de buenos momentos, de la familia de regreso, como cada enero de Victoria, al placer de disfrutar de una fiesta suya. Y hecha para todo el que quiera venir por estos pagos cada verano.

No hay comentarios: