jueves, 25 de febrero de 2010

DOSCIENTOS NUEVE

El tiempo y la oscuridad. Las horas en lo alto, las sombras abarcándolo todo, y los hombres entre ellos. Como fantasmas, espectros vivientes y apurados por volver a ningún lugar, por ir a ninguna parte.
El tiempo no vuela, el hombre tampoco. Ambos se arrastran miserablemente por la existencia. Como si de verdad hubiera algo llamado posteridad. Todos corren, alejándose del presente, que es lo que siempre hay, ¿por qué nadie se da cuenta?
La razón de nuestros actos repetidos hasta la muerte debiera ser clara, diáfana. Pero es oscura e inextricable. Afuera todo es color, dentro es apenas gris. El alma del hombre moderno es en blanco y negro.

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