Qué lindo que es Andalgalá al atardecer. Cuando baja el calor y el sol deja de castigarlo todo; ahí cuando, como en todo pueblo del norte, renace la actividad y las ganas de moverse. En ese momento Andalgalá se convierte en una afable reunión ciudadana, pueblerina más bien.
Yo llegué a las 21 y el panorama era fabuloso. Me fui a hospedar al hotel Santa Rita y ya no salí. Pero al otro día pude apreciar la cordialidad y el bienestar general que se siente por aquí en las horas que menciono. La plaza se transforma en el patio del pueblo; todo el mundo sale de sus casas y viene a morar sus cuatro costados y su interior verde. Se sientan en los bancos a márgenes de los senderos, o al frente de la fuente siempre activa, o en las mesas que los cinco bares sacan a la calle y a la plaza misma. Porque esto no lo vi en ningún otro lugar, las mesas son desperdigadas por la plaza, adentrándose hacia el interior de ella. Así es que uno puede disfrutar de un café, un aperitivo, o la propia cena, debajo de los árboles y el frescor de la noche menos ardiente. Cosa que todo el pueblo hace.
Las parejas charlan sentadas en los bancos; las familias comen pizza en mitad de la plaza; el grupo de jubilados se toma su café en la vereda frente al Club Social; los pibes pasean en motos pequeñas y ciclomotores; las chicas cuchichean en grupos de arregladas conquistadoras de corazones.
Hasta la una de la madrugada Andalgalá vive en su plaza 9 de Julio. Inclusive los negocios que siguen abiertos hasta tarde.
La chata de Cruz del Sur me dejó en la estación vieja de ómnibus, casi un galpón. Sin luces, llena de polvo, sin las grandes empresas (esas llegan a la Nueva Terminal), con los pasajeros que no son turistas. Allí el pueblo no daba señales de ser agradable.
Caminando llegué a la avenida Núñez del Prado, donde el paseo de compras es lo que hay. Ya se percibía otra realidad, más seductora.
Todo acotado y modesto pero con su brillo intenso; la gente, los coches, su manzana de centro. Andalgalá es otro pueblo de calles de polvo y días de sol avasallante. Pero tiene una virtud propia en hacer muy acogedoras las horas entre las 19 y el nuevo día. Y lo hace muy bien. Dan ganas de dejarse apalear por la temperatura durante todo la jornada, con tal de participar de la tarde armónica y compartida, con las cumbres a la vista y la curiosa nieve del Cerro del Candado, allá lejos.
jueves, 3 de diciembre de 2009
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