miércoles, 2 de diciembre de 2009

CIENTO OCHENTA Y DOS

Humahuaca es una ciudad comunista. Es muy bella, rodeada de montañas, hoy soleada. Tiene todo lo necesario para que cualquier persona viva feliz. O por lo menos cualquiera como yo. Es simple.
Salí de San Salvador de noche y empezó a clarear cincuenta minutos después, por lo que me perdí la belleza de los primeros tramos. Ya antes de la Posta de Hornillos era día claro. A partir de allí me acompañaron cerros y ríos secos, valles y más valles; un espectáculo para el espíritu. Y siempre las aburridas vías del ferrocarril extinto, una trochita angosta que resulta difícil imaginar el trabajo que le costaría aguantar al gusano de hierro.
Antes de llegar a Purmamarca se nos voló la tapa de uno de los ventiluces del techo, por lo que tuvimos que parar en la estación del pueblo purmamarqueño donde la gendarmería nos ayudó a tapar el hueco con cartón y cinta de embalar. El lugar es maravilloso, la naturaleza abruma de tan majestuosa. Es como un chico sentado al pie de un gigante de piedra, vegetación y tierra multicolor. Todavía conserva el típico cartel que indica el nombre de la parada ferroviaria, ese que vemos en cada estación del Roca camino a Zapala. Los dos pilotes de piedra con la barra de cemento cruzada que dice “Purmamarca”, todo en un color amarillo opaco. Tomando uno de los tonos del coloso que vigila a unos quinientos metros distante.
Realmente es difícil no emocionarse ante tanta belleza, es quedarse parado solo observando la creación generosa. A veces me da por pensar que estos parajes son el tributo de los Dioses a los hombres, una ofrenda única que Ellos hicieron al principiar los tiempos, y con el cual nos dijeron: “Por esto, ustedes nos adorarán”.
Seguimos camino por la ruta nueve, entre curvas pronunciadas y avisos de peligro de derrumbe. Siempre disfrutando del río secado que corre a nuestro lado derecho. Así pasamos la Quebrada del Inca Huasi.
El lugar donde paramos para el descenso de gran cantidad de los pasajeros es Tilcara. Allí baja casi la totalidad del pasaje. No hablaré ahora de este lugar, porque pienso volver a caminar sus calles de piedra.
Seguimos hacia el lugar, si se quiere, más popular de la provincia de Jujuy. El patrimonio de la humanidad (no sé para qué sirve eso, porque la degradación no para, incluso de estos lugares con tantos dueños) que es la Quebrada de Humahuaca nos espera.
Haciendo un paréntesis de mi relato tengo que mencionar un dato curioso, o por lo menos para mí lo es. Pasando Tílcara hay un cartel verde, de esos que indican las fronteras entre ciudades y pueblos, que dice “Trópico de Capricornio”. Así, simple, inocentemente, científicamente. Porque es curioso que nos adviertan que estamos en el lugar de algo que no se puede ver. La ciencia al servicio del turismo.

¿Qué significa que Humahuaca es una ciudad comunista? Para mí es una ciudad chica, no un pueblo. Vive del turismo y de sí misma, los vecinos se venden unos a otros sus productos y nos venden a los que vamos de visita. Así viven y crecen. Porque este lugar no es, intuyo, lo que era hace tiempo atrás.
Nadie se salva en Humahuaca. Todos viven, todos trabajan para ganar su sustento y no tanto más. Casi no puede haber diferencias sociales. El que vende diarios es su parada no gana mucho más que el que ofrece sus artesanías (hay diferencias pero no instituyen clases antagónicas), ni mucho más que el dueño del hotel, o el que maneja el taxi. Todos están para vivir de lo que hacen sin alcanzar la fortuna que “salve”. La clave puede estar en que el habitante de Humahuaca no piensa en algo así como salvarse, más bien quiere eternizar su lugar, su gente, su cultura y forma de vida.
Un párrafo aparte para el médico, los maestros y el comisario de la jefatura local. Gente que estudió con sacrificio, en lugares distantes, con oportunidades superiores y perspectivas mejores. Y vino acá, donde la vida es universal, quieta, reiterada, como las montañas y los vientos y el sol del verano. El médico eligió servir al prójimo y con ello ganar su vida, no “progresar en la vida” sirviendo al prójimo. La diferencia es explicada por el espíritu humano más elemental, solo presente en algunos.
Al recorrer el norte y sus lugares, sobre todo los pueblos pequeños que existen a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, la sensación que me agarra es la de la batalla por la independencia. Es un aire de lucha, de coraje y persistencia, lo que me domina el espíritu. Contienda moral, cultural, hasta si se quiere racial, en el sentido de “Nosotros estamos acá, existimos hoy y ayer, y queremos seguir en nuestra tierra mañana también”. El Inca vive en Humahuaca, y no hay necesidad de maniatarlo a un monumento, a una plaza, al nombre de una calle. Cuando veo esas mujeres grandes, de piel marrón y arrugas de siglos, que caminan con esfuerzo pero sin dolor, ni queja, ni súplica, que vienen cargadas de bultos desde San Salvador con lo que necesitan para trabajar y vivir; cuando las veo bajar del colectivo local y suspirar porque al fin están en casa. Cuando veo con los ojos bien abiertos creo que en algún lugar debieran pagar sus atropellos los omnipotentes, los avaros, los bichos horripilantes que moran en las grandes metrópolis.

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