lunes, 22 de febrero de 2010

DOSCIENTOS OCHO

No quiero ganar dinero en mi meta. No quiero tener la casa más linda. No quiero tener la novia más linda, ni siquiera quiero tener novia, tampoco casarme, ni convivir con la mujer elegida para mi vida. No quiero el apuro del mundo soplando mi nuca. No quiero estudiar para merecer respeto. No quiero ser un buen padre, de hijos sanos, lindos, y exitosos. No quiero vestirme bien. No quiero tener el pelo agradable a la vista de los demás. No quiero ser un jarrón en una muestra de jarrones. No quiero comer a horario, ni dormir a horario. No quiero protestar por lo que hay que protestar. No quiero decir ¡qué barbaridad! No quiero contarle al pueblo sexista cuántas veces tengo sexo, ni decirle a la gran tribu sexual lo gran cojedor que soy. No quiero ser un gran cojedor. No quiero entender todo y explicarlo al resto de la audiencia. No quiero tener que explicar nada. No quiero opinar como en un panel. No quiero tener un plan. No quiero pensar en mi futuro. No quiero aprender del pasado. No quiero vivir sin recordar nunca que me voy a morir. No quiero creer en fantasías poderosas pero inservibles. No quiero pacer en la pradera de la burguesía universal. No quiero premios, ni fotos de mí en ninguna parte, ni elogios falsos. No quiero espejos con instrucciones de decodificación.
Quiero vivir como me salga. Y que alguien pase su vida junto a mí sin decirme nada de nada, solo mirando cómo me caigo y me levanto.
Con uno solo me alcanza

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