domingo, 13 de diciembre de 2009

CIENTO OCHENTA Y OCHO

El chubasco cae sobre mi cabeza, apenas me humedece un poco, y ni siquiera me saca algo del calor que me agobia. Igual para la provincia en sequía es una bendición, y solo espera que los amenazantes truenos cumplan lo que prometen a viva voz. Un rugido que se levanta entre los morros de verde piel baja al lago y hace temblar los vidrios del catamarán Arquímedes.
Y por fin llueve con más ganas. Sobre la ruta en soledad, sobre las aguas mansas del dique, sobre las boyas del yacht club de Tucumán, sobre toda la villa El Cadillal. Cae el aguacero sobre los ingenios y los campos de porotos, festeja la tierra en grietas.
La campiña de El Cadillal es un oasis de paz y quietud. Incluso hasta pocos turistas se hallan acá, solo un par y entre ellos yo. Los caballos pastan tranquilos al pie del lago grande y sereno, como un charco para un solo barco; y ese es Arquímedes, el catamarán que da paseos de liviano andar.
Pasa un rato y sale el sol. Los nubarrones se fueron para Salta, andarán por Cafayate, quizá San Antonio de los Cobres, allí donde se juntan las nubes y el tren.
Ahora regresa el calor y la sequedad en la boca. Y más, después de la caminata alrededor de la mancha líquida, hasta el propio dique (Celestino Gelsi, un pasado gobernador).
Me siento a recuperar aliento en el anfiteatro más simpático que he visto, un semicírculo perfecto de butacas de piedra con una forma más exacta aún. El escenario sirve de punto de vista a más de quinientos espectadores que pueden ver el arte sin ninguna incomodidad, con un desnivel que permite la total apreciación de lo que ocurre con los artistas.
El único chorro de agua que sale de la ducha es un golpe de helada mano invisible. Me da sobre la cabeza, y los hombros, después le pongo pecho y el resto de mi sudado cuerpo. No tengo champú, solo jabón para todos mis recovecos. Es lo que hay: la ducha del baño del bar y un elemental equipamiento de limpieza corporal. Con las dos cosas me sobra para quedar limpito, fresquito, casi nuevito.
En una hora sale el micro de las 13:30hs. Después habrá que esperar hora y cuarto.
Aprovecho para mirar un rato más el cielo indeciso, el lago que se mece suave, las montañas que custodian la villa.
El último día en mi visita al Jardín es en un paraje fabuloso llamado El Cadillal. Bello y natural; hasta el postrero instante quiero atrapar cada rincón de magnífica naturaleza tucumana.

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