La ciudad, de pronto, fue de los ángeles.
No son invisibles, yo los vi. Sobrevolaban la ancha avenida, subiendo y bajando al ritmo del silencio más colosal, se reían de mí, me sonreían y se escondían entre las galerias inhóspitas.
Buenos Aires era un pueblo humilde y delicioso por única vez. El vicio del movimiento, ausente, estaba soñando futuros descalabros, estrepitosas tardes de oficinas y taxistas. Los semáforos inútiles, seguían su rutina. El pavimento en paz trataba de tostarse en vano. El camino sin sentido, sin razón de ser.
Y todo el sol en mi cara no pudo evitar la revelación. Yo vi los ángeles de esta ciudad, son grises. Toman el color del alma que los descubre.
miércoles, 17 de febrero de 2010
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