jueves, 25 de febrero de 2010

DOSCIENTOS DOCE

La locura corre por las avenidas y las veredas, y los ánimos pendencieros logran su cometido: el griterío asume su protagonismo diario y maquinal.
El pavimento arde a las tres de la tarde, y los negocios miran a los caminantes con sus vidrieras de par en par. El humo conquista las callecitas del Micro Centro, y los taxis aurinegros son una estampida que baja por Corrientes rumbo al río.
Una protesta se hace carne en algún portal de Ministerio. La tropa obediente se ufana por llegar primero al otro lado del cordón, y hay mil fotos que irán a países lejanos y curiosos. No se llevan nada más que una imagen, la verdadera Buenos Aires no se ve en una fotografía. Ella es un amor misterioso que solo saben los que la consienten día tras día. Ningún otro lugar es más voraz que la mayor metrópoli de mi país, y sin embargo se desborda de amor.
Sé que no puedo explicarlo, pero juro que así es.

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